El caos


Estamos viviendo días terribles, pero la fuerza de nuestra democracia está en el valor de sus leyes, en su virtud y oportunidad.

En esta España herida y desconcertada, cuando no nos quedan lágrimas para enterrar a los muertos ni palabras para transmitir consuelo a los enfermos, es la hora de levantar la bandera de la lucha por nuestros derechos.

Estamos viviendo días terribles, pero la fuerza de nuestra democracia está en el valor de sus leyes, en su virtud y oportunidad, en la seguridad jurídica que ofrecen y en las garantías que nos otorgan. Desde hace algunas semanas vengo advirtiendo del temor a que esta crisis sanitaria nos haga renunciar a nuestro sistema de libertades por el miedo, confiando en que alguien decida por nosotros y nos haga sentir seguros. Que aceptamos resignadamente, como inevitable, una merma de nuestros derechos sin poder formular críticas porque eso nos señalaría como malos ciudadanos. No es el momento de buscar culpables, dicen, y si no lo gritas a coro te conviertes en un paria, en un traidor, sustituyendo en el papel de villano a quienes se han comportado con tanta irresponsabilidad.

Y para colmo, el caos. El pasado domingo superamos todos los límites, formales y materiales, del despropósito. Y voy a hablar claro: estamos en un estado de alarma que no permite las limitaciones a nuestros derechos constitucionales que se están adoptando. Para hacerlo deberíamos estar en un estado de excepción, que exige autorización previa del Congreso y no una mera convalidación a posteriori. No se pueden eliminar ni restringir así la libertad ambulatoria, ni la propiedad privada, ni la libertad de empresa y, sobre todo, no se puede conducir a todo un país a la confusión, como reconoce esa elocuente errata que el apartado 15 del anexo nos regala, cuando hace referencia a los servicios esenciales fijados en “las adaptaciones que en su caos puedan acordarse”.

Nos enfrentamos en un campo de batalla que no sólo se libra en los hospitales sino en los despachos del poder; sólo mencionaré una “perla” para ilustrar el nivel de despropósito que padecemos: ese Decreto aprobado a mediodía del domingo, pero que fue retenido, “pulido” para su publicación, varias horas más. Y aun así tiene problemas técnicos tan graves como que entró en vigor, en virtud de su disposición final, el mismo día de su publicación, aunque ésta se produjo a las once y media de la noche; difícil que pudiera desplegar sus efectos durante todo el día cuando faltaban minutos para entrar en el siguiente.  

Muchos podrán decir que esto son cosas menores. Pero estas son las cosas menores de las que está sembrado el camino que nos conduce a Hungría… o a Venezuela. Esta pandemia es un mal sueño del que nos despertaremos cambiados, posiblemente más conscientes y humanos. El peligro es que también nos despertemos para sumergirnos en otra pesadilla, la de ser menos libres.