UNA HISTORA DE ‘LUCES Y SOMBRAS‘: La lucha diaria de los boticarios para sacar de la UCI a las farmacias rurales


La continuidad del servicio farmacéutico en los pueblos se ve amenazada. En los últimos tres años han cerrado cuatro farmacias en la provincia de Guadalajara. La despoblación; las jubilaciones de los propietarios de estos negocios, sin traspaso posible por la falta de personas dispuestas a hacerse cargo; los horarios y la distribución de las guardias (24 horas para no atender a paciente alguno en el 90 por ciento de los casos) son los lastres que necesitan soltar.

Pero la vocación siempre está presente. Estos profesionales del altruismo nunca dicen “no” cuando un vecino le ruega que le abra su despacho. Los farmacéuticos de las zonas rurales de la provincia prestan un servicio público arriesgando un capital que es privado, con una clara vocación de ayuda a la comunidad. 

Esther Jiménez Abánades, farmacéutica de Alcolea del Pinar, tiene un pálpito: “En cinco o seis años no quedará ninguna en estos pueblos de la provincia; descendemos, desafortunadamente, a razón de cinco vecinos anuales”. 

 

“La parte positiva que compensa nuestros problemas cotidianos es la satisfacción de estar en permanente contacto con nuestros mayores, que, por encima de ser clientes,  son amigos”, señala la secretaria del Colegio de Farmacéuticos de Guadalajara, Concepción Jaraíz, algo en lo que coinciden la amplia mayoría de los boticarios de la provincia. Sin embargo hay que buscar un balance entre satisfacción personal, profesionalidad y rentabilidad, porque no siempre este sacrificio es proporcional a los ingresos económicos. 
    

En la provincia de Guadalajara hay dadas de alta 145 farmacias, 40 de ellas en la capital, 12 en Azuqueca de Henares y el resto en pueblos, distribuidas en 17 zonas farmacéuticas, que tienen asignadas guardias en función de las Zonas de Salud.  Aquellas situadas en la Sierra Norte y Señorío de Molina, en su mayoría en localidades que no superan el centenar de habitantes, se ven afectadas profundamente por la despoblación
    

Alcolea del Pinar forma parte de una zona que abarca una amplísima extensión de terreno conformada por decenas de municipios, entre el Ducado y el otro lado de la   A-2. Cuenta con cuatro farmacias autorizadas, según Orden 4/2021, de 15 de enero, de la Consejería de Sanidad, por la que se determina el Mapa Farmacéutico de Castilla-La Mancha. Para dar cobertura a este área hay boticas en Saelices de la Sal (50 habitantes), Anguita (163 ‘almas’), Maranchón (220 residentes) y Alcolea (321). La farmacéutica de este último municipio, Esther Jiménez Abánades, tiene un pálpito: “En cinco o seis años no quedará ninguna en estos pueblos de la provincia; descendemos, desafortunadamente, a razón de cinco vecinos anuales”. 
    

 “Las farmacias rurales tienen cada vez menos pacientes”, ilustra la secretaria del Colegio de Farmacéuticos de Guadalajara, Concepción Jaraíz. “En la capital hay 40 farmacias para 85.000 personas viviendo, en cambio, hay pueblos con farmacia que tienen menos de 100 habitantes”, lamenta. 
    

Según datos proporcionados por el Colegio Oficial de Farmacéuticos de Guadalajara, al que por ley deben colegiarse los profesionales del ramo, en los últimos tres años se han dado de baja cuatro establecimientos en Villanueva de Alcorón (2021), Romanones (2022), Sayatón y Torremocha del Campo (2023).
    

Casos como el último son un buen ejemplo de lo que sucede: el propietario de la botica se jubila y directamente la cierra, porque no localiza a alguien dispuesto a trasladarse a vivir al pueblo para desarrollar una profesión muy sacrificada y con cada  vez una rentabilidad menor. Solo hay dos formas de recuperar el servicio: a través de un traspaso o de un concurso, que convoca la Consejería de Sanidad.  
    

Sin embargo hay una única excepción. En Alcocer, gracias a las gestiones conjuntas de la farmacéutica y el Ayuntamiento, la botica se ha logrado traspasar. Algo que parecía imposible se ha conseguido, gracias a la enorme divulgación que ha tenido en redes sociales y medios de comunicación. 

José Luis Sotillo lleva 36 años al frente de su establecimiento en Saelices de la Sal. Él es uno de los farmacéuticos más veteranos de la provincia. Tiene 65 años y se encuentra bien físicamente, con lo que piensa mantener abierto su despacho hasta que pueda. “Mi hija está estudiando farmacia, pero no sé qué decisión tomará cuando acabe, sobre todo si las condiciones en la farmacia rural empeoran aún más”, lamenta. 
    

