La impostora
Iba a decir sufren, pero no es sufrimiento lo que promueve uno mismo, lo que es parte de su naturaleza, lo que se puede cambiar pero no se cambia porque en el fondo interesa y se prefiere mirar para otro lado.
Los partidos políticos no sufren, más bien conllevan, conviven con personajillos que no han hecho otra cosa en la vida que ubicarse en los alrededores del poder buscando alguna prebenda, alguna canonjía, un trozo del pastel o, si la cosa no da para más, sus migajas. Esta semana hemos tenido otro caso, uno más, de una diputada que ha falseado su currículum, inventándose títulos, cambiando sucesivamente de versión, dejando caer como verdades lo que no es más que fruto de su ambición desmedida, de su postureo, de su incapacidad personal para hacer lo que dice que hizo y no hizo jamás: estudiar y sacarse un título universitario.
Linaje de Bartolines y Carromeros, de Pajines y Aídos, la joven diputada pepera Noelia Núñez se ha visto obligada a dimitir de todos sus cargos al descubrirse que era una impostora, que unas veces decía ser licenciada en una cosa y otras graduada en otra, que igual tenía un título que un doble grado, o que era profesora universitaria a pesar de no haber cursado más que el bachillerato. Les contaba hace poco, en mi “Cercanías”, la columna que en este mismo lugar publico los lunes, que me habían impresionado tanto la novela El impostor, de Javier Cercas, como la película basada en ella, Marco, de Garaño y Arregi. Ambas cuentan la historia de Enric Marco, un personaje que falseó su biografía, que se inventó un pasado irreal, llegando a presidir la asociación que agrupaba a los supervivientes españoles en los campos de concentración alemanes, hasta que un historiador profesional, Benito Bermejo, descubrió que lo suyo era una impostura, una mentira construida a lo largo del tiempo. Enric Marco quería que lo quisieran, por eso se inventó un personaje. Noelia Núñez quería medrar, llenar sus redes sociales de fotos con Ayuso y Feijóo, ascender y conseguir cargos, pero ha acabado cayendo en su propia trampa: era imposible seguir creciendo en popularidad y pretender que no se conocieran sus mentiras públicas.
A cierta edad, por muy conveniente que sea hacerlo, a nadie le obligan a estudiar. Y cuando se hace, por lo general, al menos en la universidad pública, a nadie se le regala nada: cuesta un esfuerzo. Es cierto que todos nos inventamos a nosotros mismos, que somos creadores de nuestro propio relato, mas lo importante es aceptar quién somos y cómo hemos llegado aquí. Sin trampas ni atajos. Es el único camino a la dignidad.