Cristo y el Jesús histórico


Desde luego el hecho de la resurrección de Cristo, garantía de la nuestra, supera el alcance de la razón humana, pero, una vez más, eso es lo nuevo y lo específico del cristianismo.

El 12 de febrero de este año me publicó don Pedro Villaverde en Nueva Alcarria un breve artículo sobre el Papa Benedicto XVI, profesor Joseph Ratzinger en la vida académica. En ese artículo mencioné su inmensa obra sobre Jesús de Nazaret, publicada cuando ya era pontífice, aunque no como voz del Papa infalible, sino como estudio de teólogo privado.Desgraciadamente, el confinamiento en el que me mantiene la pandemia, no me permite consultar de nuevo los tres tomos del libro, pero recuerdo muy bien el principio de la obra: principio como idea rectora, y principio como comienzo. Se trata de la dimensión histórica del Nuevo Testamento con su contenido de fe frente a los filólogos o historiadores para quienes solo son históricos los elementos exclusivamente humanos, y consideran como una superestructura impuesta por la fe, los milagros, la reivindicación del propio Jesús como Mesías y los testimonios de los Evangelios sobre el hecho más hondo del cristianismo: la resurrección de Jesús como la demostración más honda de su divinidad. 

Hay una Vida de Jesús de Nazaret, su vida, su época, sus enseñanzas, del profesor Joseph Klausner, publicada en 1907. Es un portento de erudición y respeto hacia el cristianismo, pero el autor era judío, y todo cuanto se refería al cristianismo era para él mitología sin fundamento real. En estos últimos años se distingue en España por la lectura puramente secular del Nuevo Testamento el profesor Antonio Piñero. Su visión ha sido negada por el sabio biblista Xavier Pikaza, y yo personalmente considero más lógica, y por consiguiente más aceptable, la tesis de este último. Pretender eliminar del Nuevo Testamento los elementos de fe –divinidad de Jesús como hijo de Dios, muerte voluntariamente aceptada para elevar a todas las personas a la categoría de hijos de Dios, resurrección de entre los muertos, permanencia en la Eucaristía y garantía de la resurrección de cada uno de nosotros para una vida eterna– es sencillamente podar lo que es privativo y nuevo en los evangelios y epístolas: la fe, la esperanza y la caridad que la Iglesia sigue prodigando a todos los necesitados. Desde luego, el hecho de la resurrección de Cristo, garantía de la nuestra, supera el alcance de la razón humana, pero, una vez más, eso es lo nuevo y lo específico del cristianismo. Por supuesto, la premisa de la fe en todo lo relacionado con Jesucristo es la creencia en la existencia del Dios omnipotente, creador y sostenedor del mundo

  Desde Dios todopoderoso resulta admisible cuanto se ha revelado. Como actitud y método de lectura de los textos bíblicos no es lógico recortar, según la medida de nuestra razón, el testimonio de los apóstoles, que convivieron con Jesús, según nos narran los evangelios y las epístolas. Un sionista, como era el profesor Klausner, tiene derecho a hacerlo. No conozco la actitud del gran maestro judío hacia el Dios del Antiguo Testamento, pero en mis años de docencia en Cornell he hablado con sionistas ateos y para ellos la estructura religiosa de la Biblia hebrea es una alegoría del esfuerzo del pueblo judío por sostener y desarrollar su sentido secular de nación; y si ese esfuerzo se expresó en términos religiosos, fue porque ese trasfondo teológico fue el predominante en la cultura occidental hasta el Renacimiento. Pero nosotros no podemos ignorar que los narradores del Nuevo Testamento convivieron con Jesús y sus discípulos, y escucharon las palabras en las que el Padre declara su especial relación con el hijo “muy amado”. Los estudiosos coinciden en que el primer Evangelio escrito fue el de San Marcos (hacia el año 70). Pues bien, desde el principio nos da una historia a la vez humana: el bautismo por parte de San Juan, y una historia sobrenatural: “En el instante en que salía del agua vio los cielos abiertos y el Espíritu como paloma, que descendía sobre Él, y se dejó oír de los cielos una voz: Tú eres mi hijo amado en quien yo me complazco” (Marcos, 1, 10-11). Por estas frases tenemos esperanza de vida en medio de tanta muerte, y tenemos los comedores de cáritas para los pobres.