El viaje por la Serranía de Guadalajara, de don Andrés Pérez Arribas


Un libro que abre las puertas a un camino lleno de curvas, de subidas y bajadas, de plazas mayores e iglesitas de negra pizarra. Un libro escrito y vivido hace más de 50 años, presentado el sábado en Sigüenza, de la mano de la Asociación “Serranía de Guadalajara”.

Hay varios viajes memorables que describen a nuestra provincia y que se han hecho clásicos en el mundo de la literatura. Son pocos, pero sustanciosos. El primero de ellos, el Viaje a la Alcarria de Camilo José Cela (1946). Otro de los buenos fue el Viaje a la Alcarria de Tomás de Iriarte (1781) y en esa época de la Ilustración los dos “Viajes por la Alcarria” que hizo José de Cornide (1793 / 1795). Hay además otros varios, escritos por García Marquina (el de los molinos del río Ungría), el de Rubén Cava (por la Ruta Serrana del Arcipreste) y aún uno que yo firmé, que fue el Viaje a los Rayanos (de 1983) y por el que un jurado me dio el Premio Camilo José Cela de ese año.

Pero hay uno que tiene características especiales, y que sigue vivo, porque acaba de ser reeditado (por Aache) y puesto en oferta de quienes gustan leer estas peripecias viajeras. Es el Viaje por la Serranía de Guadalajara y que un sacerdote serrano, don Andrés Pérez Arribas, fraguó en el verano de 1972. Don Andrés era muy conocido en la provincia, en la segunda mitad del siglo XX, porque además de haber sido párroco de múltiples lugares, en todos los que estuvo dejó marca y huella señalada. Estuvo en Cogolludo, en Jadraque, en Alcocer… aquí le conocí, un día en que me acerqué por primera vez (yo debía tener poco más de 20 años, recién acabada la “mili”) a visitar la iglesia de Alcocer, a la que ahora llaman “la catedral de la Alcarria”. Y a don Andrés me lo encontré, vestido con un mono azul cerrado hasta el cuello, y subido a un andamio apoyado en el crucero, picando yeso y limando impurezas. Dejó el templo hecho una joya, y creo que muchos en Alcocer aún se acuerdan de ello.

Don Andrés Pérez Arribas, el autor del Viaje en el inicio del mismo en Valdepeñas de la Sierra.

Don Andrés había nacido en Valdepeñas de la Sierra, el día de las nieves más clásico del calendario, y por eso le pusieron el nombre del santo del día: un 30 de noviembre de 1921, y como tantos otros, y para tomar estudios, le mandaron sus padres a Sigüenza, y luego a Toledo donde fue ordenado de Sacerdote en junio de 1949. Además de los dichos, fue párroco en Muriel, en Arroyo de Fraguas, en Campillo de Ranas y todo su Concejo… el caso es que anduvo tantos lugares, tantos caminos y conoció a tantas gentes, que no extraña que este viaje lo fuera haciendo de pueblo en pueblo y de casa en casa, como si estuviera en la suya.

La idea del Viaje por la Serranía le surgió a Pérez Arribas en el verano de 1972, cuando andaba por Alcocer de párroco. Y con ello intentaba volver a visitar amistades y reconocer la evolución de la tierra y sus lugares. Iría desde Valdepeñas, su pueblo natal, hasta Sigüenza, acabando ante el altar de la Virgen de la Salud de Barbatona, dando gracias por todo lo recibido. Entendió bien la vida don Andrés, la vida como regalo, la vida como aventura, la vida como una estatua que se talla uno mismo, día a día, con risas y experiencias.

Así decía, cuando pensó hacer este periplo, en el que solo llevó la mochila, la cámara fotográfica y unos prismáticos, encima de la sotana que no se quitó ni para trepar al Ocejón. Y añadió, ya como un lujo, un bastón que empezó siendo blanco y acabó renegrido de soles.

Son muchos los lugares que visita don Andrés y que hoy ya no reconoceríamos. Por ejemplo, en Alcorlo, nos describe el pueblo, y las cuevas del estrechamiento del Congosto del Bornova. En Muriel, con los chicos del pueblo hace una excursión por las orillas del Sorbe, y quedan todos asombrados ante la enormidad de la roca que constituye la Peña Cagarria, o quedan como obnubilados al visitar el interior de la Cueva del Gorgocil, que describe en detalle, todos allí dentro “a la buena de Dios” y no pasó nada.

