El valor de la amistad


Hay amistades que no conocen los límites ni las fronteras ni las distancias que imponen las magnitudes del tiempo y del espacio.

 Personas que por circunstancias diversas se alejan de tu lado y, cuando te reencuentras con ellas después de meses o años, renace la misma complicidad. Las Hermanas Lara estamos contentas de tener buenas amistades y nosotras intentamos ser buenas amigas.
Somos conscientes de que cada persona pasa al recuerdo de con quien ha compartido minutos por lo que ha deseado quedar, pues cada ser que te habla merece su tiempo y su atención sin demostrarle prisa⏳. Son normas de urbanidad que cada día les enseñamos a nuestros hijos Ángel Eduardo y Pilar Elizabeth y ya ponen en práctica porque las ven en nosotras. 
En el epílogo de la primavera y también ya en verano, hemos estado los cuatro en Barcelona. Tuvimos ocasión de pasear por el centro dialogando por la calle con algunos mendigos que se nos acercaban o nos hablaban desde la acera y les decían halagos a nuestros hijos como bebés. Los mirábamos a los ojos y dialogábamos, ellos se sentían reconfortados y nosotros también de, por un segundo, estar contribuyendo a recordar a esas personas su dignidad, algo que nunca han perdido. Y las hermanas Lara y sus hijos agradecidos por la educación que nos mostraban, superior a la de muchos yuppies.
Quienes nos tratáis, sabéis que las hermanas Lara escuchamos a todo el mundo como si se hubiera detenido el reloj y agradecemos siempre vuestras palabras, orales o escritas. Nos sentimos maestras en el arte de la conversación y lo decimos con humildad, tanto en el plató o en el estudio de radio como en nuestras conferencias y en los saludos de seguidores en los restaurantes, museos, bibliotecas y plazas. Es algo que mucha gente nos ha valorado argumentando que, con todo lo que tenemos que hacer, conversamos y escuchamos a quien lo precisa sin escatimar el tiempo. Y vivimos el momento. 
En estos momentos, tomando café de la marca que en Tbilisi comprábamos al salir de la Universidad (recordando uno de nuestros viajes previos a Bulgaria como profesoras Erasmus Plus de la Universidad de Veliko Tarnovo), mientras escribimos este artículo de nuestro Diario de Verano para Nueva Alcarria, evocamos las latitudes caucásicas desde la casa de María en Azuqueca, bautizada como “la Casa en el Aire” por la concatenación de una canción hispanoamericana con nuestra condición de historiadoras del Servicio Histórico y Cultural del Ejército del Aire. Como por el arte del realismo mágico, nos pareciera que estuviéramos ahora mismo en nuestra vivienda georgiana de la primera imagen a pocos metros de nuestro despacho en la  Ivane Javakhishvili Tbilisi State University. O en Barcelona, con Ángel Eduardo y Pilar Elizabeth, investidos como mini catedráticos, divisando la Sagrada Familia de Gaudí en una noche de estío, ya preparados para contemplar las perseidas en la noche de San Lorenzo.