Jornada laboral: "La estética por delante de la realidad"


Una de las medidas estrella de este Gobierno, el cual, cada día que pasa se encuentra más en el alambre por el éxodo de diputados al grupo mixto, es la adecuación de la jornada laboral semanal a 38,5 horas en una primera escala en 2024 y luego un hito final de 37,5 para el próximo ejercicio 2025.

En vez de hablar desde la trinchera, es necesario dar un poco de perspectiva y análisis sobre lo que están haciendo nuestros primos europeos con sus mercados laborales. Las distintas legislaciones laborales oscilan entre las 35 horas semanales de Francia y las 40 de la gran mayoría del resto de países, teniendo en cuenta que al final primas las horas de convenio sectorial o zonal en vez de los acuerdos macro de los distintos Estatutos de los Trabajadores.

Es por ello que, aunque en casi todos los países tienen las ínclitas 40 horas, en términos específicos, los convenios oscilan entre las 37 y 38,5 horas. España incluida. Eso no quita que en la práctica, las horas reales trabajadas tengan aún más rango diferencial porque no tienen nada que ver las 30,9 horas de los (mal llamados) holandeses con las 42,3 horas efectivas de los serbios.

Entre medias, por abajo, Austria (33,6), Dinamarca (34,2), Alemania (34,5) o Noruega (33,3) y por la repisa de arriba destacan Portugal, Grecia, Rumanía, Croacia o Polonia. Según datos del INE, en España, la jornada real efectiva es de 36,1 horas a la semana, un punto intermedio entre todos nuestros vecinos.

En esta última generación, mitad por la presión social y mitad por la necesidad de repartir los puestos de trabajo, la minutada anual ha pasado desde las casi 2.200 horas anuales de principios de los 80 a las 1.600 horas computadas tras la pandemia. Atrás quedan (salvo penosas excepciones) las horas extras descontroladas o los abusos laborales de antaño.

Con las cifras expuestas, es necesario recordar tres de los problemas que arrastra nuestro mercado laboral en relación tangencial con el resto de áreas de la economía. En primer lugar, existe un gravísimo problema de conciliación familiar. Actualmente existen enormes discrepancias entre los horarios comerciales y de oficina, entre los horarios colegiales y tribales así como en las expectativas de crianza y convivencia. La conciliación no debe ser solo unilateral por parte de las empresas para cuadrar cargas laborales entre personas con o sin libro de familia, sino que debe ser un esfuerzo donde el Estado mira para otro lado.

En segundo lugar, aparece el tema económico. Es imposible ahora mismo, con la cifras de tipos de interés, inflación y salarios medios, mantener un hogar con menos de dos sueldos en comparación con nuestros padres. Benditos los tiempos donde, con un sueldo, el cabeza de familia podía disfrutar o de casa en el pueblo o de casa en la playa. Malditos los tiempos donde la solución habitacional a los 40 sigue siendo el co-living en las grandes ciudades.

Y por último, la productividad y los escasos márgenes empresariales de las pymes. No todos los empresarios ganan dinero como para dibujarles con la chistera y el puro, sino que España (por desgracia) es un país de autónomos, más cerca ya de la subsistencia que de la acumulación burguesa del capital. Ni más ni menos, así nos luce el pelo. Pero que nadie se confunda. Si alguien tiene media hora más al día, cierto es que podrá dedicarlo a otros menesteres, pero si sigue teniendo las mismas deudas y los mismos ingresos que ayer, poca variación tendrá efectiva. La estética por delante de la realidad una vez más. 

La gran mayoría de medidas, deberían pactarse dentro de un marco amplio de diálogo con los agentes sociales y no mediante imposiciones unilaterales del gobierno, sea del tipo que sea. Hay gente que valorará más esos 30 minutos con su familia y podrá incluso conocer a sus hijos y otra gente que a lo mejor necesita echar horas extras (regladas, pactadas, incentivando producción...) para llegar a fin de mes e incluso prosperar (algo que a día de hoy parece que está mal visto).

¿Es necesario que el redil de negociación entre adultos sea cada vez más estrecho? Pues es hacia dónde vamos. Un país donde esté permitido crecer como empresa pero no se tolera e incluso se penaliza el disminuir tamaño. Un territorio donde la obligación sea contratar más gente (e incluso repartir miseria) en vez de incentivar el esfuerzo individual.

Veo los principios y valores que me han inculcado mis padres y empiezan a ser exóticos en un mundo donde los filtros de Instagram se han comido la libre elección, la cultura del esfuerzo y la satisfacción del trabajo bien hecho. Como (mal) dicen los mentideros de algunos sectores, esta reducción de jornada solo va a traer consigo que el programa de Pablo Motos dure media hora más. En unos pocos años hemos pasado de ser hormiguitas a clones de Trancas y Barrancas en un país donde las cigarras se expatriaron fiscalmente a Andorra.