Cecilio Arbeteta: “Cuando te entra el bajón tienes que recordar las cosas buenas de la vida, eso te hace reaccionar”

03/12/2018 - 17:13 J. Pastrana

El briocense, que pasó casi cuatro días perdido en Cantalojas al extraviarse durante una montería, relata su periplo por los bosque de la Sierra Norte, mientras cientos de personas le buscaban

Domingo, 18 de noviembre, 9.30  horas de la mañana. Cecilio va a participar en una montería corta, de apenas dos horas, casi una excusa para ir luego a comer a casa de su amigo Lito. Antes de enfrentarse a lo que espera que sean dos horas sentado en el puesto que le ha tocado, come unos huevos fritos con chorizo en una casa rural de Cantalojas. Llueve, hay niebla, hace frío. Hace bien en meterse algo contundente al cuerpo, porque tardará más de tres días en volver a comer. 

Miércoles, 21 de noviembre. Más de un centenar de personas sigue buscando a Cecilio por los montes de Cantalojas. El propio alcalde de la localidad, Narciso Arranz, reconoce que la cosa “pinta mal”. Él, sin duda, será uno de los sorprendidos cuando en torno a las 15.00 horas se conozca la noticia: Cecilio ha aparecido, en buen estado de salud y orientado. El jefe de Protección Civil de Guadalajara, Vicente Plaza, es quien da con él. “Supongo que al principio pensaba que era un cazador, porque iba con la escopeta, pero no yo”, recuerda Cecilio. “Nunca olvidaré su cara cuando me descubrí la cara y me vio el bigote”. Y luego ríe.  

Cecilo Arbeteta, pues ése es el apellido de este briocense de 60 años, no se comporta como si hubiera hecho algo extraordinario. Mientras las redacciones de los medios de comunicación recogían cada vez más pesimismo, él estaba solo, en medio de un bosque que no conocía, pero comportándose como un hombre que conoce el campo. ¿Cómo pudo mantenerse cuerdo y sano durante aquellos tres días? ¿Por qué tardaron tanto en encontrarle? Las dos preguntas tienen la misma respuesta: Cecilio estuvo andando. 

 

“Me había quedado solo”
Domingo, en torno a las 14.00 horas toca ir poniendo punto final a la montería y Cecilio emprende el camino de regreso a los coches junto a una rehala. “Les escuchaba a mi derecha, pero la niebla estaba baja y tampoco les veía”. Sigue caminando por una zona espesa, con poca de visibilidad, y de repente se da cuenta de que ya no escucha a nadie. “Ahí comprendí que me había quedado solo”.  Saca el móvil para contactar con alguno de sus compañeros, pero no tiene cobertura. “Así que empecé a subir para ver si cogía algo de cobertura”. Dicho y hecho, comienza la ascensión hasta que consigue suficiente cobertura como para intercambiar ubicaciones con uno de sus compañeros. “Me ponía que estaba a 400 metros de ellos en línea recta, pero con un barranco en medio”. Una hora después, tampoco ha llegado nadie hasta su posición.

 

La decisión
El día ronda las 16.00 horas y la noche empezará a asomar la patita en breve, en torno a las 18.00. “Me dio el agobio”, reconoce. Mira a su alrededor, al camino de bajada. “No era un sitio por el que pudiera bajar si se hacía de noche, porque era una cordillera con piedras que resbalaban mucho”. 

Tiene que elegir entre quedarse quieto y esperar a que le rescaten o intentar salvarse solo. “Puede que me equivocara, no sé”, pero la suya es una decisión razonada y comprensible. “Si me hubiera quedado quieto, a lo mejor me habían encontrado a las siete de la tarde, pero estaba mojado, frío, muy alto... No me gustaba la situación. Si me quedaba quieto y me daba una hipotermina, ya no iba a poder moverme. Si te quedas parado, a la mañana siguiente ya no te levantas”.

