El incendio de la Academia de Ingenieros


En la noche del 9 al 10 de febrero, de 1924, hace ahora justamente un siglo, se producía uno de los acontecimientos que marcaron de manera profunda la evolución de Guadalajara. 

Siempre se ha considerado un accidente fortuito, y nunca se supieron las causas que lo originaron. El caso es que los vigilantes nocturnos dieron la voz de alarma a eso de las dos de la madrugada del 10 de febrero, cuando vieron que en las buhardillas del edificio había surgido un incendio que se propagaba rápidamente por los enseres allí acumulados y por las techumbres. Todos en pie, el personal, y los estudiantes, se dispusieron a controlar el incendio. Echándole cubos de agua, no había otra. El Servicio de Incendios municipal no puso hacer nada, era prácticamente inexistente, y a lo largo de la noche vinieron algunos camiones con sistemas antiincendio desde Alcalá de Henares, donde había instalaciones militares dotadas con ellos. Así y todo, nada se pudo hacer, y el edificio y conjunto ardió completamente. Solamente se salvó el Picadero, y los pabellones de tipo fortificado medieval que se asomaban al barranco del Coquín, y que actualmente siguen en pie.

El Gabinete de Instrumentación Física de la Academia de Ingenieros Militares de Guadalajara. 

El resto, calcinado, comprendía salones, aulas, gabinetes (ardieron totalmente los de mineralogía, física, construcción, fotografía y química) con todos sus aparatos científicos, más el Salón del Trono, una estancia solemne que reunía los retratos de los directores y profesores ilustres, y la biblioteca con sus 28.000 ejemplares encuadernados, y muchos antiguos documentos… entre ellos, los que componían la historia de la propia institución.

El impacto en la ciudad fue enorme, y al día siguiente acudió desde Madrid el presidente del Gobierno, general Primo de Rivera, que unos días después volvió acompañado de varios ministros y acompañando a su vez al rey Alfonso XIII. Decía este, en aquel momento de apuro, que sentía una enorme aflicción por tan enorme desastre, y prometo al alcalde que el edificio incendiado se construirá de nuevo… No ocurrió tal. Las clases se siguieron impartiendo en academias y otros centros públicos, como la propia Diputación Provincial, el Instituto de Enseñanza Media y el Palacio del Infantado. Luego llegó la Guerra, y tras ella la Academia fue llevada primero a Burgos, y después a Hoyo de Manzanares donde hoy se encuentra. En Guadalajara, quedó en pie el Picadero, y unas dependencias anejas en las que se alojó el Archivo General Militar. El resto del complejo sigue siendo un solar vacío.

Homenaje a la academia en el centenario de su incendio y destrucción. 

Los Profesores de la Academia

Solo por dar a esta institución el realce que le correspondía, hay que reseñar algunos de los nombres que ejercieron en ella las tareas de profesorado. En la Academia de Ingenieros dieron sus clases el Ingeniero Torres Quevedo, el general Vives i Vich, que fue director de ella, y los aviadores Emilio Herrera Linares y Alfredo Kindelan, mientras que el nombre de otros pioneros en diversos temas de la ciencia aeronáutica, como Antonio Remón y Zarco del Valle, José Ortiz de Echagüe, José Cubillo Fluiters, Alejandro Goicoechea y Benito Loygorri quedarán siempre en nuestra memoria.

De las cien promociones que se formaron en sus aulas, y que tuvieron protagonismo militar en las contiendas del siglo XIX (Guerras Carlistas, guerras coloniales en Cuba y Filipinas) más el acontecimiento bélico activo en el momento, la Guerra del Rif, todas ellas participaron activamente con sus saberes. La división relativa a los Globos, los aerostáticos y los aviones, fueron cruciales en ese momento, tanto en la participación bélica, como en el avance de los proyectos civiles del nuevo medio de transporte aéreo. De la Academia dependía el aeródromo de Guadalajara, y con ella colaboraba la empresa Hispano-Suiza, que comenzó elaborando motores de avión.

La Academia Militar de Ingenieros de Guadalajara, antes del incendio. 

Ese movimiento de profesores, alumnos llegados de toda España, (todos ellos con sus necesidades de alojamiento y manutención) de visitantes, de técnicos ayudantes, de obreros en fábricas y almacenes, en ferrocarriles y carreteras… todo se vio paralizado por el incendio de aquella noche de febrero de 1924. Fue el día (hace cien años ya, y sigue imparable) en que Guadalajara empezó a decaer. Porque como capital de provincia, –con sus correspondientes servicios administrativos de cara a la circunscripción provincial que capitanea– ha seguido manteniendo durante estos últimos cien años su papel directivo. Pero en lo cultural, en lo científico, en lo educacional, en ese luminoso espectro de luz que desde España entera caía sobre la Academia, ha quedado paralizada.

 

Las fotografías de la Academia

Tuvo suerte el conjunto de edificios de la Academia de Ingenieros y su anejo Cuartel de San Carlos, que le apoyaba en servicios, porque al ser la sede de los iniciales proyectos aeronáuticos en nuestro país, casi todos los días le sobrevolaban globos y aviones. De tal modo, que su imagen ha quedado grabada en docenas de fotos, que la muestran bien marcada, todavía con sus límites amurallados medievales, entre los dos barrancos de La Merced y de San Antonio o el Coquín, al cual se asomaba la Academia.

   De esas numerosas fotografías, que quedan ancladas en los archivos históricos, podemos sacar algunas consecuencias. Y sobre todo la imagen cierta de lo que fue y se quemó. Porque tras ese incendio, un decenio después, vino la Guerra Civil, sufriendo bombardeos y destrucción el resto de edificios que la entornaban. Y así se llegó a aquel año 1939 en que Guadalajara aparecía planchada, si no tanto como Guernica, sí al menos con sus elementos claves destrozados.

Una página de Blanco y Negro del 17 de febrero de 1924. Incendio de la Academia,

Pongo adjunta una fotografía de esa Academia al completo, vista a inicios del siglo XX. Y recuerdo muy por encima (como si volara en primitivo aeroplano) la esencia de esta institución, sus latidos, sus valores. La noche del 9 al 10 de febrero de 1924 se acabaron, entre llamas, tantos logros, y se apagaron las luces del centro científico y militar, y los motores de esta ciudad, Guadalajara, que hoy anda con el motor al ralentí, todavía.