Gregorio Medrano: “En España tenemos que aprender a utilizar a los magníficos científicos que tenemos”
Desde su casa de Marchamalo, este doctor en Física ha recibido con alegría la concesión del premio El Espíritu de Abdus Salam.
El físico Gregorio Medrano tiene previsto viajar este verano a Trieste, Italia, para recoger el premio El Espíritu de Salam. Si la pandemia no lo impide, le harán entrega de un galardón concedido por el centro científico fundado por el Premio Nobel Abdus Salam, con quien mantuvo una estrecha relación profesional y de amistad.
Enhorabuena por este galardón. ¿Qué supone para usted, ya retirado, pero muy vinculado aún al mundo científico?
Es todo un honor por la filosofía propia del Centro Internacional de Física Teórica, que el propio Salam fundó, y tiene entre sus objetivos mantener vivos los esfuerzos del Premio Nobel por promover la ciencia en países en desarrollo. El centro de Trieste pretendió en sus orígenes, y sigue pretendiendo, romper el aislamiento de los científicos de países del tercer mundo, en los que las comunidades científicas siguen siendo reducidas. Por tanto, busca promover intercambios con miembros de esas comunidades más pobres y con menos incentivos. Trieste acoge durante unos meses a científicos del tercer mundo, para recargar sus baterías intelectuales para que vuelvan a sus países para desarrollar las simientes que hayan recogido en Trieste. Es una promoción de la ciencia en los países en desarrollo. También busca crear clones o institutos parecidos al de Trieste, no necesariamente en el campo de la Física, sino a veces multidisciplinarios o de otras ramas. Por ejemplo, yo participé en la fundación del Centro Internacional de Física para América Latina con sede en Bogotá.
¿Cómo conoció a Abdus Salam?
Para responder tengo que remontarme a 1971, cuando yo estaba buscando una beca que me permitiera realizar mi doctorado en Francia. Me enteré de un curso que iba a celebrar en el Centro Internacional de Física de Trieste sobre la Informática como un lenguaje de la Física. Pedí que me dieran una beca para ir, pues era un cursillo de verano de tres semanas. La conseguí y conocí al director del centro, Abdus Salam, que aún no había recibido el Nobel. En 1976 y en 1977 también participé en escuelas de verano al norte de Paquistán, precisamente el país de Salam. Él mismo había ayudado a organizar estas escuelas de verano. En las clases se discutía sobre cómo la Física podía ayudar a solventar necesidades de desarrollo. Los participantes de los cursos eran en su mayoría científicos de países en desarrollo. Allí apareció Salam, en un ambiente muy distendido, y en uno de nuestros paseos le sugerí la organización de algún curso en Trieste. Y parece que le gustó la idea, porque años más tarde comenzaron estos cursos, fundamentalmente en Física Nuclear.
En la motivación del premio se hace referencia a ese Centro de Estudios de la Energía que usted intentó promover en los 80 en nuestro país, pero que finalmente no llegó a materializar. ¿Qué sucedió?
Cuando empezó la España de las autonomías, y arrancó la de Castilla-La Mancha, yo estaba muy ligado a Guadalajara, pues mis padres nacieron en la capital. Y mi abuelo materno había sido secretario de pueblos como Atienza, Almoguera, Mazuecos, y eso me relacionaba también con recuerdos de mi madre, que cuando era pequeña acompañaba a mi abuelo en sus distintos destinos. El primer presidente de la Junta de Comunidades fue el catedrático de universidad Antonio Fernández-Galiano, cuyo padre, un ilustre biólogo, era de Marchamalo. Nuestros padres habían sido muy amigos e incluso compañeros de pensión durante sus respectivos estudios en Madrid. Entonces se hablaba de crear una universidad en esta región, y teníamos delante la oportunidad de dotarla de rasgos particulares. Castilla-La Mancha tenía, y tiene, minas de carbón en Ojos Negros, que es Teruel pero había parte también en Molina; centrales hidroeléctricas; la primera central nuclear española en Zorita de los Canes y la de Trillo; una refinería de petróleo en Puertollano; y también en aquella época había un experimento para generar electricidad mediante aire calentado por el sol. Yo, por mi formación como físico en el campo de la energía, propuse que la nueva universidad incorporase una rama que aprovechase esos recursos energéticos. Pedí una entrevista con Antonio Fernández-Galiano y le dije que quería organizar un simposio al que invitaría a un Premio Nobel. Porque Salam siempre estuvo muy interesado en la convivencia de las culturas cristiana, islámica y judía en Toledo y en toda España. Pocos días más tarde recibí una llamada de Agustín de Grandes, entonces consejero de Industria y Energía de esa primera Junta de Comunidades, para empezar a organizar el mencionado evento. Escribí a Salam y sugirió el mes de julio de 1981. Se celebró en el Parador de Sigüenza e incluso nos reunimos con el Rey en una audiencia a la que asistió el embajador de Paquistán. Muchos y muy distinguidos participantes apoyaron la idea de ese centro y además ofrecieron becas. Si se hubiera creado el centro, habría estado orientado a las tres culturas en las que se arraiga la española: europea, latinoamericana e islámica.