Además de cazador, Cecilio también es recolector de setas. El campo no le es ajeno. Tiene un plan claro, seguir un arroyo o un camino, “porque así siempre llegas a algún lugar habitado”, en este caso, hasta Valdepinillos.

Con una silla de montería, una cartera de cuero y su escopeta, Cecilio empieza a andar. Sigue el arroyo hasta el río, pero ahí sufre su primer revés, cuando necesita cruzarlo para coger la pista hacia Valdepinillos. “Yo creo que por esa zona antes había un puente, pero  ya no está, así que no puedo cruzar porque el río baja muy fuerte”. Lo que sí encuentra es un cortafuegos que le lleva otra vez hacia arriba.

A las 4.30 de la mañana está en un punto elevado y le parece ver unas luces, quizás de la Guardia Civil, en la lejanía. Carga la escopeta y dispara un tiro al aire. Le escuchan. Los coches comienzan a moverse en su dirección, pero de repente se detienen. “Luego me dijeron que el camino por el que iban estaba impracticable, que no pudieron seguir”. 

Superada la decepción, decide ponerse en marcha. Ante sí tiene tres pistas forestales. Hay que elegir una. “Es que tuve muy mala suerte”, recuerda entre risas. “Cogí la que parecía que iba hacia Valdepinillos, pero en realidad era un fondo de saco”, una pista utilizada para la saca de madera que de repente se cortaba, así que le tocó desandar todo el camino. Y así se fue la noche del lunes. 

 

Esconder el reloj

Hambre, lo que es hambre, reconoce que nunca tuvo demasiada, por el motivo que fuera. En ese primer momento se conforma con una caja de Smint. “Soy ex fumador y siempre la llevo encima”. Los caramelos le sirven para ir echando algo al cuerpo, pero más importante, utiliza la misma caja metálica para ir cogiendo agua. “Sed sí tenía y trataba de beber un poco cada hora o así”. Otro problema distinto era el que le provocaron los calzoncillos en el muslo, una rozadura tremenda que para el martes ya estaba en carne viva. 

Y aún más importante, la propia cabeza. El día había pasado rápido, como rápidas pasarán las horas de luz que aún le restan por vivir en esos bosques, pero las noches, aquella y las siguientes, se hacen eternas. “Ten en cuenta que anochece a las seis y que no se hace de día hasta las siete de la mañana. Eso son 13 horas de oscuridad”. Cecilio no deja de mirar el reloj sólo para descubrir que entre ojeada y ojeada han pasado apenas 15 minutos. “Lo terminé escondiendo”.

Lo que no deja de hacer aquella noche es andar. Tanto, que termina saliéndose de la zona de búsqueda. Por eso los equipos de búsqueda no le encuentran y por eso él tampoco vuelve a verles hasta el miércoles, más por casualidad que por otra cosa. “Tienen unos estudios para delimitar las zonas de búsqueda que funcionan muy bien... Es que cuando dices que tengo 60 años, yo no me siento como esa idea mental que tenemos de la persona de 60 años, me cuido. Me siento más como uno de 50”. 

 

Otro contratiempo
El lunes, con el sol dando un respiro, decide detenerse y aprovecha el calor para secar la ropa. “Por fuera estaba mojada, aunque es verdad que por dentro mantenía el calor, porque iba bien equipado”. Sin embargo, al medio día vuelve la lluvia. Mientras dos centenares de voluntarios, bomberos, Guardia Civil, Geacam, y miembros de Protección Civil le buscan donde no está, Cecilio apuesta por otra de las tres pista forestales, aunque esta vez el camino ya es más lento.


“Tenía que ir parando, también, porque estaba a 90 pulsaciones, no se por qué, muy alto, cuando yo suelo estar a 54 más o menos, así que tenía que descansar. A lo mejor me tumbaba 45 minutos para relajar también la espalda, que he terminado con una contractura cojonuda de llevar el arma”. 

