
Hacienda
Reza lo que sepas y por lo bajinis, santíguate y sal corriendo cuando puedas. Una vez en la calle, comenta la jugada, no antes.
Como ir al médico. Una vez al año. Con el mismo temor, con el mismo respeto. Si te quitaran la silla quedarías sujeto en el aire con forma de 4, como la Pantera Rosa. Llegas con tus análisis y el operario revisa los epígrafes. “Muy bien” –te dice a continuación-. ¿Qué quiere decir “muy bien”? ¿Eso o lo contario? “Muy bien” tiene dos acepciones, las mismas del acomodador que te enchufaba con la linterna en la fila de atrás. “Muy bien” era sinónimo de “Ya se lo diré a tu padre”, a su vez sinónimo de “Te vas a enterar”; o, también, de “Machote tú”; incluso de “No te he pillado, has estado rápido”. “Muy bien”, significando tantas cosas al final no significa casi nada, sino que el significado lo trae la entonación.
“Muy bien” es la sentencia. Casi. Si va seguida de un “espere”, sinónimo de “un momento”, volvemos para atrás. Sólo vale el “Muy bien” seguido de “firme donde le he marcado tres cruces”. Aquí ya no estamos ante el médico sino ante el confesor. Reza lo que sepas y por lo bajinis, santíguate y sal corriendo en cuanto puedas. Una vez en la calle, comenta la jugada con tu pareja, pero nunca antes. Y encomiéndate.
Usted, como yo, pertenece a la gran familia de los pardillos. Usted acude con sus papeles, con el ánimo de que el médico o el confesor, curas de cuerpos y de almas, al fin y al cabo, le absuelvan de padecer algo serio en cada uno de sus dominios. De eso se trata. Hacienda te tiene cogido por ahí, exactamente. Es el brazo ejecutor del Estado. Con una mano te señala cuál es tu calle, la del consumismo. Compre lo que quiera: un coche, un piso, un máster para sus hijos, una boda de los mismos, pase por el banco y ya está. A partir de ese momento usted va por la vida más derecho que una vela, no se cantea, vota no ya lo que le pide el cuerpo sino lo que prevé que beneficia a sus intereses, aun yendo contra su ideología, más o menos, o nada, hilada. El caso es llegar a final de mes de esa cadena perpetua que usted acaba de firmar. El caso es que cada año, por Pascua Florida, comulgue ante la terminal de Hacienda. Tieso, obediente, no vaya a ser que le vayan a poner en la calle y, automáticamente, la Banca, ese clan que le chulea el rescate hasta a Rajoy –que, pobre, se las da de jefe del cotarro- se lleva lo que le prestó y lo que no, incluido el piso de sus avalistas.
En el bar de la esquina usted se tomará una de boquerones si le salió “a devolver”. A media caña, se dará cuenta del trile estatal: lo que a usted le corresponde lo tenía el Estado, por si acaso, que se lo reintegra sin intereses, naturalmente. Le devuelve menos de lo que era suyo. ¿Por qué? Saque su NIF. Mire al trasluz su noveno apellido. También en Euskadi, tras los ocho apellidos vascos reglamentarios. El noveno es “Pardillo”. Usted pertenece a la gran familia. De ese apellido no se apostata. Salvo que juegue a apellidarse Rato, o Pujol. Pero hay que tener cuajo.