Lorenzo Vázquez se autorretrata en Villaescusa (de Haro)


Nos referimos hoy a dos obras en las que Juan Guas y Lorenzo Vázquez, importantes arquitectos, se expresaron como sabían hacerlo. 

En esta ocasión acuden a nuestra consideración dos obras en las que estos importantes arquitectos se expresaron como sabían hacerlo, creando espacios –siempre novedosos y nunca vistos– y añadiendo detalles iconográficos que también con novedad venían a dar el guiño justo a las construcciones para ser entendidas en lo que tenían de contundente mensaje hacia los lectores/espectadores que ante ellas se ponían.

Esas obras son el castillo de Belmonte (ya conocido y admirado por muchos) y el palacio/colegio/hospital o lo que fuera (porque aún no está claro lo que se quería hacer con ese edificio) de Villaescusa de Haro. El primero, obra promocionada por el político/guerrero don Juan Pacheco, maestre de la Orden de Santiago, y marqués de Villena. Alto personaje de la corte de los Trastamara, influyente en los reinados de Juan II, Enrique IV e Isabel I. Lo mandó construir más como palacio que como fortaleza guerrera. Y el segundo, promovido por Diego Ramírez de Villaescusa, obispo que fue de Cuenca y gran promotor de obras de arte, especialmente en su pueblo natal, Villaescusa de Haro, a escasos kilómetros situado de Belmonte.

Belmonte. Decoración de ventana.

En el primero, interviene de raíz el arquitecto bretón Juan Guas, desde muy joven establecido en España con su padre, creativo en Toledo, en Guadalupe, en Segovia, en Ávila, en Mombeltrán… Y el segundo, algo posterior, y también al servicio de los Mendoza, promotores unánimes del nuevo modo renacentista de la arquitectura, Lorenzo Vázquez, quien actúa con ellos en Italia, donde se forma y recoge ideas, para desarrollarlas a renglón seguido en Valladolid, en Jadraque, en La Calahorra, en Lupiana y, por supuesto, en Guadalajara.

Aquí en nuestra provincia hemos tenido la suerte de contar con obras patrimoniales firmadas por estos artistas punteros del arte hispano: de Juan Guas es el palacio del Infantado, nada menos. Y quizás la iglesia del convento de San Francisco, y en Sigüenza la iglesia de Nuestra Señora de los Huertos. De Lorenzo Vázquez de Segovia, el palacio de don Antonio de Mendoza, en Guadalajara, el palacio de los duques de Medinaceli, en Cogolludo, y el convento franciscano de San Antonio, en Mondéjar. Al menos.

En Belmonte volvemos a admirar su castillo. Elevado sobre la colina que corona el pueblo, es como un sueño medieval, un canto a la batalla, a la conquista, al esfuerzo luchador de los Pacheco y Villena, señores de la España unida, pero al mismo tiempo una leyenda romántica en la que pasea sus salones artesonados doña Eugenia de Montijo, la emperatriz destronada y triste por haber perdido a quienes más quería. En ese castillo, que documentalmente sabemos fue construido por Juan Guas, con elementos novedosos en su planta, en su patio, en sus decoraciones y distribución interna, aparecen detalles que Sobrino y Feito estudian y apuntan para un mejor análisis posterior: especialmente en el artesonado de su Salón de Linajes, de formas complejas y decoraciones brillantes, con numerosos escudos de armas, escenas movidas y el reto más complicado en su base, pues en las trompas bajas los escudos están sosteni¬dos no por ángeles (pues nunca fue una capilla), sino por jóvenes pajes, y entre ellos, con un amplio desarrollo horizontal, se desarrolla la pieza más enigmática: el friso que recorre los cuatro lados de la qubba, mostrando otras tantas escenas labradas en madera. En una de sus escenas aparecen dos personajes jugando ante un tablero, recordando la pintura de la Sala de Reyes de la Alhambra. Sobrino y Feito acuden a indudables fuentes literarias, como inspiración de lo tallado en esta sala, que es-uno más- espacio de los más desconocidos del arte hispano. Quizás se inspire en los relatos de la famosa embajada de González de Clavijo, que tuvo lugar dos generaciones antes, en tiempos del abuelo del marqués de Villena.

Retrato de Lorenzo Vázquez de Segovia en Villaescusa.

