Pensando en la Alcarria

27/06/2020 - 18:07 José Serrano Belinchón

Alfonso Rovira, director de la cadena Ser de Alcira, ahora jubiladísimo, tuvo la ocurrencia de organizar, con el llamativo título de “Viaje a la Alcarria”, una excursión a nuestra provincia. 

Pudo ser por estas fechas cuando el año pasado acompañé y serví de guía a un nutrido grupo de periodistas y corresponsales de prensa, procedentes de la Comunidad Valenciana, comarca de la Ribera, en cuya capitalidad, Alcira, fui profesor y colaboré con la emisora local de la Cadena SER. Eran otros tiempos. Alfonso Rovira, director que fue de la emisora, ahora jubiladísimo, tuvo la ocurrencia de organizar, con el llamativo título de “Viaje a la Alcarria”, una excursión a nuestra provincia por los lugares adonde los quise llevar, que justamente fueron tres: Atienza, Brihuega y Pastrana. Apretado programa para un día de visita, que surgió su efecto. Y si se cumplió la condición previa -supongo que sí-, que no fue otra que la de publicar en sus medios respectivos un comentario sobre el viaje, mi servicio bien mereció la pena. Los más de cuarenta excursionistas hicieron fotos, compraron libros, y tomaron notas que les pudieran servir. Nada más dispar, dentro de las tierras de España, que la Ribera Valenciana y la Alcarria de Guadalajara. “Nosotros no tenemos nada de esto” me dijo una señora, encantada y presa de admiración junto al sarcófago que contiene los restos mortales de la Princesa de Éboli en la cripta de la colegiata. Al pasar por Hita, donde nos detuvimos un momento, uno de los excursionistas no podía creer que el ilustre caserío que queda al pie del cerro era el Hita de verdad, del que hablan los libros, donde fue arcipreste el famoso Juan Ruiz; y de Guadalajara ciudad, algo impensable, que pudieran ver con sus propios ojos, cinco siglos después, el Palacio de los duques del Infantado, donde se casó Felipe II con Isabel de Valois, hija del rey de Francia, su tercera mujer.
Todo esto me viene a la memoria cuando me doy cuenta de lo que es nuestra ciudad y de lo que han sido algunos de nuestros pueblos; del respeto y admiración que merecen las tierras y las calles donde pisamos. Lástima que tengan que venir de fuera para darnos lecciones del valor de lo que es nuestro, de lo que vemos y de lo que tratamos todos los días, un defecto muy castellano, difícil de corregir, pero que en nada nos favorece.