Antonio Hernández, un premio nacional de poesía amigo de Guadalajara


Siempre he sido un admirador de la obra de Antonio Hernández y he disfrutado mucho-y aprendido- leyendo su poesía, entre la que destacaría la obra Nueva York después de muerto.

Vaya lo primero por delante, porque es de justicia que así sea, mi reconocimiento a la extraordinaria labor que la Fundación Siglo Futuro -en su primera etapa con la denominación de Club- viene realizando desde hace tres décadas por la cultura de Guadalajara, en calidad de primer actor y principal gestor de ella surgido desde la sociedad civil. Juan Garrido, su presidente, es el líder, alma mater y auténtico referente de esta activa y prestigiosa Fundación que ya ha regalado a la ciudad y la provincia miles de horas de cultura de calidad, con unas programaciones de mucha altura y con unos protagonistas, generalmente, de mucho nivel. Los últimos 30 años de la actividad cultural de Guadalajara, sin menospreciar la labor de las instituciones públicas al respecto ni de otros actores privados, tienen un nombre: Siglo Futuro, que ya posee mucho pasado y un fructífero presente.

De entre las numerosas y notables aportaciones que Siglo Futuro ha hecho a la actividad cultural de Guadalajara quiero destacar hoy una que es la de vincular a ella al extraordinario poeta gaditano, Antonio Hernández (Arcos de la Frontera, 1943), Premio Nacional de Poesía en 2014 por su obra Nueva York después de muerto. También fue Premio Nacional de la Crítica en 1993 y 2013, reconocimientos precedidos por el Gran Premio del Centenario del Círculo de Bellas Artes que le fue otorgado en 1980 y entregado por el entonces rey de España, Juan Carlos I, en el momento más álgido, útil y positivo para España de su reinado. Son centenares más los galardones recibidos por Hernández, pero solo vamos a citar estos cuatro para poner en evidencia que estamos ante un grande de las letras españolas.

Fue precisamente Juan Garrido, entonces presidente de la Casa de Andalucía en Guadalajara, quien trajo por primera vez a este gran escritor andaluz a la capital alcarreña, hace ya cuatro décadas de ello. Primeramente vino, junto a otros importantes poetas y amigos suyos, como Luis Rosales (Premio Cervantes 1982), Félix Grande o Fernando Quiñones, a dar alguna charla y recital poético, pero después ya regresó en varias ocasiones y no precisamente para cultivar una de sus tres vertientes más destacadas como literato, las de poeta, novelista y ensayista, sino como gran experto que es en flamenco. En una de aquellas primeras visitas de Hernández a la Casa de Andalucía en Guadalajara, vino a su amplio local de entonces, situado en la calle Ferial, esquina con Hermanos Ros Emperador -hoy Aldonza de Mendoza-, a presentar una actuación del gran cantaor José Menese, acompañado del no menos grande guitarrista, Enrique de Melchor. Hernández, además de un excelente y fecundo literato, es una persona muy inteligente, afable y tiene un enorme sentido del humor. Todas estas circunstancias se confabularon para protagonizar una divertida anécdota, que quedó solo en eso, pero que pudo acabar en tragedia. Resulta que los vecinos de la zona estaban bastante enojados porque la entonces continua y ruidosa actividad de la Casa de Andalucía les molestaba de forma recurrente al no estar el local insonorizado. Uno de ellos, soliviantado por este hecho, no tuvo otra ocurrencia que protestar por los ruidos lanzando un gran ladrillo que rompió el cristal de una ventana mientras actuaba José Menese, a quien el “arma” arrojadiza estuvo a punto de alcanzar. El susto que se dieron el cantaor y todos los presentes fue morrocotudo. Mitad desconcertados, mitad asustados por la violenta y peligrosa irrupción del ladrillo en medio de aquella actuación, Menese dejó de cantar, pero el talante y el talento de Antonio Hernández, su valentía y sentido del humor, desdramatizaron el hecho y le restaron importancia de una forma muy eficaz: él mismo, que tiene poquita voz y desagradable para el cante, cogió el micrófono de Menese, pidió a Enrique de Melchor que le acompañara a la guitarra, y se puso a cantar un fandango. Fue su ocurrente, genial y resuelta forma de cortar y desviar la atención de aquel suceso, de relativizarlo y, sobre todo, de reivindicar que al flamenco, a su flamenco, al flamenco de todos -porque no es solo de los andaluces sino que es patrimonio inmaterial de la humanidad, aunque entonces la UNESCO aún no lo había declarado como tal-, no se le enmudece y menos con torpe violencia.

Antonio Hernández.

