Tortuera en el recuerdo

13/02/2021 - 18:48 José Serrano Belinchón

Uno piensa que no se falta a la verdad cuando le han dicho que, excluyendo a Molina,  Tortuera es la pequeña capitalidad del Señorío.

Sí, amigos, ahí lo tenéis, en donde estuvo siempre, al nordeste de la provincia de Guadalajara, recibiendo en las tardes de otoño y de primavera la brisa aragonesa que le llega desde Used y desde la laguna de Gallocanta. Lejano en la distancia desde la capital de provincia, Tortuera es un pueblo hermoso, de recios y expertos agricultores, una pequeña ciudadela que empieza a interesar al viajero ya desde su entrada. Al resguardo del viejo pairón de las Ánimas, resulta impagable el ser testigo de aquel silencio, de aquella paz que poco a poco se va filtrando por los sentidos. En los chopos del barranco todavía no hay hojas, ni pájaros tampoco porque se fueron a invernar bajo los aleros de las casas del pueblo. Por encima del ramaje del barranco se alcanzan a ver laderas seccionadas, pedregosas, y algunas cuevas.  La plaza conserva un lejano sabor a historia pasada, presente en sus piedras multicentenarias. La rodean añosas fachadas de antiguo sabor molinés, palacetes blasonados que siglos después son recuerdo de hidalgas familias, cuyos nombres dejaron de brillar en el candelabro de la Historia, y que ahí están, enhiestas en su viejo solar, manteniendo atenuada la luminaria de sus pasadas glorias, a la espera, quién sabe, de un nuevo renacer que tal vez no les llegará nunca, o de integrarse, qué remedio, en el prosaico discurrir de los nuevos tiempos. El hablar de sus gentes es un castellano de excelente calidad, con el tono peculiar que lejanas generaciones tomaron de sus vecinos aragoneses.

Uno piensa que no se falta a la verdad cuando le han dicho que, excluyendo a Molina,  Tortuera es la pequeña capitalidad del Señorío. Allí nacieron personajes de la categoría de los López de la Vega, entre los que destacó don Diego, obispo que fue de Badajoz, y don Álvaro, poeta. Hijo de Tortuera lo fue también el insigne teólogo fray Lucas de la Madre de Dios, y toda una serie de eclesiásticos y jurisconsultos, fruto sazonado de una casta de hidalgos y de familias de noble linaje, cuya memoria todavía prevalece. En lo personal, aún conservo en la memoria el recuerdo de una buena amistad, de un excelente amigo de mis años jóvenes, Moisés Román Ainos era su nombre, natural de Tortuera, quien durante años ejerció como sanitario auxiliar en mi pueblo, y de quien no he vuelto a saber jamás. Si es que todavía cuenta en el mundo de los vivos, a él especialmente dedico este trabajo.