Estanflación


Tengo una enorme admiración por mi padre. Aparte de regalarme el nombre y dos apellidos e inculcarme el gusanillo de la ciencia económica, entre discusión y controversia derivado de la gestión de una empresa familiar y de un salto generacional de tres décadas y media, hemos podido hablar múltiples veces de lo que nos une, que es un amor a veces irracional por nuestra vocación.

Lo he dicho en múltiples ocasiones y no me cansaré de decirlo: mi padre es infinitamente mejor economista que yo, ya que viene de una escuela de economistas de mediados de los 70 en la Complutense que han sido la flor y la nata de este conocimiento en España. Los Arnaiz, Castañeda, Fuentes Quintana o Sampedro han sido los padres de nuestra formación, incluso bien entrado el siglo XXI. Sin hacer de menos a mis queridos maestros de Plaza de la Victoria de Alcalá de Henares; cuando paso por su despacho para ver su orla, me da una mezcla de orgullo y envidia sana por lo que ha mamado.

Eso sí, el hecho de que mi padre sea mejor economista, no quita que cada uno tengamos nuestras aficiones. Mi querido Peñas Bronchalo es microeconomista clásico. De esos que miran los impuestos aplicados al ciudadanos y a la pyme y su querido Peñas de Pablo es macroeconomista, de los que ven las demandas u ofertas agregadas. Él analiza y controla el impacto de los impuestos en una economía doméstica y yo estudio y observo dicho impacto en múltiples familias. Misma cara de una moneda, porque todo está conectado. Y nada es gratis.

    Este pequeño preámbulo, sirve de punto de partida a una conclusión a la que ambos llegamos cuando compartimos mesa y mantel mientras vemos el telediario. Este Trump está como una fulana barbón (para los de la ESO, como una puta cabra) y no puede someter a todo el mundo ni a ocho mil millones de personas a arrebatos de ego o de testosterona mal aliñada según sus propios intereses.

No dudo de que lo que quiere hacer es disimular dos aspectos que nadie ha tenido en cuenta, como son tratar de debilitar el dólar para conseguir que haya una ventaja competitiva en su país (querido lector, piense que el mundo, aunque cada vez menos, se mueve en dólares y es lo que demanda) y para tratar de paliar la enorme deuda que arrastran los Estados Unidos de América. Si USA fuera dominante, no estaría a estas cosas, pero “algo huele a podrido en Washington” y esta situación está provocando que nuestro ínclito pelinaranja suplique porque haya algún país tercermundista que le bese el culo. Ni mucho menos. Igual que es totalmente factible pensar que la Unión Europea fue un constructo americano tras la Segunda Guerra Mundial, en ningún momento se ha querido pensar que un mercado de 450 millones de personas con un alto poder adquisitivo quiera ir en contra de sus propios valores occidentales, pero el tito Donald está presionando para que Bruselas mire con ojos cariñosos a Pekín y la influencia china en el nuevo mundo. Es normal que Pedro Sánchez viaje a Oriente a ver nuevos mercados y obviamente, tendrá que defender los intereses de nuestros exportadores. No todo van a ser obleas para el marido de Begoña. 

    En todo caso, el panorama es claro. Si se vende lo mismo a mayor precio hay estabilización de crecimiento y mayores precios, lo que es el modelo japonés clásico de estanflación. Todo cuesta más pero para llegar a lo mismo. Esto genera menor poder adquisitivo en las familias y también menor beneficio empresarial, ergo al corto plazo, un impacto negativo en el empleo y en el déficit público que terminan pagando los estados a través de recortes o más impuestos. Estamos en un momento de incertidumbre y el padre de su hijo y el hijo de mi padre solo se ponen de acuerdo en una cosa: no es momento de experimentos y de creerse más listo que nadie. Que el mundo de los próximos años le pille con la menor deuda posible y prepárese para lo peor, por si acaso, no sea que ni mi padre ni yo tengamos razón.