Amistad y felicidad, el legado de 'Josepe' Suárez de Puga


José Antonio Suárez de Puga es una figura clave de la Guadalajara de la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos del XXI, especialmente en el ámbito de la cultura, pero también ha gestionado responsabilidades públicas relevantes en otros ámbitos. Foto: Eva Solano Pérez.

Por Jesús Orea, periodista y escritor 

Guadalajara, por fin, ha rendido un justo homenaje en vida a uno de sus más fecundos hijos, José Antonio –“Josepe”- Suárez de Puga, hombre de leyes, letras, tablas y artista plástico de notable talla en todas esas facetas y aún en alguna más, y uno de los principales referentes y activos en la vida cultural de la ciudad desde hace ya siete décadas. Rendir homenajes en la llamada “hora de las alabanzas”, la que se aviene tras la muerte del alabado, es casi obligado y hasta sencillo y, por tanto, forzado y frío. En cambio, homenajear con toda justicia a alguien en vida y concebir con buena arquitectura formal y emocional el homenaje, como ha sido el caso, convierten el acto en oportuno y especialmente cálido. Así fue, sin duda, el tributo que a Josepe le organizaron sus/nuestras “Gentes de Guadalajara”, y al que nos sumamos un amplio y ardoroso grupo de amigos, además de puntales de la sociedad civil y los rectores y representantes pasados y presentes de las principales instituciones públicas de la provincia. El agasajo tuvo lugar el pasado día 20 de septiembre, justo en la víspera de su 87 cumpleaños. Acogió el evento con un llenazo el Teatro Moderno, esa sala tan unida al histórico ateneo de la ciudad que, tras su último formato de Centro Cultural con el nombre de “Ateneo Municipal”, lamentablemente lleva cerrado ya desde 2008. 

Como ya he comentado, el homenaje a Josepe tuvo la virtud de la calidez, pero también de la calidad, pues se construyeron muy bien su guion y contenido. Condujeron el acto, de manera muy profesional, pero también cercana, desenfadada y afectiva, la actriz, productora y gestora cultural, Abigail Tomey, y el periodista, Antonio Herráiz. No se me ocurren dos personas más adecuadas para hacer el (buen) trabajo que ambos hicieron porque a su conocida competencia y capacidad, se suman los grandes lazos de amistad que les unen con el homenajeado. Sin duda alguna, el acto fue un auténtico canto a la amistad, como el propio Josepe se encargó de remarcar cuando intervino al finalizar, diciendo que ésta “es una de las cosas más importantes de la vida” y que está por encima de casi todas las demás. La otra “cosa” que nos invitó a anteponer en la vida a cualquiera otra es la de procurar ser felices, de tal manera que amistad y felicidad son la parte del tercio de libre disposición que en su testamento vital nos ha dejado y revelado en vida Josepe a sus muchos amigos que, a la vez, también somos sus admiradores.

José Antonio Suárez de Puga es una figura clave de la Guadalajara de la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos del XXI, especialmente en el ámbito de la cultura, pero también ha gestionado responsabilidades públicas relevantes en otros campos, dada su gran formación como jurista y el hecho de ser técnico superior de la Administración. Entre los cargos más notorios que ha ocupado, destacan el haber sido delegado provincial de Cultura en los primeros años de la Transición, puesto desde el que potenció la actividad cultural en la provincia de forma exponencial y contribuyó a vertebrar e implicar la sociedad civil en este ámbito a través de la creación de asociaciones. También fue director provincial de Trabajo durante 8 años, entre 1996 y 2004. Comprometido con la actividad cultural de Guadalajara hasta los tuétanos, no solo le prestó su propio servicio como creador, sino que también se implicó en la fundación de entidades asociativas que, en su momento, contribuyeron de forma notable a la promoción cultural, como el Núcleo Pedro González de Mendoza, nacido en 1965 gracias a su impulso y al del entonces Cronista Provincial, Francisco Layna Serrano, al del eminente poeta jadraqueño, José Antonio Ochaíta y el de Ángel Montero Herreros quien presidiría este equipo de notables al que después se sumaron otros durante las tres décadas en que tuvo actividad. 

