Almiruete, un ‘oasis’ rural que unió a César y Mercedes de por vida
César Cabrero Espada y Mercedes Muñiz Urbano nacieron uno en Ibros, Jaén, en 1941, y la otra en Cabra, Córdoba, en 1939. De familias humildes, en plena posguerra, los dos saben muy bien lo que es la necesidad. Entonces, cuando luchaban por sobrevivir en su Andalucía natal, no sabían que se iban a conocer. Ni mucho menos que acabarían hundiendo las raíces de la familia que iban a formar en Almiruete.
El padre de César, Rafael Cabrero, tenía un bar y harto y arruinado, se marchó a Madrid, en busca de mejor suerte para su familia. Rafael se mudó él sólo a la capital, y con mucho esfuerzo, se pudo ir trayendo con él a su familia. En el año 1952, Rafael, pudo, por fin, reunir a toda la familia en Madrid. “A mi padre le dieron una casa en el Pozo del Tío Raimundo, en la que durante un año, vivimos 14 personas. Solo tenía una habitación, y el comedor”. Con trece años, César se hizo aprendiz de ebanistería, ya había recogido olivas y ayudado en el casino de su pueblo, en Madrid empezó a trabajar, precisamente en la calle de La Madera, en Tribunal, para aprender el oficio en el que se jubilaría muchos años después. Después de aprendiz, se hizo ayudante, y comenzó a fabricar muebles. “Los he hecho de todas las clases y de todas las maderas”, recuerda.
A la familia Cabrero le dieron un piso en Plaza Castilla, en la calle Capitán Blanco Argibay, donde se instaló en 1954. “Allí viví hasta que me casé”.
Las circunstancias de Mercedes no fueron mucho mejores en Cabra. Sus padres no gozaban de abundancia y, pronto, sus hermanos mayores se fueron marchando. Ella lo hizo con trece años, en 1952. Se hizo costurera, trabajando muchos años en los talleres Quiroz, proveedores de Cortefiel, como maquinista.
También su familia tuvo “suerte”. El ministro franquista José Solís Ruiz era nacido en Cabra. “Por él le dieron a mi padre un piso en el pueblo de Fuencarral”, recuerda Mercedes.
César y Mercedes se conocieron y enamoraron en los bailes del pueblo de Fuencarral. Se casaron en 1965 y compraron, o más bien creyeron que habían comprado, un piso en Alcorcón. “La empresa dio en quiebra. Fracasamos y perdimos el dinero”, lamenta Mercedes. Al poco tiempo, pidiendo un dinero prestado a la madre de Mercedes, que luego devolvieron religiosamente, dieron la entrada de un segundo piso, en Leganés, un cuarto sin ascensor, que aún conservan en propiedad.
Y fue la casualidad la que les condujo a Almiruete. “Mi hermana y mi cuñado, que no tuvieron hijos, venían a menudo al río Sorbe, a pasar los fines de semana”, recuerda Mercedes. Un día, al llegar al cruce de Almiruete, vieron el pueblo de fondo, precioso, y entraron a conocerlo. “Parecía un nacimiento, lleno de árboles”, recuerda Mercedes, “pero en ruinas”, apunta César. Corrían los primeros años setenta. Muchas de las casas estaban a la venta. La hermana de Mercedes compró una, a la entrada del caserío. César y Mercedes ayudaron a reconstruirla. Un tiempo después también ellos se animaron a comprar otra. “Como no podíamos ir de veraneo, porque no teníamos dinero, pensamos que sería buena idea tener un lugar donde descansar, cerca de Madrid. Por eso nos decidimos”, cuenta César. A ellos les gustó más la falda de la montaña, protegida de posibles inundaciones.
El barrio era, en Almiruete, el lugar donde se hallaban las casillas del ganado. No tenía, como el resto del pueblo, ni luz, ni agua. Todo eso vendría después, de la mano de una persona a la que Mercedes y César recuerdan con especial cariño, y que fue alcalde pedáneo del pueblo, Félix Serrano, y del alcalde de Tamajón, Manuel Esteban. A partir del año 1975, la familia iba prácticamente todos los fines de semana para ir levantando la casa que ahora tienen en el pueblo.
“Poco a poco, aún sin tener conocimientos de albañil, convertimos una casilla de ganado en nuestra vivienda. A veces nos veníamos mi hijo César y yo, los dos solos, a trabajar. Veníamos en el metro, en el tren, y luego andando desde Tamajón, hasta Almiruete. Salíamos a las tres de la tarde y llegábamos a las nueve de la noche. En Almiruete, le preparaba a mi hijo la cama, con unas puertas como somier, y unos ladrillos como patas, le hacía lumbre, para que no pasara frío y, mientras él se entretenía con sus juguetes, yo trabajaba”, cuenta César. La familia ha construido la casa y sus ampliaciones durante tres décadas, con su esfuerzo.
Cuando llegó la familia Cabrero Muñiz a Almiruete, no quedaban muchos vecinos, sólo personas mayores, que se alegraban cuando veían aparecer a los niños cada viernes. Ahora, los Cabrero Muñiz están plenamente integrados en el pueblo. De hecho, César y Mercedes viven de continuo allí.
“Yo, que viví entre cerros y campos en Cabra ocho años, y que he visto buitres y animales de todas clases, y me encantan, cuando estoy en Almiruete, disfruto igual que lo hacía de niña”, dice Mercedes. “Yo, en mi casa, tengo mi terreno, con huerto y frutales, y mi tallercito de carpintería, con mi maquinaria. He ido ampliando la casa al mismo tiempo que crecía mi familia. Aquí, soy feliz con mi mujer”, termina César.