El fuego

19/07/2025 - 13:13 Jesús de Andrés

Es el fuego, de los cuatro elementos, aquel que calienta y da vida, que se extiende y purifica, pero que también destruye y devora. 

 El fuego ha sido símbolo de los dioses. Ellos lo guardaban, lo entregaban, a ellos en ocasiones se les robaba. Desde que la humanidad es humanidad el fuego ha permanecido encendido en los templos, ha sido preservado para no apagarse, se ha bailado a su alrededor, ha anunciado la presencia divina. Se creía en la Antigüedad que el fuego surgía de los volcanes, en cuyo interior cíclopes y gigantes mantenían vivas enormes fraguas; que las deidades se manifestaban, quién sabe el porqué, en forma de zarza ardiendo. También ha sido hoguera e infierno, símbolo de sacrificio, de castigo divino, de sufrimiento eterno.

Se cumplen 20 años del incendio de Guadalajara, del fuego en los pinares del Ducado, de la mayor catástrofe ambiental vivida en nuestra provincia. Unos años antes, mediados los noventa, habían ardido cuatro mil hectáreas en la misma zona, sin víctimas, en un fuego provocado con cuatro focos entre Alcolea y Luzaga y otros dos desde Anguita. En 2005, la inconsciencia de unos domingueros, maldita sea la hora, originó la pérdida de 13.000 hectáreas de monte -pino, roble y sabina- y, sobre todo, de 11 vidas, las de los jóvenes agentes forestales del retén de Cogolludo que intentaban contener las llamas entre Santa María del Espino y Villarejo de Medina.

Como en los grandes momentos de la historia, a los que somos de Guadalajara nos es imposible olvidar dónde nos encontrábamos aquel día fatídico, un caluroso sábado de julio. Recuerdo las primeras noticias, la visión de la enorme columna de humo, la preocupación y las llamadas por las personas queridas que allí podían estar, sobre todo tras confirmarse las muertes al entrar la noche. Durante tres veranos, mientras estudiaba en el instituto, trabajé como vigilante forestal en la caseta del valle de Valdenoches, ligado al retén de Taracena, que hacía guardia en los aparcamientos de Las Galeras. Cómo no ponerme en su lugar, que tantas veces había compartido. Los domingueros se fueron de rositas, es barata la justicia en este país. En el ámbito público, nadie se hizo responsable. Los montes, poco a poco, aunque tardarán décadas, se van recuperando. En los pueblos, las cicatrices van más allá de las del terreno, permaneciendo en su memoria. Las vidas allí quedaron, esas no pueden volver. Que tengan al menos nuestro recuerdo permanente.

Pedro, Sergio, Alberto, Jesús Ángel, Manuel, Marcos, Jorge César, Julio, José, Luis y Mercedes. Su sacrificio no fue estéril. Que nunca lo sea.