Y aquella segunda pista que esperaba le llevara a la salvación, vuelve a ser otro camino sin salida. “Imagínate qué se te pasa por la cabeza en ese momento, cuando ves que te has vuelto a equivocar. Piensas de todo, pero cuando te entra el bajón sólo te tienes que acordar de las cosas buenas que tienes en tu vida y en tu entorno y eso te hace reaccionar inmediatamente. Yo tengo dos hijos fantásticos y siempre les he dicho que todo esfuerzo tiene recompensa”. 

Había que volver hacia atrás, pero cansado después de toda una noche sin dormir, necesita un descanso. Su cama es la silla de montero que lleva consigo. El estómago sigue cerrado y el sueño es muy ligero. “Estás como con un ojo abierto todo el rato. Sé que me dormí porque me desperté sobre las siete de la mañana del martes, con el amanecer avanzado”. 


Para el martes, las bellotas ya han tomado el relevo a los caramelos Smint. También intenta encontrar alguna mora comestible y hasta setas. “Lo único que vi fueron muchos níscalos. Hay algunas setas que se pueden comer crudas, pero los níscalos no”, y vuelve a reir. ¿Y cazar algo? “Me había dejado el cuchillo en el coche y no tenía mechero... Eso es algo que no me va a volver a pasar”, reflexiona. “Y eso que vi cuatro o cinco jabalís”. A lo mejor a otro le hubiera asustado encontrárselos en esa situación, pero el aclara que “los jabalís tienen más miedo de nosotros. A no ser que estén heridos o algo, no había nada que temer. Otra cosa es que hubiera habido lobos...”. 

La rozadura de la pantorrilla molesta cada vez más y le toca desandar la pista forestal. “Por lo menos, para cuando llegara al principio, ya sabía cual de las tres era la buena”. Intenta dejar señales por si alguien le está buscando, incluso llega a divisar unos cazadores a lo lejos, al otro lado del río. “Si me quedaban 10 cartuchos, disparé nueve”, pero tampoco le escuchan. “Es que el río bajaba muy fuerte y con la niebla...”. El último cartucho se lo guarda, por si fuera necesario más adelante, pero de lo que decide prescindir es de la silla de montero. “No es que pesara mucho, es que se iba enganchando en todas partes”, así que decide que la cartera de cuero puede hacer perfectamente de asiento llegado el caso. A las 18.00 horas vuelve la oscuridad, la eternidad de la noche, el dormir a ratos, casi sin darse cuenta, y el pensar y pensar.

 

Mantener la disciplina

El miércoles, a eso de las 9 de la mañana, retoma la marcha, esta vez por la única pista forestal que debe llegar a alguna parte, pero ya con las fuerzas un poco justas. “Me obligaba a dar 250 pasos antes de descansar. Los iba contando. Es que, en esa situación, tienes que ponerte una disciplina o si no...”. Y por si la situación no estuviese ya complicada, de repente comienza a nevar. “Aquello ya me dejó un poco acojonado, porque no sabía dónde iba a refugiarme de eso si tenía que pasar otra noche a la intemperie”. 


Por fortuna no hizo falta, un coche de Protección Civil aparece por la pista forestal. Ni siquiera le estaban buscando a él, iban a comprobar unos terrenos que quería explorar con un dron. Cecilio recuerda todo, su sorpresa, su amabilidad, las barritas energéticas que le dieron y que apenas pudo comer, a pesar de que durante esos días perdió seis kilos de peso. 

También recuerda con sorpresa a toda la gente que estuvo buscándole sin perder la fe, o el estupendo trato que le dieron en el consultorio de Galve de Sorbe, donde una enfermera le dio el pisto que iba a cenar ella, como en el Hospital, donde estuvo durmiendo 11 horas seguidas. Y tiene una cosa clara: “A partir de ahora me llevaré una batería para cargar el móvil, porque de montería no pienso dejar de salir”. Cuando le encontraron, Cecilio estaba a un par de horas de Majaelrayo.