200 años de 'liberticidio' de Moreno y Marlasca


José Marlasca y Julián Antonio Moreno fueron dos destacadaos liberales de la ciudad que fueron vil y cruelmente asesinados por los realistas más recalcitrantes y exaltados.

Dos de las recurrentes plazas y plazuelas que se suceden en el casco histórico de la ciudad de Guadalajara y que le dan una fisonomía urbana singular llevan el nombre de Moreno y Marlasca. La primera es muy notoria puesto que en ella radica el palacio de la Diputación Provincial. En la actual plaza de Moreno, que durante el franquismo se denominó “Alférez Provisional”, estuvo, hasta su completa demolición en 1836, la primitiva iglesia de San Ginés, con parte de cuyas piedras se hizo el muro defensivo del Fuerte de San Francisco que da vistas a Bejanque. También en esta plaza estuvo en su día el Convento de la Concepción, que después fuera de los Paúles, quedando mínimos restos de este histórico inmueble hasta finales del siglo XX cuando se demolieron las viviendas y locales comerciales que se habían construido sobre su antiguo solar para erigir un nuevo edificio que hace esquina con la calle Topete. El estudio de detalle derivado de esta actuación urbanística permitió que surgiera una nueva plaza a la que se le dio el nombre de Marlasca. Como Moreno, este personaje histórico ya había estado en el callejero de Guadalajara desde finales del primer tercio del siglo XIX hasta el final de la Guerra Civil, en su caso dando el nombre a la actual Plaza de Santo Domingo que, después de la guerra y hasta 1981, se denominó del General Mola. Históricamente, esta plaza fue conocida como del Mercado pues en ella se ubicaba el mercado extramuros de la ciudad y se accedía al recinto murado a través de la, precisamente, llamada puerta de Mercado de la muralla. Moreno y Marlasca, por tanto, son dos nombres muy sonados, que ocupan céntricas plazas y que han estado mucho tiempo en nuestro callejero en las etapas inmediatamente previa y posterior al franquismo. Pero ¿quiénes eran estos personajes tan retribuidos por la ciudad como para darles su nombre a espacios urbanos tan céntricos y emblemáticos? Trataremos hoy de dar respuesta a esta pregunta que se hacen muchos ciudadanos, o no. El desconocimiento tiene perdón y cura, la indolencia y la indiferencia, no.

José Marlasca y Julián Antonio Moreno fueron dos destacados liberales de la ciudad que, aquél el 10 de agosto y éste el 1 de noviembre de 1823 -hará pronto, por tanto, 200 años de aquello-, fueron vil y cruelmente asesinados por los realistas más recalcitrantes y exaltados al reponer los llamados “Cien mil hijos de San Luis” el absolutismo de Fernando VII, iniciándose así la conocida como “Década ominosa” (1823-1833) tras finiquitar el llamado “Trienio Liberal” (1820-1823). La carcunda arriacense, cuando la milicia francesa de la que estaba al frente el Duque de Angulema ayudó a Fernando VII a volver al Antiguo Régimen, se vengó de los apenas tres años transcurridos con gobiernos liberales desde el triunfo del general Del Riego, asesinando y después maltratando los cadáveres de Moreno y Marlasca. La muerte de ambos fue, pues, un “liberticidio”-más bien un “libericidio” o “liberalicidio”, aunque sean voces forzadas- en toda regla, perpetrado por quienes gritaban con un inexplicable masoquismo político “¡Vivan las caenas!” y en contra de quienes replicaban a éstos con el famoso “Trágala”: “Trágala, trágala, vil servilón, tú que no quieres Constitución”. Como es sabido, Fernando VII solo tragó Constitución, y a regañadientes, durante los tres años del “Trienio Liberal”.

Tras la reposición del poder absoluto de Fernando VII en 1823 y su rechazo total a la Constitución que había firmado contra su voluntad apenas tres años antes, los liberales más señalados fueron perseguidos en toda España, sobremanera el general Del Riego quien, tras ser apresado y maltratado, fue ahorcado ese mismo año en la madrileña plaza de la Cebada. Este ajusticiamiento del militar español adalid del liberalismo fue en venganza por su pronunciamiento en 1820 en Cabezas de San Juan que conllevó el inicio del Trienio Liberal. Los absolutistas jamás le perdonaron haber puesto su sable al servicio de una España liberal y libre, con un rey constitucional y no absoluto, forzado a firmar y aceptar la Constitución gaditana con aquellas históricas e hipócritas palabras de: “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”. Riego no fue el único liberal carne de patíbulo en aquellos negros días de 1823 en que España regresó al absolutismo; en el mismo Madrid, más de un centenar de simpatizantes de su misma causa fueron ajusticiados por sus ideas y militancia, al igual que ocurrió en otras ciudades de España. En Guadalajara, como ya hemos dicho, quienes pagaron sus ansias de libertad fueron Moreno y Marlasca. A ambos les sacó de sus respectivas casas y por la fuerza una horda de absolutistas en una acción consentida por el poder gubernativo; Marlasca, en el verano de 1823, y Moreno, en otoño del mismo año. Tras ser conducidos, vejados, insultados y maltratados por las calles, terminaron dándolos una muerte violenta que no acabó en eso ya que después se ensañaron con sus cadáveres, mutilándolos e, incluso, según algún cronicón, cortándoles las cabezas y portándolas en picas por la ciudad para culminar la ignominia y el escarnio. Puede que haya algo de leyenda, de carga de suerte para mitificar y engrandecer personajes y sucesos, en esta descripción de las extremas circunstancias en que fueron asesinados Moreno y Marlasca, pero de lo que no cabe duda es de que el suceso fue tan impactante para la ciudad que ha pasado a ser un hito de su historia. Sabemos más de las tortuosas muertes de ambos que de sus vidas y obras, probablemente porque también fueron condenados por los reaccionarios que les asesinaron a la “muerte civil”, borrando literalmente su rastro de los archivos. De Marlasca sabemos que participó activamente en la Guerra de la Independencia y que fue un gran patriota liberal; también es conocido que estaba casado, mientras que Moreno era soltero y un exaltado liberal.

