Alfarjes y artesonados


En este trabajo planteo el recuerdo de esas piezas de arte que conforman nuestro patrimonio, y que por ser antiguas, de madera, y estar en lo alto de los techos, apenas reciben una mirada de algún viajero. Los techos, los alfarjes, las armaduras, los entramados de par y nudillo… todo es interesante.

Hubo en Guadalajara, una vez, en el pasado, un “palacio de las mil y una noches” al que un fatal día le cayeron encima las bombas de la aviación alemana, que vino a incumplir el mandato evangélico del “amaos los unos a los otros” y sembró de dolor y fuego el suelo de Guadalajara. Fue un 6 de diciembre, de 1936, en el que se sembraron dolor y odio por todas partes, en cosecha infinita, que aún dura. Y los artesonados, mágicos e increíbles, de los salones del palacio de los Duques del Infantado, fueron destruidos, quemados, esparcidos por los suelos, borrados del mapa para siempre. Eran los mejores artesonados de España, sin duda.
En Guadalajara han quedado, en todo caso, algunos otros techos que merecen ser admirados. Los del palacio de los Dávalos y Sotomayor, hoy sede de la Biblioteca Pública Provincial, que son tan buenos, variados y sorprendentes, que solo a ellos dedicaré otro día una de estas mis “lecturas de patrimonio”.
También en el palacio de Antonio de Mendoza, otra joya renacentista, han quedado algunas armaduras de madera, muy sencillas, que algunos que allí han estudiado aún recuerdan.
Y en la iglesia de Santa María Micaela, diseñada y dirigida por Ricardo Velázquez, otra de las joyas patrimoniales de nuestra tierra, el gran artesonado de par y nudillo que cubre el templo…. Además de otro extraordinario ejemplo en la capilla del convento de madres adoratrices, que está algo más vedado a la vista de los turistas hoy en día.

Cubierta de la techumbre del presbiterio de la iglesia parroquial de Cañizar.
Este trabajo me va a servir para destacar los techos de armadura de madera que como piezas recónditas de nuestro patrimonio aún podemos contemplar en algunos pueblos. Por ejemplo, el de Atanzón, que justifica por sí solo un viaje admirativo a esta localidad alcarreña, tan cercana a Guadalajara. Cubriendo el espacio del presbiterio, hoy vemos muy bien conservada una armadura de estructura ochavada equilibrada ligeramente alargada, con sus faldones de alfardones, y entre ellos las limas moamares que sumadas en el centro dan lugar a un almizate muy vistoso, con doble estrella de compleja lacería.
Más sencilla es la armadura de Cañizar, que nos ofrece sobre el presbiterio una estructura de trazado ochavado ligeramente alargada, con sus ocho faldones formados por pares apenas sin decoración, pero que en el centro sostienen un almizate estrechado muy prolijo.
De los mejores de la provincia, aunque en lugar recóndito y apartado, la armadura de madera de la iglesia parroquial de Armallones debe ser admirada. Es también una estructura completísima, en forma de cúpula ochavada, de par y nudillo, que se sujeta sobre los muros del presbiterio gracias a un arrocabe elevado con casetones, y luego los faldones formados por pares tallados y policromados aúpan en el centro un almizate en forma de lucida estrella. Al conjunto le aporta belleza el complemento de las cuatro pechinas triangulares que sirven para transformar la planta cuadrada del presbiterio en el espacio octogonal de la cubierta. En ellos, además, está el elemento clave que nos permite fecharlo (sería obra de en torno a 1510-1520) porque aún le quedan, aunque dañados, los escudos que el obispo de Cuenca (a la sazón el camarlengo y cardenal italiano Rafael Sansone Riario) mandó poner en sus apoyos, y que hoy identificamos por su campo relleno de una rosa abierta, y timbrado de la corona papal y las llaves de San Pedro.

Cubierta en madera del presbiterio de la iglesia de Armallones.
En Moratilla de los Meleros podemos ver el conjunto más espectacular de la provincia, en punto a armaduras rurales. Cubre la totalidad de la nave del templo parroquial y ofrece una estructura ochavada que se decora con profusión de trazos geométricos de tradición mudéjar y muchos otros detalles renacentistas. Es obra de hacia 1516, realizada por el carpintero Alonso de Quevedo, vecino de Alcalá de Henares, probable autor de la magnífica techumbre de madera de la capilla de San Ildefonso de aquella ciudad. Y ello se colige de que el tasador de esta obra alcarreña es Pedro Gumiel, autor de la iglesia de San Ildefonso de Alcalá, aneja ahora a la Universidad, y de otras obras en las que el Cardenal Cisneros dejó a cargo de su sabiduría y buen arte a este Gumiel que al menos como tasador pasaría a principios del siglo XVI por Moratilla.
Hace ya bastantes años, mi amigo Pedro Lavado Paradinas escribió un artículo sobre este artesonado en la Revista Wad-al-Hayara, y como él es un auténtico especialista en arte mudéjar, creo que lo mejor es reproducir íntegro su texto descriptivo de esta pieza única: “Esta es techumbre  de madera  ochavada de  limas  mohamares  sobre  trompas  de  lacería  pintada  a  partir  de  estrellas de ocho, cintas  y  figuras de diseño renacentista. Los faldones  de  la  armadura  son  de  lazo  ataujerado  con  las  mismas  estrellas de ocho  y  crucetas,  imitando  la labor  apeinazada  de  las  primitivas  techumbres y los fondos  de la  tablazón  pintados  con figuras  de  tema  renacentista; floreros  y formas vegetales simétricas al estilo del  plateresco. El  almizate  se  cuaja  completamente   del  lazo  citado,  resaltando  en  él  los clavos dorados  y  los  fondos  de  las  estrellas  con  florones  también  policromados  y  dorados. El  arrocabe  policromado  se decora  con  animales afrontados  perdidos en una maraña  vegetal y de formas  platerescas en tonos  azul,  rojo,  ocre  y  negro,  y   delimitado   por  dos  líneas  corridas  de arquillos  ciegos a manera  de  moldura”. La terminología técnica sirve para que se nos despierten las ganas de acudir a Moratilla y visitar su templo con ese “cielo” armado de maderas y simbolismos.

Techumbre armada en madera de presbiterio de la iglesia parroquial de Atanzón.
En Horche se ha rehecho, gracias al buen trabajo de los carpinteros locales, su antiguo artesonado, aunque con evidente aspecto de modernidad. En Valdeavellano queda aún, en forma de viga que sostiene la estructura del coro, un par que serviría para sujetar la techumbre de la iglesia. En ella aparecen dibujados personajes del Medievo, en conjunto sorprendente, que podría dar lugar para representaciones festivas y evocadoras. Y aún podemos recordar la armadura de la iglesia de Lupiana, que aunque muy restaurada, cubre las tres naves del templo renacentista, con una estructura de par y nudillo sencilla, dejando en el presbiterio ver un estupendo friso de tallada piedra con grutescos que posiblemente sujetó otra armadura ochavada en la cabecera.

Techumbre de cuarto de esfera sobre el presbiterio de la iglesia de Santa María Micaela de las Adoratrices de Guadalajara.
Hay más, salpicadas por nuestros pueblos, tanto en iglesias como en ermitas (recuerdo ahora la de la Soledad, de El Atance, en proceso progresivo de ruina, pero con un almizate llamativo del que me ocupé en su día (Nueva Alcarria, 5 diciembre 2020). En todo caso, un patrimonio que cuesta admirar porque hay que doblar mucho el cuello, pero que cuando se ve da muchas satisfacciones.