Los millones de Ortega
“Mucho tienen que estudiar los que piensan que el donativo de Amancio cubre el presupuesto de la sanidad española”
Don Amancio empezó con una tienda de batas en La Coruña, de esas que fueron cerrando conforme cayó el siglo. Él entró en el XXI sin bajar del pódium de los tres más ricos del globo gracias a ese invento de ZARA, que no es otra cosa que una ropa de chinos con estilo occidental a bajo precio. El invento de don Amancio no será genial, pero sí cabal: qué le vas a pedir a una ropa a ese precio. Cuando se aja o se pasa de moda, a por otra. El problema lo tienen Yves Saint-Laurent, Carolina Herrera o Christian Dior, con trajes que han de durar una vida, que no se pueden pasar de moda, que han de mantener la misma caída en el armario, vale, pero también en el cuerpo aunque se retuerza el esqueleto como un sarmiento.
A don Amancio Ortega le sobra dinero. Mucho. Y más a su edad. Ha querido soltar unos millones a la sanidad pública para tratar el cáncer, discretamente. Y, Spain is different, nos hemos puesto estrechos por tierra, mar y facebook. “Nada de limosnas”, “La sanidad pública ha de financiarse de los presupuestos generales del Estado”. “La sanidad es un derecho, no debe tratarse como si fuera beneficencia”, etc. Obviedades. Mucho tiene que estudiar quien piense que el donativo de Ortega cubre el presupuesto de la sanidad española. Hay tres frentes que van por delante en gasto, de forma imparable: sanidad, milicia y ocio. El último es opcional, pero menos; el penúltimo, debiera. Pero al primero se agarra el personal, del primer mundo, con el fin de estirar su cuerpo hasta el centenario, sin dolor y al volante. No hay quien lo sostenga, por mucho que a los médicos se les pague “a precio de puta” desde hace treinta años.
Sin merma de la asignación presupuestaria que corresponda, por supuesto; sin atisbos peyorativos de beneficencia, bien superada a finales del siglo pasado; sin dudas sobre descargos de conciencia del donante, pues no parece, ¿dónde está el problema? Nuestros deportistas olímpicos viven con dignidad y el Museo del Prado también. Presumimos de los éxitos de ambos, personas e institución, pero ¿qué sería de su existencia sin pulcros aportes externos?
Acaso tenga una explicación antropológica: hay a quien le va la marcha. Y le pone la vida de becario, la de las condiciones salariales y laborales indignas que le acaban llevando al exilio. Todo antes que dejarse subvencionar, aunque sea sin condiciones. Es otro planteamiento. En el mejor de los casos… huele a alcanfor.