Fisonomía de la Calle Mayor

24/07/2020 - 00:50 LUIS MONJE CIRUELO

Artículo publicado en Nueva Alcarria el 4 de octubre de 1961

Nuestra archipaseada Calle Mayor, angosta, larguirucha y empinada, es, sin embargo, el eje físico y espiritual de la ciudad. Se estira, cuesta arriba, a lo largo del espinazo topográfico sobre el que se asienta la capital y muere en el amplio rellano de la plaza de Santo Domingo, que, a principios de siglo, era la cabecera de Guadalajara. La Calle Mayor es excesivamente larga, monótona y destartala, sus edificios son desiguales, sin guardar entre sí la debida proporción de conjunto ni la armonía urbanística necesaria; hay rincones que están pidiendo a gritos la piqueta demoledora; pero a pesar de todo, la calle tiene su encanto y su personalidad.

Quien venga a nuestra ciudad y no pasee la Calle Mayor, bien puede decir que no ha estado en Guadalajara. Si, como se dice, la cara es el espejo del alma, la Calle Mayor es el espejo de Guadalajara, es la expresión más fiel de lo que en realidad es la capital de la Alcarria. Observándola, apreciamos mejor el momento actual de la ciudad con su -¿dorada?- medianía, sus aspiraciones insatisfechas, sus defectos característicos.

Cuando se regresa a Guadalajara después de una más o menos prolongada ausencia, la Calle Mayor nos da la bienvenida, y hasta que no nos encontramos en ella parece como si no hubiéramos llegado. Acostumbrados a extrañas topografías urbanas, se advierte mejor entonces su incómoda posición rampante a lo largo de dos de sus tercios. Precisamente esta prolongada cuesta arriba, cada vez más pendiente, hasta coronar el rellano del Jardinillo, hace parecer más larga todavía a nuestra calle principal.

La Calle Mayor adolece de la monotonía que le proporciona el no verse remansada de cuando en cuando por una plaza. Si bien se mira, desde que empieza hasta que termina, la Calle Mayor no tiene solución de continuidad. Las plazas de José Antonio y Ortiz de Zárate la flanquean, pero no la interrumpen. Resulta así que toda la calle se parece a sí misma y que su división en los tramos Miguel Fluiters y Generalísimo, es puramente administrativa.

Comienza la Calle Mayor con un trayecto casi llano que parece estudiado para que la calzada tome impulso y se lance valientemente cuesta arriba. Suaviza un poco su ascensión en la plaza de José Antonio, como para contemplar el Ayuntamiento, y corona con un gran esfuerzo el duro repecho final. Ya en el último tramo, de inapreciable desnivel, parece como si la calle, fatigada por la penosa subida, se tendiera al sol a descansar. Lo malo es que el sol apenas le llega, obstaculizado por la inverosímil estrechura de la calzada. Tanta es esta angostura  que se me antoja harto modesto el ensanche que señalan los edificios últimamente construídos.

La Calle Mayor, en su fisonomía actual no nos gusta, pero tiene todas nuestras simpatías. Sin llegar al aspecto ramplón que, entre las obras en curso y algunos edificios que la rodean, tiene la plaza de Moreno vista desde la Diputación, también abundan en nuestra rúa principal las fachadas chatas y desconchadas que dan a la calle un aire pueblerino, un aire de querer y no poder, un aire entre poblachón y capital.

Según los días y las horas la Calle Mayor ofrece aspectos distintos, características diferentes. Ninguna tarde falta el consabido paseo callejero en el que predominan los mocitos veinteañeros, que se pasan horas y horas arriba y abajo, subiendo y bajando la empinada cuesta. Los días de mercado se acentúa el tipismo del tramo Santa Clara-Plaza Mayor con sus grupos de animados conversadores en las aceras y a las puertas de los bares. Entre ellos se observan tipos humanos que no son fáciles de ver los restantes días. Abundan los ricos hacendados de la Campiña, con su inevitable puro en la boca y la cartera bien abultada, con aspecto mixto de hombre de campo y de ciudad; se ven también labradores de la Alcarria con ropa de pana o despegado traje de corte y aire más campesino: y algún que otro labriego serrano llegado con su eterno aire asombrado, a un lado la mujer y al otro la alforja.

Notable contraste ofrece la Calle Mayor con este cuadro los días festivos a la salida de las últimas misas matinales. Adquiere entonces la calle un distinguido tono social de concurrido salón, con corteses inclinaciones de cabeza y triviales conversaciones de aperitivo.

Ningún parecido tienen estos cuadros con la Calle Mayor de las Ferias y Fiestas de Otoño. Entonces tiene la calle más de mercado oriental que de calle principal de una ciudad castellana. Su serenidad habitual desaparece bajo la algarabía multicolor de una muchedumbre con mayoría de niños y forasteros. La calle es entonces tránsito hacia el real de la feria y deja de ser categoría para convertirse en anécdota.

En definitiva, nuestra Calle Mayor tiene personalidad propia e inconfundible de cualquier manera. Durante estos días feriados las guirnaldas de bombillas, los globos de colorines y las banderas y colgaduras la enmascaran y rejuvenecen un poco. Pero después de las fiestas, la Calle Mayor, como las personas, recobra su calma provinciana y vuelve a mostrar otra vez su acostumbrada fisonomía.