Pensando en la Alcarria
Con solo echar un vistazo a los antiguos legajos de la Alcarria confeccionamos sin esfuerzo toda una nómina de personajes distinguidos que, por una u otra razón, prefirieron la adusta Alcarria para dejar su nombre.
Ha pasado un año, no más, de cuando una amable señora de la excursión de Periodistas y Cronistas valencianos, a la que serví de guía, me dijo muy apurada que ellos no tenían nada de aquello, que España es dispar y que sus valores están muy mal repartidos. Fueron Brihuega y Pastrana los dos lugares que les llevé a ver. En cambio -le respondí-, Castilla se nos despuebla, mientras que el Levante Español es un dechado de lugares superpoblados, con número de habitantes en ciertos casos superior al de nuestras capitales de provincia. Aquello me ha llevado a pensar, más de una vez, en que no somos tan desafortunados.
Ercávica y Noeda, la una descubierta y la otra en tareas por sacar a la luz en la provincia de Cuenca; Recópolis, fundada por Leovigildo a la vera del Tajo junto a Zorita, avalan con suficiencia lo que acabo de decir. Con solo echar un vistazo a los antiguos legajos de la Alcarria, y me refiero a los que guardan entre dunas de polvo las historias particulares de sus lugares más destacados: Priego, Huete, Brihuega, Pastrana, Cifuentes, Zorita…, sería material más que suficiente para confeccionar sin esfuerzo toda una nómina de personajes distinguidos que, por una u otra razón, prefirieron la adusta Alcarria para dejar su nombre, como asiento para sus horas de solaz al amparo de la naturaleza. Y ahí tendríamos que colocar a dos de los Alfonsos de la Castilla medieval: el octavo, fundador de monasterios, como el de Óvila, y el décimo, amante de doña Mayor, señora de Cifuentes; al moro Almamún, al influyente arzobispo Ximénez de Rada, a muchos miembros de la familia Mendoza en sus diversas ramas, con la extraña flor de la Princesa de Éboli, que en la Alcarria nació, y murió dejando a la posteridad un reguero ingente de opiniones encontradas, acerca de su personalidad y de su comportamiento; a Teresa de Ávila, reformadora de la Orden Carmelita; a los reyes Borbones Felipe V, Carlos III y Fernando VII; a El Empecinado, que en determinados momentos tuvo a bien montar en la Alcarria su cuartel general para luchar contra los franceses; al autor neoclásico Leandro Fernández de Moratín, de ascendencia pastranera; al poeta León Felipe, que se estrenó como boticario en Almonacid; al último Nóbel español, Camilo José Cela, quien fue su más eficiente propagandista…, entre otros muchos, sin entrar en el mundo de los vivos, que ahí están, y cuya relación acabaría por desbordar lo que en este escueto trabajo se pretende.