Interior de la Cueva del Gorgocil, en Muriel.

Va a Valverde de los Arroyos, lugar querido por el autor, y allí se encuentra con la gente que siempre conoció, llena de virtudes y prendas serranas: especialmente con el cura don Bernardo, y los carteros Salustiano y Tomás, describiendo su Fiesta de la Octava del Corpus,  que otras veces ha vivido plenamente. 

Uno de los lectores y analistas en profundidad de este libro –llamado a ser ya un clásico de la literatura serrana– el doctor y cronista valverdeño José María Alonso Gordo, acaba de hacer un análisis del libro en todos sus horizontes y esquinas. Y uno de los valores que encuentra es el del vocabulario que utiliza: de ahí que describa así la magia del lenguaje utilizado: “ …pues ¿qué decir del vocabulario? Allí aparecen los ranchibotas, marañas,  manrubios, capuchos, taraizes, carrasclás, cabuchos, guijas… Y las cruces parroquiales, los cristos románicos, las cuevas, las cumbres, las  fiestas patronales, el prao de las brujas, un montón de fuentes, iglesias, ermitas, pueblos anegados por los pantanos, procesiones, romerías…

Don Andrés era un estudioso del arte. Entre otras cosas, fue el primero que escribió de “marcas de cantería” en el románico alcarreño. O las formas arquitectónicas de Alcocer, la riqueza orfebre de Jadraque, los detalles románicos de la portada de Beleña y el friso de Campisábalos. Descubridor de muchas cosas, ensalzó las ruinas de Bonaval, que visita cuando aquello aún estaba abierto a los viajeros, y nadie hacía nada por destruirlo (y tampoco por arreglarlo). Simplemente, allí estaba el monasterio cisterciense, entre las arboledas de junto al Jarama.

Por resumir, decir que el libro descubre otra Guadalajara que dejó de existir hace 50 años, y que ahora ha emergido,-con ayudas y carteles, con nuevas carreteras y apoyos europeos- dispuesta a sorprendernos y hacernos ver que esta España, esta Guadalajara, esta Sierra Norte, tuvo un antes al que Pérez Arribas visitó, describió y ensalzó en sus escritos. 

Portada de la nueva edición del Viaje por la Serranía de Guadalajara.

Termina el doctor Alonso Gordo con unas frases que a mí particularmente me emocionan y creo que definen, en escasas líneas, el sentimiento que embarga a quien se acaba de leer este libro único: Quienes hemos hollado cada camino y rincón de la Sierra, y hemos conocido u oído hablar de sus muchos personajes y facetas, no podemos por menos que regodearnos leyendo estas páginas. Y recomendar este libro, felicitar a su desaparecido autor (fallecido en 2006), a Valdepeñas, su pueblo, y a su hermano Juan Luis y familia, dando la enhorabuena a los impulsores de la publicación, y exhortando, incluso, a los lectores a recorrer esta hermosa tierra a quienes hoy, ya sí, están deseosos de visitarla y conocerla.

Una vez concluido el viaje, Pérez Arribas le dio forma literaria, y por su cuenta lo mandó imprimir, a una imprenta de Guadalajara. Era el año 1976. Sin una sola foto, pero con sus experiencias, encuentros y descripciones, el libro fue muy bien recibido, muy leído, aplaudido incluso. Tanto, que años después, en 2002, la editorial que yo fundé se lo reeditó, ya con muchas de las fotos que él había hecho en su camino. Y entre esas fotos había verdaderos documentos que hoy sorprenden: paisajes que han desaparecido, formas de divertirse la gente, de comer, de esperar. Retratos del autor con sus amigos, su familia, los vecinos, en Sigüenza y su catedral, pero también trepando a montes, llegando a pueblos… ahora vuelve a ser reeditado, porque estaba totalmente agotado, y las fotos se han mejorado técnicamente y en la portada aparece la plaza Mayor de Valverde de los Arroyos con unos turistas que emergen directamente de los poderes fácticos de la Inteligencia Artificial. Pero el interior es igual, puro y duro, una joya ya de la literatura de viajes por nuestra provincia.