Día Mundial de la lucha contra la depresión


La mayoría de los episodios depresivos adolescentes duran alrededor de ocho meses, aunque es susceptible de convertirse en depresión crónica o recurrente.

En la infancia y adolescencia, la depresión es una de las enfermedades mentales más prevalentes y, además, conlleva una gran afectación a nivel funcional. Se calcula que uno de cada cinco jóvenes de 18 años habrá sufrido en su vida al menos un episodio depresivo clínicamente relevante. En la adolescencia se asocia a abuso de sustancias, a trastornos de conducta alimentaria y al riesgo de desarrollar trastorno bipolar. Es, además, uno de los principales factores de riesgo de suicidio y autolesiones en los adolescentes. 

La depresión en la población infanto-juvenil es especialmente difícil de detectar para aquellos que carecen de formación en la temática (por ej. progenitores), y es que, a simple vista, la sintomatología se presenta en forma de enfado más que de tristeza. En muchos casos, ello facilita que la enfermedad se prolongue en el tiempo (a veces incluso hasta la edad adulta), y por tanto que el pronóstico se vuelva en mayor medida desfavorable y el proceso de recuperación se dificulte. Por supuesto, en la población a la que nos estamos refiriendo, los fármacos no son el tratamiento de primera línea, aunque en ocasiones son necesarios, por lo que la intervención psicológica y psicosocial cobra mayor relevancia.

La mayoría de los episodios depresivos adolescentes duran alrededor de ocho meses, aunque es susceptible de convertirse en depresión crónica o recurrente. Entre niños y adolescentes, la prevalencia aumenta con la edad; en cuanto al sexo, si durante la infancia no hay diferencias e incluso algunos autores señalan que podría ser superior en niños, en la adolescencia la prevalencia es de 2:1 en las mujeres. 

La experiencia clínica tanto en el Centro Terapéutico Residencial como en la Clínica Ambulatoria y en el Hospital de Día de Recurra Ginso nos ha enseñado que existen una serie de rasgos de la personalidad y de signos que pueden hacernos sospechar que un adolescente es susceptible de caer en procesos negativos de pensamiento. Se trata, por ejemplo, de bajos niveles de atención, pensamientos de baja utilidad de lo que deben hacer y ocupar su tiempo, objetivos muy exigentes, dependencia excesiva de las recompensas a corto plazo o falta de recursos y habilidades comunicativas. 

 

Tratamiento 

En menores prepúberes, el tratamiento de elección para la depresión es la psicoterapia, junto con algún tipo de intervención familiar y, a ser posible, en coordinación con la escuela; en adolescentes, sin embargo, el tratamiento a menudo consiste en una combinación de abordaje farmacológico y psicoterapéutico. 

Este último elemento, la psicoterapia, suele hacerse en formato individual, apoyado adicionalmente en asesoramiento familiar. 

En conclusión, para el TD leve está indicado solo el tratamiento psicoterapéutico. Para los casos graves, se recomienda generalmente el tratamiento farmacológico, pero siempre acompañado de apoyo psicoterapéutico. Para las instancias de TD moderado, se inicia el tratamiento con psicoterapia, pero si la evolución no es favorable rápidamente, se recomienda iniciar el tratamiento farmacológico. 

En todo caso, la detección precoz es clave. Desde la psicología, suele insistirse en la importancia de los factores que protegen al adolescente, como el sentido del humor, las relaciones estrechas con amigos o familiares, la participación en actividades de voluntariado o el contacto con la naturaleza.

 

La depresión adultez

Una de las patologías que ha visto aumentada su incidencia, y que de hecho está azotando fuertemente a nivel mundial, es la depresión. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS)54,55, la depresión es la principal causa de discapacidad a nivel mundial, y es que la padecen más de 300 millones de personas en el mundo, mientras que en España afecta a aproximadamente 6 millones de individuos. 

En ocasiones su diagnóstico se dificulta al presentarse de forma enmascarada en una enfermedad somática, o al normalizarla (el individuo que la sufre) por confundirla con la tristeza que se puede generar en la cotidianeidad de la vida diaria. Por supuesto deberemos tener en cuenta aquellos trastornos o enfermedades que pueden confundirse de forma relativamente sencilla con la depresión, como por ejemplo el trastorno bipolar, que en su fase depresiva puede diagnosticarse erróneamente como depresión.

