
La pena del olvido
Hay una pena mayor que la que imponen los jueces o los telediarios. Es la pena del olvido, del “no ser”, que diría Hamlet. En un Alzheimer colectivo, los españoles hemos decidido olvidar a nuestro Rey Emérito confinándole a la desmemoria en tierras de oriente, precisamente ahora que a algunos les da por rearchivar nuestra memoria a golpe de decreto con tal de ahormar una Historia que no se puede moldear.
Salvo algún oportunista, que recurre facilonamente al monarca para camuflarse de su propio personaje. Me refiero al pelota mayor del reino, el tal Revilla, ese que le da igual ser falangista, líder de un sindicato vertical o acostarse con el PP o PSOE con tal de seguir en el machito, que va de eso, fumándose un puro más grande que su escasa moral para después negarlo. Ahora pretende mancillar a don Juan Carlos con humoradas baratas después de que se pasó su reinado hincando la cerviz en las anchoas con tal de salir con él en la foto. El bufón mayor del reino convertido ahora en látigo inquisidor. Vivir para ver.
Cuando estas líneas salgan a la luz, don Juan Carlos I cumplirá 85 años. En tan prolongada vida, no es difícil apreciar con cierta perspectiva su trayectoria y a pesar de que los desmemoriados sólo se acuerdan de lo que quieren, no basta con valorar sus “minutos de la basura”, los últimos y ya inútiles, en expresión que se utiliza en baloncesto cuando el marcador ya ha sentenciado el resultado a pesar de que todavía el partido no ha finalizado, se trata de analizar toda su duración, desde el minuto uno.
Don Juan Carlos heredó todos los poderes con los que Franco murió, es decir, absolutos. Desde mucho antes, ya había diseñado el plan para convertir a España en un país democrático conforme a los tiempos y su pertenencia a Europa y lo hizo con bastante más generosidad y lucidez que la de muchos que protagonizaron dicho cambio. Tanto es así que sorprendió incluso a la oposición interior y exterior logrando una Transición que se sigue estudiando en todo el mundo como modelo de cambio político. Tuvo que granjearse el afecto y cariño de un pueblo que le veía como a un desconocido. Luchó como nadie por los intereses de España y consiguió en poco tiempo no sólo el respeto sino la admiración internacional de los países más avanzados. Convirtió nuestras empresas en potentes multinacionales, creó riqueza y no digamos puestos de trabajo. España se convirtió en una referencia mundial.
Todos los que entonces babosearon por aparecer en su entorno, como el bufoncillo, pronto mutaron al enterarse de, sin duda, sus errores con su propia administración y la de sus pasiones. Aún sin estar afectado por causa judicial alguna, archivada cualquier investigación, dicen que cobró presuntamente de algún Estado amigo. Desde luego mucho menos de lo que nos cuesta, por ejemplo, la TV3 a todos los españoles. Pero nuestro Rey ya está condenado, y Sánchez sabe que no se beneficiará de la rebaja de las penas por malversación, porque a don Juan Carlos le ha condenado por otras razones. Felicidades, majestad.