Genocidio

27/09/2025 - 14:00 Jesús de Andrés

El debate sobre si lo de Gaza es un genocidio o no se ha convertido en vara de medir, en detector de afinidades, en la prueba de pureza de sangre que demuestra la dignidad o indignidad de quien lo emplea o se resiste a su utilización.

Poco importan su etimología, su significado jurídico o su pertinencia: como si de un instrumento de medición se tratase, indica su adhesión al juicio moral que condena a Israel y protege a los palestinos o, por el contrario, expresa, más allá de la desproporción, la legitimidad del ataque a Hamás como represalia por los atentados de hace dos años.

En sentido estricto, el de genocidio es un término jurídico definido por un jurista polaco, Raphael Lemkin, quien lo utilizó para catalogar la persecución sistemática y eliminación física de grupos humanos por motivos étnicos, religiosos, nacionales o de otro tipo. Es importante detenerse en el significado de “sistemática”, que quiere decir total, metódica. Y no depende del número de víctimas: tan genocidio fue el de Srebenica, donde se asesinó a 8.000 personas, como el de Ruanda, con 800.000 muertos. Si lo analizamos desde el punto de vista jurídico, será el Tribunal Internacional de Justicia de la Haya quien determine si lo que está ocurriendo es genocidio o no. Hay una denuncia interpuesta por Sudáfrica y en su momento habrá una sentencia. Si, por el contrario, usamos el sustantivo para ponerle nombre a la barbarie desatada en Gaza, para definir la desproporción en el uso de la fuerza usada por Israel, para calificar la matanza desatada, para incidir en la masacre y aniquilación de población civil, pues bien está. Es normal cargar las tintas cuando de insultar, y más si es con razón, se trata. Llamar genocida a Netanyahu puede tener su justificación. También se le llama fascista y, en sentido estricto, no lo es, porque al concepto de fascismo le ocurre lo mismo. No es lo mismo su uso preciso, ajustado a la historiografía, su definición rigurosa y académica que su utilización como adjetivo calificativo. El fascismo, como el genocidio, tiene unas características muy concretas, técnicas, pero en el lenguaje común tiene una segunda acepción cuyo uso, según los casos, es más que legítima.

El problema de usar este tipo de conceptos de forma genérica es que pierden precisión y, por extensión, todo acaba entrando en ellos. Tan genocidas serían, si flexibilizamos su significado, los atentados del 7 de octubre como la respuesta israelí. Y tan fascista es la desproporción en el uso de la fuerza como el señalamiento de quien se opone a dar por buena la santificación de Hamás y sus estrategias militares. Lo diga quien lo diga.