Tener un  servicio de este tipo tiene una cara y una cruz, asegura José Luis Sotillo. “La vida rural me parece bastante buena, pero las condiciones de trabajo son muy malas”. Hay zonas que “están muy lejos de todo”. Pone el ejemplo de Villanueva de Alcorón: “Cerró y queda muy apartada de la farmacia más cercana y los botiquines son una solución a medias”. 
  

Para suplir la carencia de establecimientos se abren botiquines, como es el caso de  Villanueva de Alcorón y Torremocha del Campo. En la actualidad permanece en vigor una subvención de la Junta que está destinada a los ayuntamientos con núcleos de población que se encuentren en zonas escasamente pobladas o en riesgo de despoblación, así como en las zonas rurales intermedias con predominio de actividad agrícola que hayan perdido población durante los cinco años anteriores al 1 de enero de 2021 y que cuenten en su territorio con un consultorio local, pero no dispongan de oficina de farmacia, ni botiquín, reza la Orden 175/2023, de 9 de octubre, de la Consejería de Sanidad.
    
Malas condiciones de trabajo
La distribución orográfica y poblacional hacen que nadie esté dispuesto a asumir la continuidad de cualquier negocio farmacéutico, porque, en su mayoría, tienen horario partido de mañana y tarde, lo que hace que haya que trasladarse a vivir y pagar un alquiler.

 “No hay nadie dispuesto a trabajar en esas condiciones”, asegura Concepción Jaraíz de la Sierra (derecha), propietaria de una oficina de farmacia en Brihuega. Ella asegura que no puede permitirse una jornada continua ya que –asevera- necesitaría a un personal harto difícil de encontrar, pese a que el Consejo General de Farmacéuticos y los colegios disponen de un portal de empleo. 
    

“En muchos casos abren farmacias en los pueblos para lograr puntos y conseguir una de nueva apertura en una ciudad”, aporta el boticario de Saelices de la Sal
  

 En Brihuega trabajan dos farmacéuticos y dos técnicos. Además de cubrir su jornada habitual tienen que hacer entre 8 y 9 guardias mensuales y asistir el botiquín de Valdeavellano una vez cada 15 días. Tiene dos empleados con una media de dos años trabajando y uno de ellos se está preparando unas oposiciones. “En cuanto encuentran algo mejor se marchan”, lamenta Concepción Jaraíz. 
    

El número de guardias es excesivo”, critica. Estas tienen una particularidad, respecto a las que realizan en otros sectores, derivada de la condición de autónomos de sus propietarios. “Cuando habitualmente se hacen guardias, al día siguiente se descansa y se percibe una remuneración adicional”, ilustra. En cambio –continúa- “el farmacéutico no ingresa ese dinero y ni tiene día de descanso”. En el caso de la de Molina, Sigüenza y Marchamalo hay dos farmacias en cada localidad. Las hacen día sí y día no. 
    

La farmacia de Anguita es una de las cuatro que dan cobertura a la zona del Ducado y a las inmediaciones del eje de la A-2, en la zona de Alcolea del Pinar. 

La figura del boticario es vocacional. “Hay veces que el paciente no se puede mover”, lamenta. “Independientemente como sea la ley, hacemos el trabajo de facilitarles la vida”, señalan en el Colegio de Farmacéuticos. 
 Son los problemas y lo paradójico de un servicio público definido por la legislación desarrollada por la Consejería de Sanidad, prestado por capital privado que se pone en riesgo. 

 

La conciliación de la vida familiar y laboral y el  futuro de los despachos, espada de Damócles.

Alejandro Gálvez, de 35 años, farmacéutico de Hiendelaencina. Se casó el 7 de octubre de este año. Un día de cada tres tiene que hacer guardia, al igual que los dos despachos más que conforman esta zona de la Sierra Norte, Galve de Sorbe y Atienza. Dan servicio a 25 poblaciones. “Si tengo un hijo y me cojo una baja de dos meses, ¿quién llevará la farmacia?”, se pregunta. Por la situación geográfica es prácticamente imposible hallar a alguien dispuesto a suplirle y, en cualquier caso, no podría pagarle la cantidad de horas que tendría que echar. Su mujer vive en Guadalajara y él se traslada a diario a Hiendelaencina, excepto cuando tiene guardia, que se queda, con la dificultad que conlleva la conciliación familiar. La secretaria del Colegio de Farmacéuticos de Guadalajara, Concepción Jaraíz, tiene en mente una ambiciosa iniciativa: “Añadir al salario la vivienda gratuita”. De esta forma las posibilidades de encontrar empleados en caso de necesidad aumentarían, a lo que se sumaría una mayor estabilidad de la plantilla contratada. Esta situación, sumada a las guardias, afecta a la conciliación de su vida familiar y laboral.