El libro del horror


Se trata de una memoria histórica deprimente, pero memoria indiscutible y que, por tanto, debe ser conocida.

 A primeros de julio, coincidiendo con el Festival Medieval de Hita, escribí sobre el Libro de Buen Amor. Hoy, por desgracia, no puedo reseñar un libro de amor sino uno de horrores: Martirologio matritense del siglo XX, prologado por Monseñor Martínez Camino, obispo auxiliar de Madrid. Se trata de una memoria histórica deprimente, pero memoria indiscutible y que, por tanto, debe ser conocida. Que nadie interprete mi recensión como un testimonio de fundamentalismo rencoroso; yo soy de “centro”, es decir, quisiera caminar por una línea recta en búsqueda de la verdad y decidí hace tiempo que todo el que entre en mi órbita salga un poco más feliz que cuando entró. Es más, en este caso, la historia nos ha sido muy bien documentada, y yo no puedo hacer otra cosa que mostrar mi incapacidad de comprender cómo la generación de nuestros padres y abuelos pudo desplegar tanto salvajismo inhumano en la guerra civil de 1936-39 y después en las represalias. Los que ahora piden justicia para los antifranquistas abandonados “en las cunetas”, al comenzar el Martirologio encuentran al primer sacerdote mártir, Adalberto Delgado Ruiz, pacense, asesinado en Madrid el 20 de julio de 1936, cuyos restos se pudren en paradero desconocido. Y como don Adalberto, muchos otros. El libro está organizado por orden alfabético, pero no por los apellidos sino por los nombres “de cristianar”. Pues bien, de los 56 asesinados cuyo nombre comenzaba por A, 26 deben de yacer todavía “en las cunetas”, ya que se desconoce dónde están sepultados.  

Entre las víctimas de Madrid no faltan los nacidos en nuestra provincia, 31 en total. El primero, D. Alejandro Marcos de San Facundo, coadjutor de Torrelaguna, nacido en Sigüenza el 3 de mayo de 1873. dos eran de Horche: D. Francisco Javier Moreno Martínez y D. Juan Antonio Cortés Moral. De don Javier Moreno ha descubierto don Jorge López Teulón 30 artículos publicados en “El Castellano”, periódico toledano, y además una recensión de una novela de un sacerdote católico inglés. En internet hay información sobre el mártir de Horche. D. Juan Antonio Cortés Moral era párroco en su propio pueblo, pero antes lo había sido en Malaguilla y Torija. D. Ricardo Rico Gómez de las Heras había nacido en Carpio de Tajo (Toledo), pero al estallar la guerra era párroco de Mazuecos, y su primera feligresía había sido Almonacid de Zorita. Como en otros muchos casos, no se sabe dónde reposa. Los asesinatos les dieron a los republicanos una fama de bárbaros que explica, por ejemplo, la decisión de Inglaterra no ayudar a la República. Para combatir esa reputación Marcelino Domingo emprendió un viaje de propaganda a USA, reflejado en el libro España ante el mundo (Editorial México Nuevo, 1937). Su tesis es que, rebelada la mayoría de los militares, el gobierno no ha tenido medios de controlar a las masas; por tanto, la culpa de la muerte de sacerdotes la tienen los sublevados. Del lado nacional tenemos hoy muchos ejemplos de asesinatos desde el momento en que comenzó la rebelión y después de terminar la guerra. Para este punto prefiero resucitar un texto del gran escritor D. José María Pemán: Don Virgilio Cabanellas había sido elegido presidente de la Junta Militar y un día llamó a Pemán para pedirle revisar un decreto prohibiendo a las mujeres vestirse de luto, por dos razones: la primera porque morir por la patria “no es un episodio negro sino blanco: una alegría que debe vencer al dolor”. La segunda era que las madres y viudas de los asesinados por el bando nacional no presentarían “esas figuras negras y silenciosas que, en el fondo, tanto como un dolor, son una protesta…Pensé unos instantes, dice Pemán, y casi silabeé: Mi general, creo que se ha matado y se está matando por los nacionales demasiada gente. Cabanellas pensó casi un minuto, y me contestó gravemente: Sí” (Mis almuerzos con gente importante. Barcelona, Dopesa, 1970, pp. 152-153).