Si la ausencia de datos en archivos y bibliotecas no nos permite conocer con más detalle las figuras de Moreno y Marlasca, por el contrario sí tenemos noticia precisa de cómo la ciudad procuró reparar las figuras de ambos en el período ya de la reina gobernadora, María Cristina, viuda de Fernando VII y madre de la entonces reina niña Isabel II, quien desde la muerte del rey “felón”, otrora “el deseado”, decidió acabar con la Monarquía absoluta y avanzar hacia un Estado constitucional, incluso iniciando una importante etapa de reflexión y creación intelectual. Un año después de morir el rey, en 1834, Marlasca recibe un primer tributo a su memoria cuando Guadalajara da su nombre a la actual plaza de Santo Domingo. Poco tiempo después, Moreno también ocupa un lugar en el callejero de la ciudad recibiendo su nombre la que hasta entonces era llamada plaza de San Ginés. Pero es, sobre todo, en la primavera de 1842, ya en período isabelino, cuando la ciudad se propone celebrar, y celebra, un gran acto de homenaje y reparación pública a ambos personajes, hasta el punto de publicarse en el Boletín Oficial de la Provincia, en su edición de 29 de abril de ese mismo año, el amplio y completo programa de actos que conformarán la “Función fúnebre de don José Marlasca y don Julián Antonio Moreno sacrificados inhumanamente por los satélites del despotismo en la Ciudad de Guadalajara en 1823”. La verdad es que cuando uno lee en papel oficial, ya amarronado y envejecido por la pátina del tiempo, un texto tan exaltado y florido en la forma y sobre un episodio histórico tan afectador, no deja de impresionarse.

El programa de actos en homenaje a Moreno y Marlasca se inició el 7 de mayo de 1842 con el traslado de sus restos desde su lugar de enterramiento a una urna cineraria de alabastro -que ha sufrido distinto avatares pero aún se conserva- y que después se llevaría hasta San Nicolás, donde quedaría escoltada hasta el día siguiente, fecha en que tendría lugar el homenaje fúnebre principal. Fueron el Ayuntamiento y la Diputación Provincial, ambos en corporación y de riguroso luto, con porteros y maceros sin mazas y vestidos de negro, quienes junto al Jefe Superior Político -figura previa a la del gobernador civil- y el Intendente-cargo que devino después en delegado de Hacienda- escoltaron hasta la antigua iglesia de los jesuitas los restos de los liberales alcarreños asesinados 19 años antes. Al día siguiente, una nutrida procesión cívica, abierta por 4 nacionales de caballería y en la que se integraban autoridades civiles y militares, la viuda de Marlasca y otros familiares de ambos homenajeados, además del pueblo llano de luto que se quiso sumar, condujo la urna hasta la plaza Mayor. Ya allí, ante ella, fueron leídas diversas composiciones poéticas escritas por varios autores, entre otros por el gran dramaturgo y poeta del romanticismo español, Juan Eugenio Hartzenbusch, conformando la “Corona fúnebre a la memoria de las víctimas de la libertad, D. José Marlasca y D. Julián Antonio Moreno”, todas ellas recogidas en un opúsculo editado con este título por la imprenta de D.P.M. Ruiz y hermano que también imprimía entonces el BOP. Incluso se proyectó construir un monolito o túmulo de 15 metros de altura, inspirado en el que Madrid dedicó a los héroes del 2 de mayo, para ser erigido en la plaza Mayor con ocasión del homenaje, pero finalmente no llegó a realizarse. Su plano complementa este texto y nos llegan noticias a través del técnico municipal de Patrimonio, Pedro José Pradillo, de que el ayuntamiento de la capital ha encargado recientemente su realización en madera para que forme parte del centro de interpretación que se proyecta habilitar en el cementerio. Una buena idea, sin duda, que también contribuirá a visibilizar la singular historia de dos personas que están en el callejero de la ciudad, pero muchos no saben que pagaron ese honor a precio de sangre por el hecho de ser destacados liberales. Termino con una estrofa de los versos que Hartzenbusch dedicó a Moreno y Marlasca en la aportación que hizo a su corona fúnebre: “Brille por siempre su triunfal corona / De mirto y de laureles; / Su alma en el ciclo ya, libre perdona / Sus berdugos (sic) crueles”.