Paco Marquina, el poeta enamorado de la vida
Tenía un gran sentido del humor y una agudeza únicas, se fijaba en todo. “Pedro, cómo me gusta tu apellido: Aguilar. Tiene sonoridad y contundencia, no como el mío, García, una simpleza. Te lo voy a robar para uno de los personajes de mi novela.
Al morir Francisco García Marquina, quienes nos hemos acercado alguna vez al paisaje rural y a sus gentes con la intención de contar lo que veíamos y lo que pasaba ante nuestros ojos, hemos perdido a un referente.
“Viaje a la Alcarria” (su lectura temprana trajo a Paco por primera vez hasta Guadalajara) cambió la forma de contar los viajes y elevó esta tierra al excelso mundo de la literatura universal. “Nacimiento y mocedad del río Ungría”, de Paco Marquina, reclamó para la poesía, para la prosa poética, un lugar en la literatura de viajes.
Dicen las enciclopedias que Francisco García Marquina era escritor, periodista y biólogo. Pero también era filósofo, fotógrafo, ingeniero, albañil…, e impregnando todo lo anterior, Paco era sobre todo poeta. Era un hombre sabio al que casi todo le interesaba, y todo lo hacía y veía con ojos de poeta. Siempre tuvo la curiosidad de un niño y la inquietud de un adolescente. Tan pronto inventaba y construía con sus manos un artilugio para proteger la azotea de su casa de los malos vientos, como escribía versos que bien pudieron salir de la pluma de Quevedo, uno de sus maestros: “De amarte tanto, ya no sé quién eres/ ni distingo tu vida de la mía,/ pues te llevo en mí mismo cada día/ y vamos por mis pasos donde quieres”.
Ahora era capaz de distinguir, buscar, recopilar y secar todas las especies florales mencionadas en “Viaje a la Alcarria” para formar parte de una edición especial y limitada del libro en Círculo de Lectores; y acto seguido conseguía fotografiar el rostro de los ancianos y niños de la España vacía, convirtiendo sus miradas en un poema. Y todo lo hacía con el mismo entusiasmo, con la misma meticulosidad, con la dedicación que pondría un principiante, pero con la perfección técnica de un sabio. Y eso, solo lo puede hacer alguien enamorado de la vida, y Paco lo estuvo hasta el final.
Durante los años que gestionó en Caspueñas una de las piscifactorías de José Torrent, su molino era un lugar de encuentro de los lugareños para hablar de trigo, ovejas y nublos; y unas horas después aquel rincón paradisíaco a orillas del Ungría, se convertía en un foro de encuentro de poetas, pintores, políticos, intelectuales y biólogos. En su casa nacieron y se instauraron los premios de Poesía Río Ungría y Río Henares. Allí se instaló Cela para velar sus primeros escarceos con Marina Castaño y allí le hice mi primera entrevista al Nobel, antes de serlo, porque Paco me lo puso a tiro.
Tenía un gran sentido del humor y una agudeza únicas, se fijaba en todo. “Pedro, cómo me gusta tu apellido: Aguilar. Tiene sonoridad y contundencia, no como el mío, García, una simpleza. Te lo voy a robar para uno de los personajes de mi novela”. Y así fue, don Pero Aguilar, o del Águila, es uno de los personajes, con castillo, de su novela “Cosas del Señor”, una delicia ambientada en la Edad Media.
Paco, trabajó con ahínco, junto a Jesús Campoamor, en conseguir la construcción y posterior contenido del Museo al libro “Viaje a la Alcarria”, ubicado en el castillo de Torija. A él, y a otro gran amante de los animales, Javier Fernández “Peli”, les debo mi primera y única bóxer, “Luna”, nacida en casa de Paco. Compartí con él varios libros corales, pero guardo especial recuerdo de uno en el que hacíamos un recorrido junto a Manu Leguineche y Pérez Henares por los ríos de Guadalajara. Me encargué de coordinarlo y se nos atascaba el título. Le pedí ayuda a Paco. Al día siguiente recibí su llamada: Ya lo tengo: “La letra de los ríos”. Tenía esa chispa de genio.
Nadie como él ha estudiado la vida y la obra de Cela y a él debemos el mejor trabajo de campo sobre “Viaje a la Alcarria” en forma de guía y la mejor biografía escrita sobre el de Padrón, la más veraz, la más documentada y la más precisa: “Cela, retrato de un Nobel”.
Compartimos conferencias, charlas y ratos agradables, muchos menos de los que me hubiera gustado, porque de Paco siempre se aprendía algo, todos los días y a todas horas. Irónico, socarrón y con cara de niño travieso era un hombre mordaz pero afable, dispuesto a tender la mano, como lo dejó escrito en estos versos ahítos de amor: “Esta es mi mano: tiéndela en el mundo/ para ofrecer la paz/ o perpetrar delitos placenteros./ Aprende a manejarla con soltura/ y hazla volar después/ para decir adiós si no hay remedio./ Esta es mi mano, amor, y desde ahora/ que sea tuya por derecho de uso”.
Besos Toya. Gracias Paco, hasta siempre.