La primera huella de dinosaurio en Rillo de Gallo


Existen determinadas efemérides en nuestros pueblos que pasaron al olvido con el transcurso de los años, sin que tengamos tiempo para detenernos a repasarlas por la velocidad a la que van los acontecimientos. Bien merecen que los recordemos y actualicemos en lo posible, evocando lo que en aquellos tiempos pasó. Este es el caso de la primera huella de dinosaurio encontrada en España.

Rillo de Gallo fue el primer lugar de España en que se encuentra una huella de dinosaurio. No fue ni en Teruel ni en Rioja, fue un vecino del lugar el que en 1896 encontró “la pata de piedra de un ‘bicho’ “. La huella se halla hoy día en la Colección de Paleontología de Vertebrados del Museo Nacional de Ciencias Naturales. A continuación vamos a rastrear todos los aspectos que el acontecimiento mereció y merece. Dos instituciones participan en este análisis, con una actuación fundamental en el tratamiento que se dio a la huella de dinosaurio descubierta en 1896. Por un lado apuntamos hacia la Sociedad Española de Historia Natural y por otro nos detenemos en el  destino final que tendrá la huella depositada en el Museo Nacional de Ciencias Naturales.

Quién encuentra la huella de dinosaurio
En base a los diversos documentos de la época reconstruiremos el papel que varios personajes tienen en el hallazgo de la huella y su posterior tratamiento. Entre otros testimonios, además de las dos instituciones que acabamos de mencionar y que juegan el papel central, se halla el reportaje que publicó el periódico de aquellos tiempos La Crónica (periódico político y de intereses generales de la provincia) del 14 de agosto de 1897, sobre “Una huella de Cheirotherium”.
Los personajes que jugaron un papel fundamental son cuatro y pasamos a enumerarlos.

1. El “campesino” de Rillo que la encuentra –años antes de 1896– y regala la pata del bicho a nuestro siguiente personaje Luís Díaz Milian.  También le regala varias monedas romanas y árabes, dedales de cobre y otros objetos arqueológicos.

2. Luís Díaz Milian, hijo del marqués de Embid entonces, diputado por Molina, residente en Madrid, que recibe y conserva la huella. Ilustre historiador del Señorío molinés, a principios de siglo tuvo la titularidad del marquesado. Este marquesado fue propietario de una casa en Rillo, que todavía conserva su escudo y lleva grabado “Año 1788”.

3. Anselmo Arenas que visita el pueblo en septiembre de 1896 para investigar si la antigua Ercávica pudo estar en Molina la Vieja, como afirmaban otros historiadores. El “labriego” que le acompañaba le menciona la pata encontrada unos años antes. Posteriormente en un viaje por la comarca de Molina con nuestro cuarto personaje (Salvador Calderón) le cuenta el descubrimiento y le presenta al Sr. Díaz Milian.

4. Salvador Calderón, académico de la Sociedad Española de Historia Natural, presidida entonces por don Santiago Ramón y Cajal. En el momento de ver la huella reconoció que se trataba de un Cheirotherium y, tras una consulta con el Sr. Gaudry, lo presentó en la Sociedad, el 17 de enero de 1897, con un informe.

 

Salvador Calderón nos describe la huella así “se trata de la impresión en relieve de la pata posterior izquierda de un dinosaurio ornitópodo, poco conocido, llamado Cheirotherium”. Afirma que el hallazgo es importante e idéntico a los encontrados en otros países europeos, primero en Alemania, después en Inglaterra y Francia. El terreno en que se encuentra es de areniscas rojas y blancas micáceas, alternando con pudingas de condiciones idóneas para la formación y conservación de la huella. Recordemos que de esta zona son bien conocidos los “Limos y Areniscas de Rillo” en el Triásico, en el mundo de la geología son afamados y sobre los que se han hecho gran número de estudios por los geólogos más prestigiosos.

Cómo llega al Museo Nacional de Ciencias Naturales
Una vez confirmada que era una huella de Cheirotherium se hicieron vaciados de escayola, una de cuyas copias la llevó al Museo de Historia Natural con algunas actuaciones que lleva a cabo Anselmo Arenas: “Hemos sabido que con posterioridad el señor Arenas, comprendiendo que el gabinete de Historia Natural de este Instituto era acreedor a tener un fósil de tanta importancia, hallado en su jurisdicción, lo ha regalado al director del mismo, y que el señor Arce, como buen alcarreño, lo ha colocado en el gabinete del establecimiento que rige, donde nuestros abonados podrán admirarlo”.

