La eterna imagen de Sigüenza


Presentará su candidatura a ser declarada Ciudad Patrimonio de la Humanidad

Hace unos meses, una esperanzadora noticia alcanzaba las páginas de actualidad. La histórica ciudad de Sigüenza, el segundo destino turístico de Castilla-La Mancha, presentará su candidatura a ser declarada Ciudad Patrimonio de la Humanidad. Un acreditado título internacional, otorgado por la Unesco, que reconoce, garantiza y protege la conservación del patrimonio histórico y medioambiental de las ciudades que logran conseguirlo.

El nacer de la candidatura era anunciado, en el emblemático castillo de la localidad, hoy transformado en Parador de Turismo, por el presidente castellano-manchego, Emiliano García Page, en compañía de la alcaldesa de Sigüenza, la periodista María Jesús Merino, la primera mujer que gobierna el municipio. Días después, el pleno del ayuntamiento aprobaba por unanimidad la constitución de un Consejo Rector, encabezado por Antonio Fernández-Galiano, presidente de Unión Editorial, la empresa editora del diario El Mundo. Un órgano, de carácter consultivo y deliberante, dotado de funciones de información y de asesoría.

Conviene recordar también que, desde septiembre del año pasado, el ayuntamiento seguntino y la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, en gozosa alianza, proyectan y preparanlos actos conmemorativos del IX Centenario de la Reconquista de Sigüenza, a celebrar en el año 2024. Una brillante celebración que rememora un conocido suceso, citado desde antiguo en relatos y crónicas, acaecido el día 22 de enero de 1124, festividad de san Vicente, cuando el monje cisterciense Bernardo de Agen, primer obispo medieval de Sigüenza, al frente de una tropa castellana, conquista la ciudad tras cuatrocientos años de presencia islámica en estos territorios. Eran los tiempos de la reina Urraca de Castilla, quien concede al prelado la carta puebla de la urbe.

La candidatura a Patrimonio de la Humanidad y el IX Centenario, grandes iniciativas de notable y valioso alcance, cuentan con el respaldo y la estrecha colaboración, entre otras instancias, del obispado de Sigüenza-Guadalajara, del cabildo de la catedral seguntina, de la Diputación de Guadalajara o de las Cortes regionales.Todos estamos llamados a colaborar en tan históricas y notablesactividades, que llevarán a Sigüenza a ocupar una posición de privilegio entre las capitales culturales de España. Tiempo habrá para comentar todo ello.

Con el trasfondo de tan magnas efemérides, queremos evocar la muy bella y atrayente panorámica de Sigüenza, al ser contemplada de lejos desde cualquiera de sus bordes exteriores, asentada sobre la falda de una colina que mira el norte, a mil metros de altura sobre el nivel del mar. Una armoniosa y paradigmática imagen urbana, de compacta traza, coronada por la pétrea mole del castillo, enérgico y palaciego baluarte, y agrupada alrededor de la silueta gótica de la catedral, que se ciñe, ya en el llano, con el tapiz verde de la Alameda. Sorprendente perfil de fuga, que discurre desde la cumbre del cerro hasta la ribera del río Henares, cantado por escritores y poetas, grandioso fruto de una historia de siglos.

En la imagen urbana de Sigüenza se distinguen y entrelazan tres núcleos claramente diferenciados: la ciudad medieval, la ciudad renacentista y barroca y la ciudad ilustrada. En torno de la cimera estampa del castillo se aglutina la ciudad medieval, sede y morada de aquellos obispos seguntinos que en la iglesia eran clérigos, en la población, señores y soldados en el campo de batalla. La rocosa pujanza del medievo castellano se enseñorea de este viejo recinto, donde se ubican las misteriosas Travesañas, la señera calle Mayor, la judería, los arquillos y murallas, la antigua plaza del Concejo y las iglesias románicas de Santiago y san Vicente.

Como una prolongación de la ciudad medieval y a veces inserta en ella, se descubre la ciudad renacentista y barroca, moteada de mansiones y palacios, surgida de la mano de uno de sus más egregios prelados, el poderoso cardenal Mendoza, que bosqueja las directrices de la posterior expansión urbana. La exquisita plaza Mayor, de itálicos rasgos, y la construcción del actual centro de Sigüenza son los hitos relevantes del siglo XVI, el siglo de oro de la ciudad.El conjunto renacentista es completado con la iglesia de santa María de los Huertos y la ermita del Humilladero, además de las edificaciones barrocas del palacio episcopal, la antigua universidad, el Hospicio, Real Casa de Enseñanza y Misericordia, y el convento de san Francisco.

En la vega del río se asienta la tercera urbanización histórica de Sigüenza, la ciudad ilustrada, mandada construir en el siglo XVIII por el obispo Juan Díaz de la Guerra, al proyectar el geométrico barrio de san Roque, ornado después con el llamado palacio de Infantes. A este hermoso y singular espacio se suma el risueño paseo de la Alameda, gran jardín neoclásico diseñado en los primeros años de siglo XX. 

 A media ladera, sobre un pequeño altozano, surge la esplendorosa estampa de la catedral,sugerente muestra del camino recorrido por el arte cristiano desde la época medieval. Su monumental fachada, flanqueada por dos recias torres almenadas, de guerrero especto, custodia un esbelto interior, cubierto por altas bóvedas de gótico dibujo, engalanado por diversos altares y capillas dignos de ser admirados. Entre otros, el retablo de santa Librada y el mausoleo de Fadrique de Portugal, ambos de estilo plateresco, la capilla de la Anunciación y la capilla Mayor, ornada con un gran retablo barroco, y la sacristía de las Cabezas, de excelente gusto manierista, diseñada por Alonso de Covarrubias.

Las salas y dependencias del claustro de la catedral componen un espacio museístico en el cual se exhiben, además de otras enjoyadas piezas, dieciséis fastuosos tapices flamencos, en dos distintas colecciones, tejidos en Bruselas allá por el siglo XVII, y un delicado óleo, La Anunciación, obra de El Greco. 

En una capilla del extremo sur del crucero, los visitantes quedan deslumbrados ante la deliciosa estatua yacente de Martín Vázquez de Arce, el Doncel de Sigüenza, un joven caballero muerto en las guerras de Granada. Con su muerte nacía un mito, la leyenda del elegante Doncel, inmortalizada en piedra de alabastro. Su enigmática mirada, mudadiza entre la vida y la muerte, entre la fe y la duda, entre el ser y la nada, llena la capilla de un soplo de eternidad. Sus ojos, que apenas se fijan en el libro que sostiene entre sus manos, vacilan entre el deseo de levantarse y volver a la batalla o continuar meditando sobre sus afanes truncados. 

José Ortega y Gasset, ante tan espléndida representación, exclama: “Este mozo es guerrero de oficio. Lleva cota de malla y piezas de arnés cubren su pecho y piernas. No obstante, el cuerpo revela un temperamento débil y nervioso. Las mejillas descarnadas y las pupilas intensamente recogidas delatan sus hábitos intelectuales. La historia nos garantiza su coraje varonil. La escultura ha conservado su sonrisa dialéctica”. Ahora, la turbadora figura del Doncel se ha convertido en el rostro emblemático y turístico de la ciudad de Sigüenza. 
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Javier Davara es profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid.