El insólito video de la centenaria de Aragoncillo
Cruz Herranz Alguacil nació en Aragoncillo hace casi 100 años y a su edad monta en bicicleta estática, pese a su artrosis, y cuida de Mari Cruz, una de sus hijas, que está con oxígeno desde hace nueve, tarea que ya conoce, debido a que también tuvo que atender a su marido Luciano, más conocido entre los suyos como Lázaro, durante los últimos años de su vida.
El próximo mes de mayo, el día 2, cumplirá el siglo... Y que sean muchos más. Durante este tiempo ha consolidado toda una saga familiar construida con su difunto esposo que falleció hace 20 años: Tiene dos hijas, Mari Cruz y Sonia, su yerno Vidal; tres nietos: Fernando, Roberto, -con sus esposas, Martina y Lorena, respectivamente- y Javier; y dos biznietos, Carlotta y Mateo.
A su edad, como es lógico, ya tiene muchas arrugas en la cara. Sin embargo, su mirada atenta, fija, directa a la cara y el ‘corazón’, sus ojos color ámbar, desprenden lucidez a raudales. Una lucidez que antes era belleza, aunque sus hijas aseguran que “continúa siendo guapa, pese a que con el tiempo nos vamos deteriorando, como es lógico”.
A sus años, tiene una salud de hierro. Solamente toma una pastilla para la tensión y otra para la arritmia y en los últimos 15 años ha ido al hospital solo dos veces, una de ellas por bronquitis, “donde quedó ingresada unos días”, afirma Sonia Lázaro, su hija, “pero nunca en estado crítico”. “…Y de memoria ando fenomenal”, interrumpe Cruz. “Ella posee una buena memoria hasta en el corto plazo, aunque también tiene sus lapsus; en el largo plazo te puede contar lo que quieras”, apunta Sonia.
“Para que no se me anquilosen los dedos por la artrosis, hago pantuflas de calceta para todo el mundo”, así se cuida ella. “Es para hacer una novela”. Con una clarividencia que ya quisieran para sí muchas personas de menor edad comenta su madre: “Nací el 2 de mayo, pero yo siempre, hasta pasados los 40, he creído que era el 3 de mayo, ya que me llamo Cruz, y ese día es precisamente el de la Cruz”. Pero su marido, que en paz descanse, pidió una certificación de nacimiento en Corduente, “y me dijo: ¡si tú no has nacido el día 3, has nacido un día antes!”. Y lo contestó: “Me da lo mismo, ponlo en los papeles así, pero mi cumpleaños es el día 3”.
A sus casi 100 años lleva una vida con una rutina sistemática que le permite mantener su buen estado de salud. Nada más levantarse hace su cama y la de su hija, a la que cuida, ya que para respirar necesita oxígeno. Se ducha, se lava la cabeza ella sola, barre, limpia el polvo, y, una vez tiene todo en orden, su media hora de bicicleta estática diaria no se la quita nadie, pese a que tiene artrosis en las dos rodillas desde hace muchos años. “Hay veces que le digo que no vaya tan rápido, pero me hace el caso justo”, señala en tono distendido su hija, Sonia.
Incluso si un día la duelen las rodillas más de la cuenta. “Es como si me faltara algo si no lo hago a diario”, apunta Cruz. “Nadie se lo cree, hasta los propios médicos y enfermeras me han pedido un video que he grabado”, asegura.
Para ella, el día se queda corto, le faltan horas. Con un siglo a sus espaldas se desplaza por su casa, con la ayuda de su bastón, con una llamativa agilidad para sus años, pone y recoge la mesa, ayuda a la cuidadora de su hermana, lee de arriba a abajo las revistas del corazón que le trae su yerno Vidal o su nieto Javier, escucha la radio, ve la televisión, lee los artículos de su nieto mayor, que es profesor de literatura en Viena, y charla, de vez en cuando, con su vecina Amalia. Siempre bajo la mirada atenta de su Mari Cruz.
Toda esta actividad y rutina alimentaria le proporciona una salud de hierro que ha mantenido a lo largo de toda su vida. Le encanta la morcilla que trae su hija de Sigüenza y las ensaladas con tomate, aceitunas de Aragón y borraja, y además tiene la dentadura en un estado suficientemente bueno como para masticar alimentos sólidos. “Adoro las alcachofas y, de vez en cuando, pido a mi nieto Javi, que es cocinero, que me las haga, lo malo es que luego por la noche me tengo que levantar muchas veces”, bromea. Para ella el buen estado de sus audífonos y su dentadura es primordial. “Parte de ella es postiza, pero puedo masticar de todo, hasta filetes; hace cinco meses tuve que renovar los audífonos porque estaban viejos; me costó tomar la decisión, pero, pese al dineral que tuve que pagar, los compré”, presume.
Pese a una segunda infancia, y sobre todo adolescencia y juventud muy penosas, nunca le ha faltado la capacidad de luchar contra las adversidades. Pasó la guerra y tenía solo un hermano, Benito, del que se tuvo que hacer cargo a los ocho años, ya que al nacer éste murió su madre.
Su pasado
En plena guerra mataron a su padre en Mazarete. “A mi madre se la llevaron a Zaragoza y mi tío se quedó en Aragoncillo”, señala Sonia. “Le tuvieron como el cuento de la Cenicienta”, prosigue. “Allí me casé con un militar y nos lo llevamos, dado que nos avisaron de que por diversas circunstancias tenía una precaria salud”, rememora Cruz. De Zaragoza marchó a Valladolid, desde allí a Madrid. Un trajín propio de la vida castrense.
“Son cosas tristes que me hacen preguntarme cómo puede tener 100 años con la vida que ha llevado”, indica Sonia, que concluye: “Cada día que pasa doy gracias por conservarla con nosotros”. Pero, por otra parte, mientras su madre viva feliz… Eso es lo importante para ella. “Cuando me llegue la hora querré estar con los míos en Aragoncillo”, dice Cruz.