Bombas sobre Sigüenza

08/07/2019 - 17:11 Luis Monje Ciruelo

 Los que miraban hacia Sigüenza dicen que vieron a lo lejos agitar banderas nacionales desde algunos aviones a las doce en punto, dando la señal de ataque a los batallones de Infantería.

Parece que fue ayer, pero hace más de 80 años. Tenía yo doce años y medio aquella mañana de octubre de 1936 en que un grupo de chicos de Palazuelos nos encontrábamos a la  sombra del castillo construido por el marqués de Santillana en el siglo XV en una colina al norte del pueblo. Alguna mañana nos reuníamos allí cuando empezaba a calentar el sol y los vecinos llegaban a las eras para iniciar la trilla una vez seca la mies del relente de la noche. El lugar era perfecto porque domina toda  la vega y se ven cinco pueblos. Los chicos íbamos algunos días a tratar de derribar algún vencejo de las bandadas que pasaban piando rozando los torreones. Lanzábamos una támara a su paso y si algún pájaro chocaba con la rama y caía era presa segura pues, por la desproporcionada longitud de sus alas, no pueden levantar el vuelo desde el suelo. Pero aquella mañana nuestra atención estaba en el norte del valle, sobre el cielo de Riosalido, por donde, sobre las once vimos tres puntitos que al acercarse comprobamos que eran trimotores alemanes ‘Junkerss’ a los que nosotros llamábamos “negros” por su color. Les acompañaban escuadrillas de aviones de caza de protección, que volaban mucho más altos. Dieron un par de vueltas de observación y regresaron al campo provisional de aviación de Barahona, de donde procedían. Antes de desaparecer se cruzaron con dos nuevas escuadrillas de “negros” que, volando todavía más bajos, repitieron la operación. El ruido de tantos motores atronaba el valle y nos ensordecían impidiéndonos hablar y gritar. Los chicos nos repartimos por las caras norte y sur del castillo, unos para verlos venir y otros volar sobre Sigüenza. Los que miraban hacia Sigüenza dicen que vieron a lo lejos agitar banderas nacionales desde algunos aviones a las doce en punto, dando la señal de ataque a los batallones de Infantería nacionales acampados en La Quebrada y el Cerro Mirón a la vez que lanzaban las primeras bombas. Los chicos del sur del castillo empezaron a aplaudir y los demás los secundamos olvidándonos de los amigos y familiares que eran bombardeados. A todo esto, un tren blindado, apoyaba a los refugiados desde la vía. Con esa presión los milicianos no pudieron disparar a gusto contra los soldados que a la carrera y a pecho descubierto se lanzaron al asalto de la ciudad, sufriendo menos bajas.