99


Hemos aprendido muchas cosas, como el valor, en toda la amplitud de su significado, de los sanitarios, o profesores y maestros, o las FFCC de Seguridad del Estado, o los militares y tantos otros.

Desconozco si tiene algún significado cabalístico, pero la cifra es llamativa. En realidad, lo más llamativo es su significado: los días que hemos permanecido bajo los efectos del Estado de Alarma, que se dictó para controlar una pandemia y que ha acabado por controlarnos a todos. Y el control, no nos vamos a engañar, es una tentación en la que nuestro gobierno ha caído, sintiéndose cómodo en nuestra restricción de libertades.

Parece que a la democracia “anticasta” le gustan las cosas a lo grande, más a lo grande de lo que permiten las clásicas normas sanitarias de cuarentena, que ni siquiera quieren retocar: para qué puedo limitar la libertad de unos pocos si puedo restringir la libertad de todos, parece que se dicen a si mismos con los ojos abiertos por la evidencia poco científica. 

Así que, aunque para la mayoría 99 sea una cifra que queremos dejar atrás para siempre, junto con la pandemia y sus efectos en nuestras garantías y libertades públicas, aunque todo pase y el tiempo empolve y adormezca la pena, la indignación y el miedo, tenemos que estar alerta para que no nos vuelvan a atacar con “la alarma”. Al menos sin necesidad.

La crisis ha dejado otras cifras de las que poco a poco dejaremos de hablar: la peor, la de los muertos, cuyo número desconocemos como no conocemos sus nombres. No sabemos las personas fallecidas a gran escala porque hasta nos ocultan las de fácil recuento. A día de hoy, no sabemos a ciencia cierta si han muerto por el coronavirus 27, 28 o más de 30 ancianos en la Residencia de Cifuentes, porque nadie quiere que se sepa el número, aunque sea vox populi. ¿Tan difícil es contar muertos en una residencia de 120 plazas, que tenía 103 residentes antes de que empezara este horror? ¿A nadie le interesa? Para que nos hagamos una idea, en Madrid han fallecido, aproximadamente, el 11,5% de los ancianos en residencias públicas, concertadas y privadas; en Cifuentes, haciendo la estimación más baja, el 26%. Pero aquí opera la ley del silencio que en el caso de las administraciones es, cuando menos, cómplice, vergonzosa, cobarde. Y si no sabemos cuántos y quiénes han sido, cómo podemos honrarles.

Hemos aprendido muchas cosas, como el valor, en toda la amplitud de su significado, de los sanitarios, o profesores y maestros, o las FFCC de Seguridad del Estado, o los militares y tantos otros… Pero también que es más importante el agricultor o el ganadero que el asesor político que se queda en casa en la pandemia sin que le golpee el ERTE, aunque no haga nada para ganarse el sueldo que le pagamos. Hemos aprendido que son más útiles a nuestra sociedad los cajeros, reponedores y transportistas que los diputados, porque, horror, el Congreso podía cerrarse y las tiendas eran servicios esenciales.

Ojalá hayamos aprendido que nuestra vida se puede poner patas arriba por algo tan pequeño como un virus. Y que tenemos que estar alerta, para que el gobierno no nos la imponga. Porque deseo de todo corazón que esta sea la última vez que comparto con vosotros mis pensamientos sobre este tema.