Es necesario tener en cuenta factores como los antecedentes familiares y personales, la personalidad del individuo, la existencia o no de desencadenantes, la sintomatología presente, descartar el padecimiento de enfermedades orgánicas, etc.; pero también resulta especialmente relevante tener en cuenta la gravedad y la duración de la sintomatología, que contribuirá a realizar un diagnóstico más certero.

El trastorno depresivo surge como consecuencia de la compleja interacción entre factores psicológicos, sociales y biológicos, por lo que desde el ámbito clínico se enmarca en 5 grandes áreas sobre las que intervenir: cognición, conducta, afectividad, ritmos biológicos y trastornos somáticos.

El sufrimiento y vacío existencial que genera un trastorno depresivo posee un carácter invalidante que puede resultar extremadamente paralizante. La intervención que se llevará a cabo depende de multitud de factores como son el tipo de trastorno depresivo presente, así como las características específicas del mismo, su persistencia, gravedad, respuesta a tratamientos previos (en caso de haberlos) las particularidades del afectado, grado de disfuncionalidad, posible riesgo autolítico, etc., pero lo que parece claro dada la complejidad del trastorno es la necesidad de realizar un tratamiento multidisciplinar.

En las últimas décadas el consumo de antidepresivos en España ha aumentado considerablemente. En el año 2006 los españoles ya superaban la media europea, y en 2015 la ingestión de estas sustancias ha aumentado hasta situarse un 20% por encima de la misma. Datos similares se han registrado con respecto a los ansiolíticos, los hipnóticos y los sedantes.

Si bien es cierto que la utilización de antidepresivos (AD) se hace necesaria en multitud de casos, es relevante que no perdamos de vista la utilización de las técnicas psicoterapéuticas y psicosociales. De hecho, y según datos facilitados por la OMS, en los casos de depresión moderada no está indicado el tratamiento psicofarmacológico. Algunas de las intervenciones psicológicas que se han mostrado eficaces y que actualmente se utilizan son la terapia cognitivo-conductual, la activación conductual o la psicoterapia interpersonal, siendo también eficaz la intervención psicosocial. 

 

Depresión (vejez)

No se sabe con certeza si la prevalencia de la depresión aumenta o decrece con la edad, pero sí que estas dolencias afectan más en las últimas etapas de la vida, y que la depresión la padece un índice de población con más de 65 años; entre el 10% y el 15%, aunque el número puede ser incluso mayor cuando se tiene en cuenta el espectro total de los síndromes depresivos. Si bien, sí que es cierto que el aumento de la depresión está ligado al envejecimiento de la población, a la vida en soledad y a patologías crónicas asociadas y comorbilidad. Es más, existe evidencia de que la sintomatología de la depresión se encuentra vinculada al deterioro funcional. 

En el anciano la depresión se presenta de forma atípica en muchas ocasiones, en un complejo contexto médico y psicosocial, lo cual dificulta su diagnóstico y explica el infratratamiento que existe para este trastorno en este grupo de edad, también porque se asume que es normal que las personas mayores estén deprimidas. 

Ello tiene que ver con la forma en que se manifiestan los síntomas depresivos en este grupo etario, y es que lo hacen a través de irritabilidad, mostrando molestias poco específicas o con quejas físicas difíciles de definir. Por ello es importante conocer que en la etapa geriátrica se debe prestar atención cuando se producen más quejas de tipo somático, apatía, sentimiento de soledad y desesperanza, y también una menor verbalización de tristeza vital como tal. 

Existen también otras discapacidades que conducen a la depresión, ya que la salud mental deficitaria y la soledad aumentan debido al impacto de los problemas relacionados con la salud que se producen en lo referente a la capacidad que tienen las personas mayores para relacionarse y participar en la vida activa. Estamos hablando por tanto de una afectación bidireccional, y también evitable o paliable en cierta medida, y desde diferentes ámbitos. 

Para prevenir debe mejorarse el conocimiento del personal sanitario, también el de la atención primaria, pues es primordial que sepan detectar a tiempo la depresión en este grupo de edad. Es importante la reducción del estigma así como la eliminación de los obstáculos y del extremado tiempo de espera para acceder a asistencia de carácter público. 

En las personas mayores, la depresión con comorbilidad genera un aumento en la frecuencia y el coste de la asistencia sanitaria, y también el ingreso prematuro en residencias de ancianos.