Segundo viaje de Cela a la Alcarria (vuelo en globo)

20/01/2020 - 22:18 Luis Monje Ciruelo / Periodista

Artículo publicado en Nueva Alcarria el 11 de junio de 1985

 

Pocos puntos de contacto hay entre el viaje a la Alcarria de Camilo José Cela en junio de 1946 y el que está realizando casi cuarenta años después, si no es el paisaje que a ambos ha servido de escenario y el recorrido de un parecido itinerario, aunque ahora con numerosos flecos de visitas a pueblos del camino. Le acompaña en esta ocasión un considerable aparato de  periodistas, fotógrafos y curiosos que dan a ratos a la comitiva aspecto de caravana de circo. En medio de este tinglado de la moderna farsa, que diría Benavente, va Camilo José Cela, a veces imperturbable y hermético, como un ídolo oriental, pero por lo general chistoso y ocurrente, con anécdotas, chistes y sucedidos capaces de sacarle los colores a un sargento de Carabineros.

Con el ilustre viajero y su exótica choferesa negra compartí mesa y mantel en Brihuega y la emoción de una incipiente aventura en tierras de Trillo, y, por primera vez en mi vida viajé en caravana con un suntuoso Rolls-Royce desde Trillo a La Puerta y viceversa. Frente a la locuacidad de Cela, la choferesa Oteliña se mostraba silenciosa y recatada con su suave sonrisa, su blanco uniforme y su gorra y sus guantes del mismo color. En Brihuega, antes de cenar, Cela estuvo comedido, contó anécdotas de su infancia y de su trato con Don Juan de Borbón y Don Juan Carlos, y se prestó a firmar cuantos libros suyos le pidieron. Durante la cena, siempre llevando la voz cantante, recitó, entre otros dichos, esta coplilla: “El hombre es, como el cabrito/ de la misma condición:/ o muere de pequeñito/ o muere siendo un c...”. A la hora del café en un “pub” de la localidad, ya en plena digestión, Cela se soltó el pelo y con decir que estuvo en su papel ya está dicho todo…

Le volví a encontrar en Trillo, disponiéndose a iniciar la aventura de salvar las Tetas de Viana en globo, llevando como piloto al periodista Jesús González Green, que no es precisamente un novato en estas lides. Pese a la fama de los gallegos, ningún seguro especial se había hecho Cela para correr ese riesgo. “¡Quia, a lo mejor se entera mi mujer y pincha el globo!”, apuntó con humor el académico. Eran las siete y media de la mañana cuando el globo se empezó a elevar majestuosamente para alcanzar, por lo menos, los 400 metros de altura, diferencia entre las altitudes de Trillo y las Tetas. Cela repartía bendiciones desde la barquilla, como si fuera un púlpito, y él, por lo menos, obispo; un poco más arriba hizo ademán de sacar una pierna al exterior como si quisiera saltar asustado. Poco después, el globo desapareció detrás del primer monticulo. Eran las ocho de la mañana y ningún establecimiento había abierto en Trillo. En vista de ello, la mayor parte de los vehículos emprendió viaje hacia La Puerta. Allí, entre cafés, copa y romances de ciego recitados en un bar madrugador por la pareja de juglares que acompañan a Cela en el viaje, llegaron casi las diez sin noticias del globo y de sus ocupantes. Volvimos en caravana a Trillo con el  Rolls-Royce en cabeza y allí tampoco había noticia de los aventureros. Tras algunos momentos de desorientación, alguien apuntó que el globo había derivado río abajo. En esa dirección siguió la caravana de coches, primero sobre asfalto hasta la pequeña presa de la central nuclear, y después tragando polvo por un camino infernal, en medio de bellísimos paisajes, hasta que el camino quedó cortado por unas tierras de labor junto al río.

La inquietud comenzó a cundir. Aunque en la barquilla llevaban radioteléfono no se obtenía contacto, quizá por lo accidentado del terreno. Se comentaba que un cambio de viento habría impedido dar el salto sobre los 1.200 metros de altitud de las Tetas. Ahora lo urgente era establecer comunicación con los aerosteros. Al fin, ya cerca de las once, una lejana voz entrecortada confirmaba que se hallaban a salvo en la orilla izquierda del río –la misma en que estábamos nosotros- a unos tres o cuatro kilómetros más abajo. Salimos a su encuentro unos cuantos. La senda que bordeaba el río se hizo camino de cabras en seguida. Adelantándome un poco, fui el primero en saludar a Cela, que venía sudoroso y fatigado, en mangas de camisa y sin nada en la cabeza, a pesar del fuerte sol. Me pareció entonces más corpulento que nunca. Caminaba serio, pendiente del difícil camino. Explicó que no había sentido miedo en ningún momento y que la falta de viento y de combustible les obligó a aterrizar apresuradamente, pero con suavidad. González Green señaló que Cela descendió de la barquilla a media ladera y arrastró la nave unos metros hasta un lugar mejor para amarrarla. Él mismo hizo el nudo.

Tuvimos que hacer dos o tres paradas para que Cela descansara sentado sobre una manta, que alguien sacó de no sé donde. En algunos puntos del camino Cela tuvo que apoyarse en mí para salvar desniveles. En los coches, le esperaban su esposa, que había llegado esa mañana desde Mallorca, y su hermana, que le acompañaba desde el comienzo del viaje. Pidió una cerveza y soltó un taco al saber que no había. Subió a su Rolls y regresó a la civilización dispuesto a ir a La Puerta en coche, al no haber podido hacerlo en globo, sin despedirse por ello de intentar en mejor ocasión la aventura en aerostato sobre las Tetas. El globo se quedó en la orilla del Tajo, ante la imposibilidad de sacarlo por tierra de aquellos difíciles parajes. Se pensó rescatarlo por agua mediante una canoa que remontara las aguas del embalse de Entrepeñas hasta el final de su cola.

Cela va apuntando todo lo que le llama la atención en un cuaderno escolar. Pero no escribe mucho. Se ve que piensa echarle al viaje fantasía.