El 7 de octubre de 1901, Díaz Milian envía el fósil de Rillo al conde de Romanones. De cómo llega al Museo nada mejor que remedar su escrito, que adjuntamos, por el que regala “una impresión en relieve de la pata posterior izquierda de un Cheiroterium”, a Álvaro de Figueroa como ministro de Educación Pública y Bellas Artes, para que “se sirva darle la aplicación que estime oportuna”. Entonces dona el ejemplar al Museo, con el consiguiente agradecimiento de la Junta Directiva de este centro, que adquiere el compromiso de hacer constar su nombre tanto en el libro de registro como en el letrero público del ejemplar. Y que el Sr. Conde de Romanones fue su donante.


Estudio completo de la huella
Según Calderón este animal no se trataba de un anfibio, sino de un reptil, y más concretamente de un dinosaurio. Justifica esta idea por considerar que este tipo de huellas fueron producidas por animales que, como los dinosaurios, se apoyaban fuertemente en el suelo y no por seres, como los anfibios, que se arrastraban. Además, para él, “la huella de Rillo es notable por su buena conservación, que permite ver claramente los cinco dedos de la pata del animal, las papilas duras de la piel y las estrías producidas a los lados de los dedos”. Las huellas de papilas duras en la planta, delicadamente grabadas, recuerdan la disposición que ofrecen las patas fuertes de los lagartos, y no la piel blanda de los batracios.

Las óptimas condiciones que tiene la huella siguen siendo excepcionales y no han sido superadas por los ejemplares encontrados posteriormente, como hemos podido comprobar y lo confirman en la Colección de Paleontología de Vertebrados del Museo Nacional de Ciencias Naturales.

El mejor estudio que sobre la huella se ha elaborado, ya en nuestros días, es el de Díaz-Martínez y Pérez-García, donde se analiza con todo detalle en un trabajo muy concienzudo. Este espécimen, dicen, conserva dos tipos de marcas en la piel. Las primeras son estriaciones paralelas producidas durante la penetración y el retiro del sustrato. Las segundas están rodeadas de escamas poligonales en la única superficie de la huella, que se impresionaron durante la fase de soporte de peso, cuando el pie transmitió presión al sustrato y se mantuvo en una posición estable.

Presentamos aquí, nos dicen en el trabajo, una revisión del registro de huellas de chirotheriid de España. Se observa que este registro, distribuido en gran parte del territorio español, es relativamente diverso. Debido a esto, el registro de huellas de chirotheriid de España probablemente podría ser importante para futuros estudios de la icnodiversidad y paleobiogeografía del Triásico Europeo. Por tanto, es necesario volver a examinar los estudios anteriores para completar con éxito estos análisis.

Por el interés que tiene el informe que elevó a la Sociedad Española de Historia Natural por Salvador Calderón, merece que destaquemos algunas cosas de lo que dice como conclusión: “sería de desear se realizaran ulteriores exploraciones en las cercanías de Rillo, las cuales es de esperar proporcionarán mayor número de pistas de estos singulares animales, que únicamente han suministrado hasta aquí las huellas de su paso, las cuales constituyen, sin embargo, objetos por extremo interesantes, como testigos de su existencia y modo de vivir de los vertebrados de tan remotos tiempos”. Hoy día se encuentran numerosos ejemplares procedentes de Rillo de Gallo en el museo Geominero de Madrid. En este mismo sentido y siguiendo este consejo en 2007 descubre Martínez Martín una nueva huella, de la que dejamos constancia gráfica de la misma; está depositada en el Museo de Molina de Aragón.

Cerramos aquí este sucinto artículo de un acontecimiento que bien merecería más atención de la que hasta ahora le hemos dedicado. Buena prueba de ello es que, en otras regiones, le han consagrado suficiente atención; entre otras cosas se han creado parques temáticos dedicados a los dinosaurios que por muy diversas razones han estado presentes durante muchos años en la vida de los españoles. Es obvio que en los años 1896, en que se encontró, no estábamos para muchas alegrías, pero desde entonces ha llovido lo suficiente como para encontrar un hueco que otros sí han sabido llenar.