Otro lugar decorativo y diferente en este castillo es el conjunto de tallas, como un tapiz o jardín colgante, de los ventanales de esta sala de linajes. Allí aparece una prolija talla de seres imaginados que muestran escudos y soñados animales. En la ventana se ve, como en la ilustración que acompaña a estas líneas, el escudo de doña María Portocarrero Enríquez, la mujer del constructor, don Juan Pacheco. Y un abigarrado conjunto de dragones alados, mamíferos curiosos, pajes trepadores y antecedentes de grutescos que tratan de forzar sorpresa, sonrisas y dudas al espectador que aquello mirara. El lema de Juan Pacheco era “una sin par” y en eso el castillo de Belmonte, gracias a Guas y sus colaboradores, le dio la razón y lo puso como ejemplo.

En Villaescusa de Haro, aparte de su iglesia, de las ruinas del convento de Santo Domingo, de varios palacios y otras sorpresas, encontramos las ruinas (reaprovechadas hoy como Casa Rural denominada “Palacio Rural Universitas”) de un viejo y enorme edificio que quizás quiso ser Colegio Universitario, lugar de formación y estudio, pero que no llegó a cuajar, por la pronta muerte de su promotor, el obispo Diego Ramírez de Villaescusa. No quedan datos documentales de su construcción, pero Luis Sobrino no duda en atribuírselo a Lorenzo Vázquez. Especialmente por los detalles constructivos y ornamentales que han quedado como testigos. Son estos: el exquisito y equilibrado diseño, digno de un verdadero maestro. Las ventanas y puertas, creaciones cuyas raíces formales pueden rastrearse en motivos de la Antigüedad y del Quatroccento italiano, pero que son por sí mismas peculiares y únicas. En los vanos, puertas y ventanas, sorprende la molduración que tienen por marco, coronándose por tímpanos semicirculares, y colocando en ellos elementos iconográficos simples, como un sol radiante (el emblema del obispo Ramírez), armas tenantes, cabezas de leones y bustos humanos. Llamativa es la cornisa del edificio, en todo similar a lo poco que queda en San Antonio de Mondéjar, y sobre todo identificativo del autor segoviano son los capiteles que talló o mandó tallar, y que puestos sobre columnas que desparecieron han quedado como apoyos de floreros y adornos del patio y los salones. Esos capiteles son exactos a los que Vázquez deja en Cogolludo, en Guadalajara, en Lupiana y en Dávalos: la esencia del “Renacimiento Alcarreño” que ahora podemos ver, gracias al dedo que lo señala con seguridad y saber, Luis Sobrino en Villaescusa de Haro.

Villaescusa de Haro. Detalle de Puerta de Lorenzo de Haro

La presencia de Lorenzo Vázquez se va haciendo palpable en lugares que no se nos había pasado hasta ahora por la imaginación. Y le vemos como un aficionado, –quizás al final como un especialista– en obras de arquitectura militar, entre lo castillero/defensivo y lo palaciego. Porque es muy posible que estuviera en Pioz, en la construcción del castillo del Cardenal Mendoza. Así se ha entrevisto en documentación manejada por el cronista de la villa, César Gómez Fraguas. Y así se ha demostrado por documentos de finales del XV en que aparece Vázquez haciendo las trazas del castillo de Anguix. Ahora es Sobrino quien nos sugiere que en el castillo de Puebla de Almenara, mandado construir por el omnipresente Cardenal Mendoza, su patrón, un escudo y una basa de columna halladas entre las ruinas prueban de su estilo en aquel edificio. Y finalmente es este Colegio/Fortaleza de Villaescusa en el que toda la fuerza y el saber hacer de Vázquez se muestran en la estructura, los vanos, los adornos y las cornisas.

Un último y sorprendente detalle nos aporta el arquitecto dibujante Sobrino al analizar con minuciosidad esta obra manchega: el posible retrato de Lorenzo Vázquez, en el tímpano semicircular de una de sus ventanas. Nos dice en su trabajo: Subrayada por estar situada a eje sobre la única puerta que da al exterior, destaca una escultura que representa a un hombre barbado y tocado con un bonete. Al contrario de otros bustos en los que prima la importancia arquetípica del atuendo, este parece representar una fisonomía determinada, como si se tratara de un retrato. ¿Podría ser una efigie del propio maestro, Lorenzo Vázquez? Permite suponerlo la actitud del personaje, asomado a su obra, así como el bonete que cubre su cabeza, un tipo de gorro que podía llegar a convertirse en una suerte de signo gremial. 

Si esta suposición fuese cierta, estaríamos ante una de las aportaciones iconográficas más sorprendentes del Arte Español: el retrato de un artista en su obra. Algo no único, pero sí excepcional, y merecedor, ya solo por eso, de una visita al lugar.