Cuando la felicidad de la tierra se plasma encima de un plato de comida
El Kiosco de la Alameda, un argumento más para visitar Brihuega.
Hay espacios que no necesitan paredes. Los álamos, la hoja seca alfombrando el suelo y los contrastes de luces y sombras de las llamadas Eras del Agua o, más refinadamente, Parque de María Cristina, son más que suficientes para decorar la amplia cristalera del salón de un restaurante. El Kiosco de la Alameda de Brihuega cuenta con un escenario único, con una puesta en escena espectacular, en un municipio que ya lo tiene casi todo en lo referente a reclamo turístico.
Sin embargo, para hacer justicia, lo más importante en un restaurante es comer bien y pagar un precio adecuado a lo que se consume y esa es la principal virtud del
Kiosco de la Alameda, que se come no bien, muy bien y a un precio ajustado. Además toda la comida es sin gluten ni lactosa. La apuesta de un grupo de empresarios, encabezados por las hermanas Sonia y Susana Pradillo con Juan Pancorbo, apoyados en el cocinero sevillano, Juanma Muñoz, con unas manos y una astucia que quitan el “sentío”, es una apuesta segura en el corazón de la Alcarria.
La cocina del Kiosco de la Alameda es una fusión de productos de la tierra bien escogidos, con el talento de un buen cocinero y el saber hacer de Juan, que hace las veces de director de sala y de sumiller. Una atención esmerada y una bodega selecta, diferente, original y, lo más importante, apropiada, pensada para el maridaje.
En su carta y en su menú degustación, hay platos talentosos, como la ensalada de brevas con cecina curada Discarlux y esferas de miel de naranjo; o los “churros con chocolate”, un trampantojo hecho a base de brandada de bacalao con salsa vizcaína acompañado de una puesta en escena al más puro estilo de las churrerías de siempre, en homenaje al padre del cocinero, churrero en tierras sevillanas. Otros platos son más clásicos, como el boletus con holandesa a la minute rociada de amontillado o el bocado de cabrito alcarreño al ajo de las Pedroñeras y cerveza. No faltan los guiños alcarreños, como el queso de cabra de Hita con polen de naranja amarga de Sevilla y esferas de miel de lavanda, una manera de abrir boca o de cerrarla, según los gustos. Se me olvidaba, nada más entrar, para calentar el gaznate otoñal, nos ofrecen un frasquito de pócima de botica que recoge un caldo de gallina con huevo y hierbabuena que ya nos auguró un buen presagio.
Si algo rezuman los platos, todos sin gluten, que el comensal va degustando, es la sesuda fusión de los sabores andaluces y alcarreños. A los vecinos de Brihuega se los conoce como los andaluces de La Alcarria, por su manera de entender la vida, por su manera de ser (ya se sabe, según comes así eres) y también porque junto a la instalación de una fábrica de Paños allá por el siglo XVIII vinieron un buen número de andaluces de San Fernando de Cádiz, que trabajaban bien los tintes y los paños y dejaron su impronta en el buen yantar.
Manu Leguineche tenía muy claro que La Alcarria y Brihuega representaban la felicidad de la tierra, un lugar tranquilo donde el paisaje y el paisanaje se dan la mano y donde hace tiempo que ya no solo se come bien en las casas, como dijo Cela, también se come muy bien en los restaurantes. El Kiosco de la Alameda es un buen ejemplo.