Los Oscars ya no me representan
Aquí viene el abuelo cebolleta a criticar todo lo nuevo, advierto. Voy a hablar de los Oscars, pero no de la señora galleta que le endosó Will Smith a Chris Rock. De eso que hablen los expertos en moral, ética y corrección política o yo mismo con mis amigos, pero no en este espacio en el que tanto me entretiene divagar sobre cine.
Debo reconocer que durante los últimos años, los Oscars me habían venido dando bastante igual. Pero en esta ocasión, no tengo muy claro por qué, hice el propósito de ver todas las producciones que pudiera de las nominadas a Mejor Película. Y nunca, ni por asomo, habría apostado por Coda. Tampoco por el Callejón de las almas perdidas, que aún a día de hoy no he logrado terminar de ver.
Vi en su día La Familia Belier y me pareció simpática sin ser un locurón. Bien intencionada y eso y con un par de buenas y emotivas escenas. Por eso, al descubrir que Coda era un plagio más que una adaptación, un remake de esos que existen solo porque los americanos no doblan películas, la deje en el estante de cosas que recomendar a mis padres para el cine… y ya.
Y sin embargo ahí la tienen. Que si la primera dama, que si el mensaje… Lo que quieran. Una película menor premiada como Mejor Película de los Oscars… otra más. Porque lo ocurrido este año no es nuevo. Y es aquí cuando llega el abuelo con sus historias.
Uno se empapó de verdad con los Oscars en la década de los 90, cuando eran una premios que servían para decidir cuál de todos los pepinacos cinematográficos del año era el mejor. Así, la lista de títulos ganadores en aquella época incluyen a: Bailando con lobos, El silencio de los corderos, Sin perdón, La lista de Schindler, Forrest Gump, Braveheart, El paciente inglés, Titanic, Shakespeare enamorado (tenía que haber sido para Salvar al soldado Ryan) y American Beauty. Casi nada, amigos. Sin embargo, en los últimos años las ganadora han sido CODA, Nomadland, Parásitos, Green Book, La Forma del Agua y Moonlight. No, en serio. Vemos todos la diferencia, ¿no?
Los Oscar han perdido el foco que les hizo grandes: sentirse orgullo de sus estrellas y su comercialidad, lucirlas en una alfombra roja y rendir tributo a sus mejores trabajos, que aún hoy seguimos recordando aunque tengan casi 30 años, y no a títulos que a penas un lustro después ya parece que casi ni existen. Los Oscar han pasado de sentirse orgullosos de su majestuosidad a querer enseñarnos, parece, lo que es el buen cine. Han dejado vacío un nicho de espectáculo que ya empezaron a abandonar con el cambio de siglo, pero del que parece que ahora se avergüenzan. Solo así se entiende que ni siquiera hayan dejado competir a la película que en la década de los 90 habría sido con toda probabilidad una de las grandes favoritas: El último duelo.
Coda se enfrentaba a una película valiente, turbia, adulta y con un reparto y dirección brutales, El Poder del Perro. Y también se las veía con un trabajazo de Steven Spielberg, que con su labor detrás de las cámaras nos ha regalado un West Side Story que ya es más clásico que el propio clásico. En otro mundo, habríamos visto como Campion, Spielberg o el ausente Ridley Scott levantaban el Oscar al mejor Director y como El último duelo y El poder del perro se batían el cobre por el de Mejor Película. En otro mundo… o en otra época, no en esta en la que una visita a la Casa Blanca determina el voto de los supuestos académicos, o en el que tener actores sordomudos (que es una decisión muy legítima y loable por parte del director) parece elevar la calidad cinematográfica de una película, cuando debería elevar solo la humana.
Si su triunfo ha sido el enésimo gesto de la galería de la academia, por favor, que se los ahorren de una vez. Will Smith le pegó un sopapo a Chris Rock en el escenario y un gesto vale más que mil palabras. Si lo que quieren es subir audiencias con películas buen rolleras… pues mejor que el año que viene sienten a Chris y Will en la misma mesa con un cámara dedicado a grabarles todo el rato, que con eso las revientan.
Pero estos Oscars, en serio, han perdido su entidad, la que les convirtió en referente para un servidor. Porque antes, cuando una película ganaba el Oscar, sabías que había que verla sí o sí porque seguro que era algo grande. Era la diferencia con Cannes, más para entendidos y gente de alma sensible y elevada. Ahora ya… bueno, yo aún no he visto Nomadland ni Moonlight, lo reconozco. ¿Y ustedes?