Lecciones aprendidas
La primera reflexión compartida es que el coste humano de la pandemia está siendo dolorosamente alto. El balance diario de nuevos afectados cercanos y la incógnita de su evolución nos preocupa.
Dicen que los presos una vez se habitúan a la cárcel y le pierden el miedo inicial, se acomodan a ese modo de vida y llegado el momento de la liberación les cuesta dejar atrás las rejas. Nosotros todavía no hemos llegado a ese punto pero al paso que vamos es de prever que pasaremos el mes de abril entre las cuatro paredes de nuestra casa y que cuando por fin salgamos al exterior acabemos experimentando algo parecido a eso. Escasa penitencia si de ello depende que se salven vidas y acabe la pandemia.
Por mucho que dramaticemos con nuestra situación actual tampoco estamos tan mal. Después de todo nos han confinado en nuestra casa, no en una presidio de Tailandia o en la casa de los vecinos, que nunca se sabe como puede ser. Se que aún no es el momento de recapitular y seguramente esa etapa tardará bastante en llegar pero hasta entonces hay reflexiones universales que seguramente compartimos muchos de nosotros. Las vamos preparando a modo de recopilatorio de estas semanas de vida entre paréntesis, para cuando todo este pase y las tengamos ahí, fijas y bien aprendidas, como si fueran lecciones.
De momento, la primera reflexión compartida es que el coste humano de la pandemia está siendo dolorosamente alto. En nada estamos más de acuerdo que en eso. El balance diario de nuevos afectados cercanos y la incógnita de su evolución nos encoge el corazón y nos provoca una preocupación añadida que no teníamos cuando empezó esta situación y todos nos sentíamos de algún modo inmunes. El goteo de víctimas mortales a nuestro alrededor también es una constante que nos sobresalta en cada conversación con el exterior. Nos estamos despidiendo de personas a las que aún no debería haber llegado su hora, a las que aún quedaba mucha vida por delante: familiares, amigos, vecinos… Y lo peor es que no nos estamos despidiendo de ellos, ni su familia tampoco. Esa falta de duelo es otro puñal en el alma personal y colectiva que nos descoloca por inusual, por falta de referencias a las que aferrarnos.
Hace tiempo que los signos externos del duelo se suavizaron, ya no hay velatorios ni plañideras, tampoco hay un color que lo identifique. Los servicios funerarios hacen del ritual de la muerte un trámite aséptico que deja poco margen a las familias y sin embargo, cuanto se echa de menos estos días el compartir sentimientos, trasladar nuestro pesar y acompañar a las familias de los que nos están dejando. Cuanta soledad en medio de la tragedia.
Dicen que esto no es un pozo, que es más bien un túnel del que saldremos, pero la travesía se está haciendo muy larga. El calendario avanza, estamos ya en Semana Santa, pero los días discurren monótonos, uno tras otro; páginas deshojadas que caen del calendario sin apenas contenido. Mañana, miércoles, empezaría el éxodo anual a la playa, a los pueblos, a las principales capitales europeas… Una cita anual más que desaparece de forma extraordinaria, sustituida por algo así como un exilio interior.
Ya no miramos con insistencia la previsión meteorológica, esa que inevitablemente nos traía de cabeza cada año por la posibilidad de que hiciera frío o lloviese o lo que fuera que apareciese en el croma de la televisión anunciando que peligraban las procesiones o los primeros días de playa de la temporada. Lo que daríamos hoy por disfruta de un paseo por cualquier localidad de Levante aunque diluviara; con poder estar en el pueblo a pesar de cualquier inclemencia inesperada o a pie de Paso de Semana Santa aunque la Imagen estuviese protegida por una lona y volviendo veloz a su Santuario bajo una cortina de agua. O la vista de las circunstancias actuales, en ningún sitio. Hoy muchos de nosotros también soñamos con haber tenido que trabajar estos días festivos. Cuando volveremos muchos a nuestros puestos de trabajo… Qué fácil es valorar lo que se tenía una vez que se pierde. Otra lección aprendida.