Ante la Semana Santa

08/04/2020 - 16:28 Luis Monje Ciruelo

No importa que este año la pandemia haya obligado a prohibir la Semana Santa. A mi no me impide revivirla.

Ante la Semana Santa que se aproxima, porque el Jueves Santo es el nueve, en vísperas de cumplir yo el 18, 96 años, mi imaginación duda entre la estampa de las procesión del Santo Entierro es rural en mi Palazuelos familiar, entre trigales en flor, desde la Puerta de la Vega en las murallas del siglo XV , hasta la ermita de Soledad, con un coro de jóvenes cantando sentidos motetes cuya melodía, quizá era la misma que se entonaba hace cinco siglos.

En tiempos, los escasos vecinos del inmediaopueblo de Ures, visible desde Palazuelos, al ver la luces de la procesión hacia la ermita, encendían hogueras, a manera de saludo a distancia

No importa que este año la pandemia haya obligado a prohibir la Semana Santa, pero no a mí revivirla, En contraste con la aldea, la procesión del Santo Entierro en la capital es más solemne, presidida por el obispo, con asistencia del Ayuntamiento en pleno, incluidos los concejales socialistas y de Izquierda Unida, algunos, no practicantes ni asiduos de las ceremonias litúrgicas. Pero estamos siempre de elecciones y los votos de los católicos también cuentan. El alcalde camina a su cabeza, con el bastón de mando en la mano, escoltado por agentes municipales, con banda de música y un multitudinario acompañamiento de fieles vestidos todos de oscuro, entre ellos señoras con mantilla y peineta españolas. No sé si esta descripción comparativa entre la Semana Santa de la aldea y la de la ciudad responde todavía a la realidad porque hace años que no asisto a la del pueblo de mis orígenes, y la despoblación y la disminución de sacerdotes, que priva a muchos pueblos de párroco, porque tienen que compartirlo con otro o varios, quizá haya dado lugar a cambios en las tradiciones religiosas, inevitables, por ejemplo, cuando los habitantes han quedado reducido a menos de cien, como ha sucedido en la provincia con 169 localidades, además de otras 60 que no llegan ni a 50. Así que Sigüenza, que tenía 4.500 habitantes y necesitaba otros quinientos para llegar a cinco mil y para poder exigir mayores subvenciones, no lo consiguió al no sumar la 29 pedanías que se le agregaron, los habitantes que necesitaba la ciudad para merecer mayores subvenciones, dándose la triste paradoja de que en el año 2.000 tenía menos habitantes que un siglo atrás, y eso que se le sumaron todos los pueblos con menos de cien habitantes en un radio de más de quince kilómetros.