La rebelión de las masas: Otro libro de Pedro Menchén


Menchén pone de relieve la visión miope del filósofo hacia la persona humana en general; de ahí que su lectura sea ‘crítica’ en sentido negativo.

Hace unos días me anunciaba el profesor José Julián Labrador, el sabio estudioso de la poesía del Siglo de Oro, que leía mis “homilías” en Nueva Alcarria. En general, como no hablo de política, “predico” sobre temas culturales y religiosos, pero hoy doy mi sermón sobre un texto secular: el libro del escritor Pedro Menchén titulado Convivir con el enemigo: una lectura crítica de la Rebelión de las masas de Ortega y Gasset, Editorial Sapere Aude, 2021. Es anterior al de las relaciones Ortega-Machado, que comenté en este periódico el 25 de febrero. Pero en este refleja el mismo rechazo al concepto orteguiano de masa desarrollado en La rebelión (1930). Menchén toma su título, “Convivir con el enemigo”, de la obra orteguiana, en cuyo capítulo 8º afirma: “El liberalismo es la suprema generosidad: es el derecho que la mayoría otorga a las minorías y es, por tanto, el más noble grito que ha sonado en el planeta. Proclama la decisión de convivir con el enemigo, más aún, con el enemigo débil” (OC, IV, 192). La tesis básica de Ortega es que la sociedad se constituye por la relación de una minoría “selecta” que dirige a una “masa”, cuya virtud principal sería la docilidad a los selectos. La perversión de nuestro tiempo consiste en que esa “masa” se ha rebelado contra la estructura natural y ahora pretende ser dirigente. El momento crucial de La rebelión de las masas está en el paso del capítulo 5º al 6º. Los cinco primeros se centran en los aspectos cuantitativos del tema y algunos hechos sugeridos por el acceso de las multitudes a espectáculos y actos que antes se veían como peculiares de los grupos más ricos o más cultos. 

En el siglo XIX, debido a la técnica y a la democracia liberal, se multiplicó por cuatro la población europea; pero ese mismo siglo “ha engendrado una casta de hombres-los hombres-masa rebeldes-que ponen en peligro inminente los principios mismos a que debieron la vida” (IV, 174). A partir del capítulo sexto hay un salto de la reflexión cuantitativa a equívocas reflexiones sobre la calidad del hombre-masa, señalando correctamente algunos rasgos (la mejora de la vida) y otros algo grotescos: “Dos primeros rasgos (del hombre-masa): la libre expansión de sus deseos vitales, por tanto, de su persona, y la radical ingratitud a cuanto ha hecho posible la facilidad de su existencia” (IV, 178). 

Menchén pone de relieve la visión miope del filósofo hacia la persona humana en general; de ahí que su lectura sea “crítica” en sentido negativo. El espacio de este artículo no permite entrar en la posición política de Ortega y su relación posterior con el franquismo, que Menchén estudia con bastante detalle. 

Otro rasgo del libro es la revisión de las distintas ediciones de La rebelión de las masas; entre ellas alaba de manera especial la introducción del profesor Thomas Mermall (Brooklyn College, Nueva York) a su edición del ensayo orteguiano en “Clásicos Castalia”. Recuerdo emocionado al buen amigo Tomás, que me mandó uno de los primeros ejemplares de la obra. En la página 18  de esa introducción explica por qué Ortega se quitó del consejo asesor de la revista Sur, a la que él había dado nombre. Como buen liberal y opuesto a Franco, Mermall pensó que Ortega dejaría el Consejo por unos artículos “pro-franquistas”; pero pronto descubrió que fue al revés: dejó la revista por unos artículos anti-franquistas; y, como descubrió el error cuando el libro estaba ya impreso, tuvieron que corregir a tinta todos los ejemplares, y donde decía pro- tuvieron que escribir anti-, como está en mi ejemplar, dedicado por él. 

A la hora de acabar mi homilía repito el modesto testimonio de mi fe: coincido con Menchén en que no hay persona-masa, sino conductas que pueden ser ejemplares o condenables. Pero Machado afirmó que, si Dios se hace hombre, hombre es lo más que se puede ser. Con distintas palabras, la misma idea de Santa Teresa: la persona, es “como un castillo, todo de un diamante y muy claro cristal” (Moradas, cap. 1º).