Águilas, buitres y turistas
Artículo publicado el 11 de enero de 2000.
Podría haber titulado estas líneas con una de las Obras de Misericordia, “Dar de comer al hambriento”, pero pienso que atraerá más lectores lo de “Aguilas, buitres y turistas” por aquello de que las cuestiones religiosas más bien ahuyen-tan: a unos, porque les tienen sin cuidado y a otros, porque les aburren. (Y que no se me enfade mi amigo Pedro Moreno, director de “El Eco”, hoja diocesana en la que, dicho sea de paso, publiqué poesías desde principios de los cuarenta hasta 1953, aunque al celebrar el número 3000 no me incluyeron en la nómina de sus colaboradores. Así que el enfadado tendría que ser yo).
Aguilas, buitres y turistas son tres especies, las dos primeras, rapaces y la tercera, objeto de la rapacidad ajena, que necesitan comer para vivir. Antes lo obtenían de manera natural, pero ahora empiezan a conseguirlos artificialmente. Me explicaré: La idea de este comentario, con esta extraña trinidad en titulares, me la dio la información que publicaba este periódico la semana pasada sobre la construcción por la Delegación de Agricultura de dos vivares de conejos para alimento de las tres únicas parejas de águilas perdiceras que subsisten en el Alto Tajo. Esto me hizo recordar que hace tiempo, concretamente en 1993, el ayuntamiento de Molina convino con la Junta de Comunidades la creación de un comedero para buitresen las proximidades de la carretera de Checa. Por otra parte, la proliferación de casas rurales en la provincia satisface las necesidades, no sólo de alimentos sino de cobijo y hasta solaz, de los turistas que nos visitan. Pero vayamos por partes.
En primer lugar me asombró la artificiosidad del proyecto para las águilas. Yo sí sabía, lo que no les ocurrirá a todos, qué es un vivar. He descubierto bastantes, por lo general entre majanos (montón de cantos, resultado del despedregamiento de fincas), y hasta alguna vez asistí a la caza de conejos en ellos con hurón. Ahora la Administración va a gastar tres millones en construir sendos vivares artificiales en Zaorejas y Baños de Tajo con el fin de que a las águilas perdiceras, que se alimentan de perdices, palomas, codornices, urracas, cuervos, lagartos y, sobre todo, conejos, no les falte su sustento. Lo que no sé es cómo se va a impedir que otras rapaces les disputen estas presas. Pero lo que a mí me ha llamado la atención es que haya que recurrir a estos procedimientos para que las águilas perdiceras, o perdigueras, no se extingan. ¿Es que ya faltan hasta conejos? Yo creía que lo de la mixomatosis estaba superado, pero veo que las familias de conejos que se van a introducir en el vivar artificial para que se multipliquen estarán vacunadas.
Me sorprendió ya lo del comedero para buitres, que no sé si llegó a cuajar, y en el que se depositarían, a falta de caballerías y ovejas muertas en el campo, los despojos del matadero municipal. Comentaba entonces que estas aves carroñeras, de poderosa vista y soberbio vuelo, tendrían que olvidarse de estas envidiables facultades para venir a comer poco menos que a la mano del alguacil. La falta de alimento les obligaba a la servidumbre de comer las sobras del hombre. Y quizá hasta a servir de objetivo fotográfico para turistas. Y añadía “¡Pobres buitres! ¡Quién les iba a decir en otros tiempos que terminarían comiendo lo que les mande el alcalde!”.
No trato de comparar las casas rurales para turistas con los vivares para águilas perdiceras y los comederos para buitres, pero no me negarán que en estas casas y en los restaurantes que proliferan también se proporciona comida. Ya el turista no tiene que venir con tortilla, mesa y sillas para comer bajo una chopera. Las casas rurales le facilitan todo. Eso sí, a precio de hotel de cuatro estrellas para arriba. Hoy todo son novedades y artificiosidad a la hora del condumio, lo mismo para águilas, que para buitres o para turistas. ¡Y qué quieren que les diga!. A mí me da pena la sumisión a que han tenido que descender las rapaces, pero también echo de menos, al llegar el buen tiempo, aquellas desestresantes meriendas en el campo, quizá a la sombra de los álamos del río, en las que uno comía lo que llevaba y quería, y no como ahora, en que hay que tomar el condumio que nos sirven a peso de oro, so pena de pasar por las horcas caudinas del plato del día.