Los diablos aterrorizan a Luzón
Hoy se ha celebrado la singular fiesta carnavalera protagonizada por los diablos de Luzón. Todos acabaron con la cara tiznada de hollín y embadurnada con un extraño ungüento. ¿Habrán sido poseidos? Bajan desde una oscura casa del pueblo para sembrar el pánico. FOTOS: J.CARRIZO
Seres con la cara tiznada. El místerio y el terror se apodera del Ducado. Bajan del pinar o, quizás, de alguna casa inhóspita y tenebrosa. Aparecen en cualquier esquina. Son enviados por el mismísimo diablo, quién sabe...
El personaje del demonio está muy arraigado en la cultura popular y el carnaval, raro era el pueblo del Señorío de Molina en que no aparecían uno o dos diablos persiguiendo a la chiquillería y arrojando cenizas a las mozas.
Los mozos acuden a vestirse a un lugar en principio secreto, se protegen la piel con cremas para luego embadurnarse los brazos, manos, cara y cuello con una mezcla de aceite y hollín molido que les da un color negro muy brillante y que contrasta con el blanco de los dientes hechos a base de trozos de remolacha.
Se visten con negras vestiduras hasta los pies, una blusa muy ancha sin mangas y un faldón; en la cabeza unos enormes cuernos de toro o de buey con almohadilla que se atados a los hombros y la frente, todo ello tapado por un pañuelo negro hasta la nuca. A los pies trozos de saco liados con simples cuerdas y como remate, unos enormes cencerros a la cintura llamados “trucos y cañones” rompen el silencio de la tarde cuando los diablos bajan corriendo al caserío mordiendo un trozo de patata que les sirve para refrescarse.
Al llegar a la plaza, corren entre las mascaritas tratando de asustar a las mujeres y dar miedo con su estruendo y tiznando aquí y allá con su negro ungüento, sobre todo a las mozas. Una vez calmada la euforia, los diablos disfrazados recorren las frías calles en una extraña e indefinible procesión que sólo se da en alguna pesadilla.