La hora de Guadalajara

13/07/2020 - 22:20 LUIS MONJE CIRUELO

Artículo publicado en Nueva Alcarria el 22 de julio de 1959

Transcurrirán probablemente muchos años hasta que a Guadalajara se le presente otra ocasión tan propicia como la que estamos viviendo para convertirse en una ciudad próspera y floreciente. Si no aprovechamos esta coyuntura tendremos que lamentar siempre nuestra apatía e indiferencia. Vive Guadalajara unos momentos tan decisivos que posiblemente necesitemos la perspectiva del tiempo para darnos cuenta de su trascendental importancia. Este verano de 1959 se ventila el ser o no ser de nuestra ciudad. En la mano tenemos el dejar ya de una vez para siempre esta mediocridad provinciana que nos abruma, o el continuar inmersos en ella eternamente viendo como nuestros obreros emigran por falta de trabajo o se anquilosan bajo patronos que hacen de esta situación palanca para su medro.

La oferta realizada por el Ministerio de la Vivienda es poco más o menos lo que soñábamos todos desde que el pasado mes de diciembre se creó la Comisión Interministerial encargada de la descongestión de Madrid. Pero debemos confesar que, aun en los momentos de mayor optimismo, nunca pensamos que se nos iban a poner tan bien las cosas. Eran -y son- muchas las poblaciones interesadas en estos planes de desconcentración, y Guadalajara bien podía haberse quedado relegada a un segundo término, como lo ha sido en tantas otras cosas. Aun siendo elegida, podía haberlo sido con toda clase de exigencias y requisitos, y con el fantasma de la expropiación forzosa por delante. En vez de eso, he aquí que el Ministerio llega y ofrece un precio justo y razonable por las tierras que desea comprar, y no ejerce más presión sobre los propietarios de ellas que la adverten-cia, en caso de desacuerdo, de renunciar a Guadalajara como ciudad satélite de Madrid, renuncia lógica si consideramos que en otras ciudades le han sido ofrecidos al Ministerio terrenos y privilegios que aquí tiene que comprar.

¿Qué pensaríamos del propietario que tratara de jugar al alza con sus fincas boicoteando las legítimas ambiciones de la ciudad? Tal vez nunca haya ocasión de contestar a esta pregunta, a juzgar por el ambiente que se respiraba entre los propietarios asistentes a la reunión celebrada recientemente en el Ayuntamiento. Mayores sacrificios serían capaces de hacer por su patria chica casi todos los propietarios afectados que el de renunciar a unos problemáticos beneficios -tal vez no mayores que los que les ofrece el Ministerio de la Vivienda-, que a la larga no les compensaría de vivir en una población pobre y entristecida.

Podría dar yo aquí, sin pecar de indiscreto, los nombres de varios propietarios que en la misma reunión con el alcalde dieron, en conversación privada, su conformidad a la venta, aun sin conocer exactamente las condiciones, fiados ùnicamente en las manifestaciones de don Pedro Sanz Vázquez. Como estos pocos, harán seguramente los demás, tan buenos alcarreños y amantes de su patria chica como los primeros, aunque quizá más circunspectos y reservados. No se trata, por tanto, de regalar unos terrenos, sino de venderlos quizá a un precio superior a su valor real.

Hora es ya de salir de nuestra abulia tradicional, a la que aludía el goberna-dor civil, señor Pardo Gayoso, en su intervención. No podemos esperar que por arte de birlibirloque se nos monte una ciudad industrial y se nos duplique la población. Algo hemos de hacer también nosotros: unos, con el relativo sacrificio de sus propiedades; otros, con su aportación pecuniaria si se llegaran a tomar medidas impositivas; algunos, creando ambiente en las esferas nacionales con la palabra y con la pluma; los más, no regateando su colaboración a las autoridades y secundándolas en todo momento. Entre todos debemos convertir nuestra ciudad en una Guadalajara grande y hermosa, con doble o triple número de sus 23.000 habitantes actuales, y con muchísimas más comodidades.

En realidad, las comodidades se nos darán por añadidura, pues si de veras se pretende crear un núcleo urbano para la descongestión de Madrid, mal van a venir a nosotros los que en principio pensaron ir a vivir a la capital de España si aquí no disfrutan de un ambiente agradable. El problema de la traída de aguas del Sorbe, por ejemplo, será uno de los primeros que tendrán que darnos resuelto, y sospechamos que eso nunca ocurrirá si Guadalajara no es designada ciudad satélite de Madrid.

Vivimos, pues, una época cargada de responsabilidades. Ante las futuras generaciones alcarreñas tendremos que responder de nuestras decisiones actuales, en las que no caben medias tintas: o lo damos todo por un futuro mejor para nuestra ciudad y nuestros hijos, o nos cerramos de banda y negamos el pan y la sal a quienes, buscando la descongestión de Madrid, vienen a ofrecernos graciosamente un espléndido futuro.