Medrano (d) y su hijo, junto a Salam.
¿Por qué no se llevó finalmente a cabo?
En 1982 hubo elecciones nacionales y regionales. Agustín de Grandes hizo todo lo posible para interesar a su sucesor en el asunto e incluso yo me entrevisté con el nuevo consejero. Ya estaban redactados los estatutos del futuro centro y rendí cuentas de lo que había hecho. Sin embargo, nunca se volvió a hablar del asunto. Pero con el Premio Espíritu de Salam, colegas de distintos partes del mundo se han acordado de ese proyecto. Porque la motivación del premio dice que la no materialización había sido una pérdida colectiva tanto para Hispanoamérica como para el mundo musulmán y Europa. Es la primera vez que se premia un fracaso. Varios colegas, al conocer la concesión del premio, se han dirigido a mí para decirme por qué no intentamos entre todos revitalizar la idea. Porque quizá si este centro no se hiciera en España, se podría hacer en el extranjero, y eso sería una segunda lástima para este país.
Medrano, junto a Abdus Salam y Agustín de Grandes, en una recepción con el Rey Juan Carlos en 1981.
Además de su carrera científica, usted tiene formación en cooperación y experiencia en asuntos europeos. ¿Cómo se combinan estas ramas?
Cuando vine de París me ofrecieron trabajo de asesor científico en una empresa de ingeniería que era la más importante de España en la época. Ahí entré en contacto con el mundo de los negocios ligados a desarrollos energéticos. Y un colega me habló de unos cursos en la Escuela Diplomática de Madrid sobre las entonces Comunidades Europeas, hoy la Unión Europea (UE). Me interesó, eran cursos de tarde, compatibles con mi trabajo. Y cuando entramos en la UE en 1986 me presenté candidato para un puesto en la Comisión Europea, en la que pasé 17 años. Yo había vivido cuatro años en París, otros dos más en sur de Francia, un año en Trieste y un año en Alemania trabajando en el campo de la energía solar. De manera que en la CE me pasaron a la Dirección General de Ciencia y Tecnología, que trata de fomentar la ciencia en los países miembros y también en países terceros. Viajé bastante a países en desarrollo para establecer cooperación con Colombia, Egipto, Sudáfrica, China, Chile, México... Era una especie de diplomático de la ciencia.
Desde su perspectiva, ¿cómo ve la ciencia en nuestro país?
Si la comparo con la ciencia que había en España cuando propuse el centro, es evidente que la mejoría ha sido enorme. En este país hay científicos de nivel internacional. Pero hay menos interés entre los ciudadanos españoles por la ciencia que el que se observa, por ejemplo, en Francia. Cierto es que las carreras científicas tienen alumnos y que no absorbemos a todos los científicos que producimos. Eso puede ser porque creo que andamos por el 1,2 por ciento de PIB dedicado a ciencia y tecnología.
¿Qué podemos hacer para cambiar eso?
Fijarnos en Suecia que dedica el 4 por ciento del PIB; en Alemania, con cerca del 3; o Francia, que supera el 2 por ciento. Parte de mi trabajo en la CE fue relacionar la ciencia con los ciudadanos. Curiosamente, un aspecto positivo de la pandemia es que nos hemos dado cuenta de la importancia de la ciencia y la gente se ha interesado más. Han aprendido cómo funcionan las vacunas y que para lograr resultados a corto plazo ha habido que movilizar los recursos de todos los países más punteros.
Una de las vacunas más prometedoras es la que se desarrolla en el CSIC. ¿Si se hubiera apostado por ella con fuerte financiación podríamos tener ya una vacuna española?
En España falta inversión pública y también mayor interés por parte del sector privado. Eso se va solucionando, pero lentamente. Tenemos todavía mucho que progresar y saber utilizar a los magníficos profesionales que tenemos.