   Josepe es, desde 1972, Cronista Oficial de la ciudad de Guadalajara, compartiendo apenas unos meses esa responsabilidad con Ochaíta, fallecido el 18 de julio del año siguiente. El poeta jadraqueño era íntimo amigo de Suárez de Puga y fue éste, precisamente, quien acompañó el féretro y el cadáver de Ochaíta en su traslado a Jadraque desde Pastrana, donde murió de manera fulminante mientras recitaba versos a medianoche en el atrio de la colegiata, justo en el momento en que decía: “¡Tengo la Alcarria en las manos! ¡Benditas manos!”. Fui, más de una vez, testigo privilegiado, junto a Javier Borobia -otro grande de la cultura y la amistad de Guadalajara que merece un homenaje similar al tributado a Josepe-, de la sentida forma en que Suárez de Puga narraba y describía el traslado de su amigo muerto por las carreteras de la Alcarria aquel día de julio de hace ya casi 50 años, componiendo cada vez que lo hacía, aún sin pretenderlo, un auténtico poema, formalmente neoclásico -su lugar habitual en el país de la poesía-, conceptualmente expresionista y emocionalmente impresionante. Josepe también fue presidente de la Sección de Historia de la Institución Provincial de Cultura “Marqués de Santillana”, inactiva, pero no extinta y a la que habría que repensarse y rescatar de la inacción, dándole espacio, competencia y sentido en la actualidad. 

    El homenajeado, igualmente, estuvo al frente de la Casa de Guadalajara en Madrid, a finales de los años setenta y principios de los ochenta del siglo pasado, cargo que compatibilizó un tiempo con el de delegado provincial de Cultura. Seguramente el “cargo” que a Josepe le ha procurado más satisfacción personal el tiempo que lo ocupó sea el de presidente de Gentes de Guadalajara, el colectivo que cada año hace posible el Tenorio Mendocino, esa feliz idea de Javier Borobia que fue plantada en tan buena tierra que ha crecido y florecido incluso después de que él hiciera mutis por el foro hace ya trece años. Josepe no solo fue la cabeza visible de Gentes una etapa, su gran aportación a este grupo fue el papel de don Juan Tenorio maduro/viejo que, literalmente, bordaba. Su voz profunda, su tono actoral pausado y medido y su concentración en el papel generaron algunos de los más brillantes momentos de esta ya de por sí luminosa iniciativa cultural. Sí, Josepe, como buen humanista y filorrenacentista que es, también se ha distinguido por su polifacetismo y es un notable hombre de teatro. No se queda ahí, ni mucho menos, su amplio currículo en el campo del servicio público, tanto en la administración como en la sociedad civil, pero baste lo reflejado como muestra de su evidente vocación en él.

He dejado para el final lo que, en realidad, fue el principio de la actividad creadora de Suárez de Puga y que inició ya en tus tiempos aurorales -como diría Buero Vallejo- cuando estudió bachillerato en el viejo Brianda, hoy Liceo Caracense -por favor, corrijan ese error: Caraca está en Driebes-. En las aulas del viejo palacio/convento mendocino comenzó a desarrollar dos de sus vocaciones creadoras más notables: la poesía y el dibujo. Parece que los muros de ese histórico inmueble estuvieran llamados a infundir esa dual vocación pues sabido es que, dos décadas antes, el ya nombrado Buero comenzó allí mismo a escribir y ganó su primer premio literario, al tiempo que inició su faceta de artista plástico que después le llevó a estudiar Bellas Artes en Madrid, antes de ser dramaturgo. Con apenas 17 años, Josepe participa de forma activa en la llegada del postismo a Guadalajara. El postismo había nacido en los años 40, pero aquí arribó a principios de los 50. Fue un movimiento de vanguardia que “centraba su defensa ideológica, no en una teoría justificativa del ideal poético, sino en la práctica de la obra, en el propio poema”, como afirma Amador Palacios. 

En la dura posguerra, tras una durísima guerra, Guadalajara era un solar en casi todos los sentidos y este movimiento postista, encabezado por Antonio Fernández Molina, fue una auténtica flor que nació en tierra casi yerma. Como decíamos, Josepe estuvo ahí y nació ahí para la poesía, publicando sus primeros versos en la revista literaria Doña Endrina, voz del postismo alcarreño en la que colaboraron poetas emergentes que después llegaron a ser muy grandes, como Gabriel Celaya. Suárez de Puga, junto a Antonio Leyva, promovió el nacimiento de otras dos revistas literarias, La voz del novel (1951-1953), tras cuya temprana desaparición nació Trilce -título homónimo al del poemario del peruano César Vallejo-, pliegos de poesía y arte que también tuvieron corta vida y que bebieron en el postismo y en la generación poética del 51. El primer poemario de Josepe, titulado Dimensión del amor, se publicó en 1957 y lo editó el propio Fernández Molina, dentro de la colección Doña Endrina. Suárez de Puga es un poeta más cualitativo que cuantitativo desde el punto de vista de la producción pues apenas ha publicado 8 poemarios -el último, La visita del tiempo, en 2021-, pero su categoría como literato es ampliamente reconocida no solo en el ámbito local. Acabo con el primer verso del primer soneto del primer poemario de Josepe: “Dimensión del amor. Vasta pradera”. Ahí comenzó todo.