Esta anécdota refleja muy bien la personalidad de Antonio Hernández, como las siguientes citas textuales retratan, por su expresividad, contundencia y la categoría de quienes son sus autores, su perfil y altura literaria: “¡joder qué poeta!” (Francisco Umbral), “Antonio Hernández nos devuelve la emoción. Es un poeta total” (José García Nieto), “el mejor poeta gaditano tras la muerte de Rafael Alberti” (Manuel Mantero), “sus versos son bellísimos” (Manuel Alvar), “después de la generación del 50, Antonio Hernández” (Carlos Álvarez) “un monstruo que no mete miedo” (Curro Romero), “un poeta espléndido y necesario” (Carlos Bousoño), “su poemario hay que beberlo, sorbo a sorbo, verso a verso, como el néctar más maravilloso de la poesía actual” (Antonio Gómez Rufo) … Y termino estas citas que podrían haberse alargado hasta el infinito y más allá, con estas palabras de Claudio Rodríguez, uno de los mejores y más influyentes poetas españoles del siglo XX y amigo personal: “Antonio Hernández no pudo cumplir su ilusión de jugar en el Betis, pero ya tiene un puesto seguro en la selección nacional de la poesía española”. Efectivamente, el poeta es un apasionado bético, pese a que reside en Madrid desde hace ya muchos años, pero “manque pierdan” los verdiblancos, es su jugador número 12 y siempre tendrán su aliento, como quedó acreditado en una genial obrita suya en prosa, titulada “El Betis: La marcha verde”, editada en 1987. Una obra bética militante, cargada de ironía, preñada de buena literatura, divertida siempre y desternillante a veces, y con la que se han reído, por su genialidad, hasta no pocos “palanganas” que es como llaman despectivamente los béticos a los aficionados del Sevilla.

Siempre he sido un admirador de la obra de Antonio Hernández y he disfrutado mucho -y aprendido- leyendo su poesía, entre la que especialmente destacaría la obra ya citada, Nueva York después de muerto, por la que obtuvo el Premio Nacional de Poesía en 2014, así como Homo loquens (1981), Sagrada forma” (1994), Habitación en Arcos (1997), El mundo entero (2001) y “Viento variable” (2016), algunas de ellas galardonadas con importantes premios. También ha cultivado la prosa con sobresaliente altura literaria, especialmente en los géneros de la novela y el ensayo, mereciendo grandes elogios por ello, como el de Francisco Umbral cuando en 1995 escribió esto con ocasión de la publicación de “Sangrefría”, una de las novelas más reputadas y leídas de Hernández: “El relato se ciñe a la voz del aficionado, a su desaforado monólogo y es una auténtica pieza literaria de sabor y sabiduría coloquial”. Como ya habrán adivinado, Antonio es un andaluz de carril, ortodoxo y absolutamente previsible: le gustan el flamenco, los toros y es del Betis… Ah, y si le dan un punto de apoyo, como él mismo dice en la cariñosa dedicatoria que me hizo de su “Marcha Verde”, se beberá Domecq. Llegados a este punto creo necesario decir que Antonio Hernández y yo somos recientes, pero grandes amigos, que mantenemos un fluido contacto, menos veces personal de lo que a ambos nos gustaría, pero siempre epistolar y telefónico, y que le aprecio y admiro con total intensidad. Es aún mejor persona que buen escritor y, no lo digo yo porque ya lo han dicho otros a los que no les llego ni a la suela de los zapatos, estamos ante uno de los más grandes literatos españoles de la segunda mitad del siglo XX y lo que va de XXI. Además, los guadalajareños, y no solo yo, tenemos la suerte de contarle como amigo pues son frecuentes sus visitas a nuestra ciudad para participar en actos programados por la Fundación Siglo Futuro, de la que es uno de los patronos, además de llevar su nombre el Premio de Poesía para Jóvenes que, con mucho éxito y alto nivel de participación, se convoca desde hace ya una decena de años. También la Biblioteca de Poesía Española de Siglo Futuro, la más importante de la región y referente en toda España por su especialización, calidad y cantidad de volúmenes que ya contiene -más de 4.000-, lleva el nombre de Antonio Hernández y en su sede del aulario universitario de la UAH en la calle Cifuentes, hay un “rincón” dedicado a él que alberga objetos personales, como su máquina de escribir, fotografías, recuerdos y, como no, su bufanda del ”Beti güeno”, como su amigo Pepe Prados bautizó al equipo blanquiverde en un lenguaje puro de Heliópolis, el barrio del sur de Sevilla en cuya avenida de la Palmera está el estadio del Betis. Además, Antonio es miembro del jurado del Premio Provincia de Guadalajara de Poesía “José Antonio Ochaíta” desde hace varios años, dándole prestigio al propio premio con su presencia.

Voy terminando ya. La inicial vinculación de Antonio Hernández con Guadalajara llegó cuando frecuentaba la histórica tertulia literaria del Café Gijón madrileño. Hubo hasta quien dijo que él es el último tertuliano de este mítico café. Pues bien, a pesar de que les separaban casi 30 años de edad, Antonio conoció y trató allí a Buero Vallejo y a Ramón de Garcíasol, nuestros célebres y notables dramaturgo y poeta, respectivamente. “Buero era un señor, serio y cabal, un grande de las letras y que tenía mucha `auctoritas´ sobre el resto de tertulianos”, me ha dicho en más de una ocasión. Al propio Antonio le es atribuible lo de la autoridad porque es muy querido en la república de la palabra, por su talante, bonhomía y afabilidad, y respetado por su enorme talla literaria. Guadalajara tiene un gran amigo andaluz que es un poeta que da mucha sombra y con el que los versos tienen luz propia hasta en las noches oscuras como bocas de lobo. Se llama Antonio Hernández y ya estamos tardando en ponerle calle.