
No hay que peor ciego...
Taparse los ojos y vivir la experiencia tocó la fibra sensible de Alberto Rojo, José Luis Vega, José Luis Escudero o Eusebio Robles.
Ante a la crispación que se vive en Cataluña, acrecentada hasta la violencia por la sentencia de Tribunal Supremo, justa a nuestro entender, o la exhumación de los restos de Franco que despierta pasiones, rencillas e historias de un pasado demasiado presente en un país incapaz de pasar página, la semana que acaba nos deja el buen sabor de boca de la celebración de la Semana de la ONCE y del Día Internacional del Bastón Blanco, que a nivel regional ha acogido Azuqueca.
Al igual que sucede con otras jornadas dedicadas a visibilizar a colectivos que necesitan de una mayor sensibilidad por parte de administraciones y de la sociedad en su conjunto, los actos organizados han resultado ante todo instructivos ante una realidad en la que se ha avanzado en concienciación e integración, pero en la que queda mucho por conseguir en adaptación, especialmente, de espacios públicos para eliminar barreras que impiden llevar una vida un poco más normal a quienes padecen ceguera o dificultad severa en la visión. Y como la mejor forma de entenderlo, como en cualquier conflicto o situación, es ponerse en la piel del otro así lo hicieron nuestros políticos que participaron en un desayuno a ciegas cuyas imágenes resultan reveladoras de las dificultades a las que se enfrentan en su día a día los invidentes. Cierto es que tienen otros sentidos más agudizados, que han aprendido mil y un trucos, pero también que cuando llegan, por ejemplo, como demostró el alcalde ofreciéndose a ello con los ojos tapados y el bastón, a una oficina como el registro de la planta baja del Ayuntamiento, surgen inconvenientes para sacar el número en la máquina o saber cuándo toca el turno. El principal obstáculo para un invidente es la falta de autonomía para llevar a cabo cosas necesarias en el devenir cotidiano. Taparse los ojos y vivir la experiencia tocó la fibra sensible de Alberto Rojo, José Luis Vega, José Luis Escudero o Eusebio Robles que nos contaron sus sensaciones al aislarse en parte del mundo mientras intentaban poner mermelada a la tostada o beber un café. José Luis Blanco fue guiado, por su parte, por un perro con los ojos vendados. Bien por nuestros políticos y por el trabajo de la ONCE. Y aquí recordamos a nuestra familiar, Gilda, la vendedora de cupones que recorría Guadalajara con naturalidad, conociendo a todos por su voz, trabajando hasta la jubilación que hoy disfruta. Y es que no hay peor ciego...