Cenicienta en la corte de los milagros


Cenicienta volverá a casa a las 12 y con mascarilla, pero libre. Lo hará porque la transparencia volverá a ser una exigencia en nuestra democracia.

Les voy a contar un cuento y vosotros decidís si es ficción o realidad. Vivían en el Paris de Víctor Hugo, mendigos, ladrones y rufianes que conformaban la llamada Corte de los Milagros. El nombre de esta sociedad provenía del hecho de que muchas de las discapacidades que fingían para suscitar la compasión que precede a la limosna, desaparecían en cuanto regresaban de su faena; por eso se producía el milagro de su “sanación”, que acababa con cojeras, cegueras y otros males simulados, de Vallecas a Galapagar.

Existe en la literatura patria otra Corte de los Milagros, narrada por Valle Inclán entre la realidad y la ficción, pero siempre como el esperpento que distorsiona para presentarla con toda su crudeza. 

La tercera Corte de los Milagros no tiene, de momento, cronista oficial que la escriba. Esta Corte manda a casa a la obediente Cenicienta al tocar la última campanada de la media noche, bajo la amenaza de convertir en calabaza la realidad cautiva de una España que se está acostumbrando al ordeno y mando del decreto. Y como los malos del cuento, los habitantes de la actual Corte de los Milagros quieren ser los que tomen la medida del zapato de cristal o de la verdad oficial, vía Boletín Oficial del Estado, alzándose con el santo y la limosna de las fake news, erigiéndose en policía orwelliana del pensamiento y en administradora de la palabra.

Lo que pasa con los rufianes y tramposos es que al final se les va la mano, y a Cenicienta le ha dejado de molestar la piedra en el zapato, porque la han dejado descalza y a cada paso las rocas y las espinas hacen sangrar sus pies y lleva hechas jirones las galas y las libertades y eso duele más. Así que estamos esperando a que Cenicienta plante cara a la madrastra rufianesca y le diga que hasta aquí hemos llegado, porque con ella, descalza y confinada, se alzan ya las voces de juristas de prestigio, de periodistas libres, de españoles de izquierda y derecha que denuncian la indignidad, la mentira, el sectarismo, la destrucción de los principios y valores que consagra nuestra Constitución. Porque lo que está pasando, como afirmó Graham Greene, es que cada vez más españoles estamos decididos a “comprender la verdad, aunque esto comprometa mi ideología”.

Cenicienta volverá a casa a las 12 y con mascarilla, pero libre. Lo hará porque la transparencia volverá a ser una exigencia en nuestra democracia y la prueba del algodón de la verdad se aplicará a la Corte de los milagros, aunque será un milagro que la supere… Y las calabazas las recibirán quienes celebran la constitución por la mañana y por la noche la dejan hecha unos zorros entre leyes educativas excluyentes, órdenes ministeriales de Gran Hermano y pactos que repugnan a las conciencias. Y entonces, como en los cuentos, viviremos felices, o al menos volveremos a vivir más libres.