Fronteras


La verdad es que, si no nos unimos pronto, el barco, que ya hace agua por todas las cuadernas, irá a la deriva. Menos mal que hay Manos Unidas, Ayuda en acción, Cáritas, ACNUR, Cruz Roja, y Médicos sin frontera, Mensajeros de la Paz, etc.

Detrás de las estadísticas -números fríos-, hay personas con la historia de un exilio cruel y despiadado que no se pueden reducir a una masa impersonal; es el éxodo de aquellos que tienen la urgente necesidad de buscar otro hogar, otro techo, obligadas por el hambre o la guerra a huir de su país y a defenderse de la hostilidad del saqueo. Estas gravísimas situaciones extremas se deben evitar, no ya por caridad o por amor, sino por simple egoísmo. La verdad es que, si no nos unimos pronto, el barco, que ya hace agua por todas las cuadernas, irá a la deriva. Menos mal que hay Manos Unidas, Ayuda en acción, Cáritas, ACNUR, Cruz Roja, y Médicos sin frontera, Mensajeros de la Paz, etc. Y los conciertos de “Unidos por la paz” están bien, pero no son suficiente. Hace falta lograr algo más, forzando un cambio de mentalidad.

Persiste un juego de intereses internacionales en algunos líderes que viven con indiferencia y sin empatía el dolor ajeno y que se pelean por el espacio y los recursos de los demás. Hace falta un cambio cultural profundo, pero cargado de humanismo y transcendencia, con el fin de orillar, tanto a los que quieren seguir expoliando lo inalienable, como a los que no hacen nada para evitarlo. Decía Dante, hace ya siete siglos, que “los lugares más calientes del infierno están reservados para aquellos que, en tiempos de gran crisis moral, mantienen su neutralidad”. No todos convenimos en ese horrible lugar ni en esa idea.

Y ahora, retomemos las palabras del Papa actual: “No se puede resucitar la guerra santa, porque todos somos hijos del mismo Padre y, por tanto, hermanos”. Como católico y apostólico que soy, defiendo esa idea de fraternidad y de respeto a la diversidad cultural, al mismo tiempo que confieso que “la religión es un instrumento de paz” y que TODOS sin excepción deberíamos ser hermanos. Pero no seamos muy ingenuos y cándidos, porque, como se ve, los hechos demuestran otra cosa bien distinta.

Tuvo que llegar la devastación de las guerras mundiales para rumiar las palabras del Evangelio. [En 1919 surge la Sociedad de las Naciones, y en 1945 aparece la Carta Fundacional de la ONU]. También, la Doctrina Social de la Iglesia manifiesta mil veces que la pobreza y el hambre son totalmente contrarias a la dignidad humana. Entonces, ¿cuál es la solución?: ¿reconciliarse todos y superar las fronteras, o bien, mantener éstas, ayudando lo posible, pero con el honor por bandera? Realmente deberíamos asumir el pensamiento del latino P. Terencio (S. II a. de C), cuando afirmó: “soy hombre y nada de lo humano me es ajeno”. Tal vez la guerra sea la peor de las soluciones y que lleve razón T. Mann al asegurar que “la guerra es la salida cobarde a los problemas de la paz”. Ha de haber un camino entre la utopía demagógica y el cinismo apático, esto es, entre los principios más puros (Eros) y los intereses más egoístas (Thánatos).

Ahora bien, meditando sobre la pobreza extrema y sobre la muerte, -yo me quedé con la copla-, he podido extraer una conclusión bien sencilla: que de aquí nadie va a salir vivo, ni nos vamos a llevar nada para el otro barrio. Todo se quedará a este lado de la frontera. Cuando nos llamen a filas, no deberíamos llegar a la aduana de la eternidad con las manos vacías, como el protagonista de Balarrasa, en la película de título homónimo. Si, además, lees con atención “Los Proverbios y el Libro de la Sabiduría”, entonces lo tendrás perfectamente reflejado. Ya no dará tiempo a arramblar con todo y tomar como botín los bienes ajenos. Lo suyo habría sido, a su debido tiempo, mientras vivimos, preservar el derecho del prójimo a una vida digna. Pero hoy resulta que, como canta el tango “Cambalache”, “es lo mismo ser derecho que traidor …qué falta de respeto, qué atropello a la razón”, etc. 

Si analizamos el término de “frontera”, observamos que se trata de un concepto paradójico, esto es, preciso y difuso a la vez. Y lo ha sido siempre. Se trata de un límite o barrera que bloquea la relación y el encuentro entre mundos diversos y se habla del margen exterior de un territorio, de una línea roja que no puede rebasarse sin consecuencias, y que implica lo físico, lo psíquico y lo social.

Desde luego que se puede aspirar a llevar una vida distinta, mejor, o simplemente digna, cual es el caso, pero también es un derecho connatural vivir uno en su casa sin ser invadido. Todo un conflicto de intereses que deberá resolverse con unos principios.