Cortina de humo, huma, hume


Hoy quiero hablar de la cortina de humo, huma, o hume, Montero dixit, porque si no hablo del truco tengo que hablar de la estupidez. 

Tenía decidido hablar del fin del estado de alarma y de sus consecuencias, de la limitación de las actividades que los gobiernos imponen sin contraprestación o compensación a particulares ni empresarios, hasta el absurdo de poder moverme libremente por mi comunidad autónoma, en hoteles de todo tipo y condición, pero sin poder visitar mi segunda vivienda si se encuentra en otra región de España. Pero no.

Podríamos hablar del sector de la hostelería, del ocio o del deporte, entre otros muchísimos, que ven como les acecha el cierre de sus establecimientos súbito e inopinado, que así se refiere el Tribunal Supremo tradicionalmente a la conducta alevosa, pero que amenaza por su frecuencia en convertirlo en definitivo. Pero no.

Podríamos hablar de esos miles de jóvenes a los que no les damos la oportunidad de vivir y encima les acusamos por intentarlo, abandonándolos entre el riesgo para su salud de las clases presenciales y los déficits formativos de la enseñanza online impuesta, y sin vacunas, con un ministro de Universidades que ni está ni se le espera, ni escucha a los rectores ni da la cara en las crisis. Pero tampoco.

Hoy quiero hablar de la cortina de humo, huma, o hume, Montero dixit, porque si no hablo del truco tengo que hablar de la estupidez. Estos días circulan un buen número de memes que aluden a “memos y memas”, pero donde surge el chascarrillo por las acciones risibles de personas sin conocimientos ni criterio, subyace una intención más lesiva: la maniobra de distracción para desviar la vista del objetivo principal, que en este caso es la subversión del orden legal para distorsionar el orden natural.

El movimiento feminista viene denunciando desde hace algún tiempo lo que hoy quiero poner de relieve en este foro público y es que, bajo la apariencia de un buenismo compasivo, se está produciendo el borrado de las mujeres, de sus derechos, al contraponer a los que surgieron para corregir las desigualdades, los meros actos de voluntad. Para que otros se sientan lo que quieran a nosotras nos privan del derecho a ser mujer, embarazada y madre y lo sustituyen por persona menstruante, gestante o progenitora.

Si cualquier persona, en cualquier momento, para siempre o para un rato, puede declararse hombre, mujer o cualquier otra clase de género que se nos propone o impone en pro de una presunta inclusión, estamos elevando el sentimiento a la categoría de hecho generador de derechos. Nos habríamos cargado la lucha contra la violencia de género, la ruptura de los techos de cristal y la utilidad de los indicadores de desigualdad introduciendo en la ley el fraude de ley. 

Y entonces me pregunto ¿por qué sólo en materia de género? Podría exigir que en mi DNI no aparezca mi edad cronológica, ni siquiera la biológica, porque eso es un “constructo opresor y discriminador”, sino la edad sentida y por tanto que mis derechos se reconozcan en función de la misma, por poner solo un ejemplo.

Se está produciendo ante nuestros ojos una quiebra del propio sistema de establecimiento de derechos por la base, la del reconocimiento de la realidad que sustenta ese derecho. Pero miramos la mano que se mueve mientras del bolsillo sacan no la paloma de la paz, sino ese pájaro que se caga en nuestras cabezas sin que podamos evitarlo. O quizá todavía, y esta vez de verdad, sí podemos…