
Tajo abajo
En estos meses que vivimos, los del aluvión y la lluviosa primavera, el río Tajo ha sido protagonista. Desde haber conseguido llenar el embalse más grande de su cuenca, el de Entrepeñas, hasta haberse llevado por delante el punto romano de Talavera.
Es el río más largo de la geografía española, y un espacio geográfico de múltiples perfiles en el que se alzan edificios y memorias que atañen a la historia del país. Aunque nace en la provincia de Teruel, y recorre en su inicio algo de la de Cuenca, es en Guadalajara donde crece y se desarrolla, donde pasa de ser un arroyo de montaña a un río señorial y definitivo.
Al río Tajo le han cantado los poetas (Garcilaso de la Vega, y Mañueco ahora), le han hecho protagonista los novelistas (José Luis Sampedro) y le han retratado los fotógrafos y los pintores. Pero él mismo es quien se ha construido. Su recorrido, “tajado” entre duros riscos, se ha ido abriendo, ensanchando, y creando un valle en el que han venido a ser las orillas las auténticas estrellas de su biografía.
Por eso ahora cuento en un libro que titulo “Tajo Abajo” y al que pongo de clave lo de “un repertorio temático” todo cuanto ha ido surgiendo en su entorno, precisamente por causa de haber allí un río. ¿Y qué son esas cosas que han nacido en torno al Tajo? Pues ciudades nuevas (la Caraca de los romanos, la Recópolis de los visigodos, la Toledo de los cristianos y, por supuesto, la Lisboa de los navegantes). Pero también monasterios, como puntos de repoblación y energía humana. También castillos, como atalayas vigilantes y espacios de defensa, y de dominio. Además de balnearios, porque a sus orillas llegaban aguas medicinales manadas de la hondura. Y pueblos, estaciones, barcas para cruzarlo, trenes para aprovechar sus accesos. Una infinidad de cosas han nacido al costado del río, iluminadas por su aliento, crecidas tras el sonar de sus aguas. Eso es lo que le confiere al río su interés histórico y monumental, más la razón de poder considerarle como elemento civilizador, como camino.
Maderadas por el río Tajo.
Muchos otros elementos nacen sobre el Tajo. Por ejemplo, sus puentes. Las fronteras entre los hombres han sido, tradicionalmente, los ríos. Porque las montañas, mal que bien, se cruzan andando. Pero los ríos necesitan de algún “truco” que permita atravesarlos. Y estos han sido los puentes. De tamaño y consideración diversas. Al Tajo le han nacido puentes desde remotos tiempos. Los romanos, en su caminar y avance por Hispania, le pusieron varios, mientras que otros nacían en el Medievo árabe, y algunos son tan modernos que no se han llegado a acabar. De todos ellos cuento estampas y milagros. De los que en el Alto Tajo cruzaban sus aguas (el de Tagüenza, el de San Pedro por Zaorejas, el de Valtablado, o el de Murel por Carrascosa). Muchos otros, que dan oportunidad de saber sus historias y anotar sus lugares para hacer excursiones para verlos.
Cuando vamos a Zorita, a trepar a su castillo, nos fijamos en el gran machón de lo que fue su puente, que hoy sirve para acoger un restaurante y no pequeño. Pues el puente de Zorita fue clave en el desarrollo de nuestro país. Como lo fueron los de Toledo, que aún nos asombran (Alcántara, San Martín) o el de Talavera, que hace un par de meses se lo volvió a llevar arrastrado por la parte de siempre malherida, mientras que el basamento romano aguantaba terne.
La historia ha tenido también la oportunidad de dejar el nombre del Tajo grabado en sus libros, en sus viejos documentos, o en sus batallas reveladoras. Hay páginas de esta obra “Tajo Abajo” en las que me he entretenido en reflejar hechos acaecidos en viejas trifulcas: durante la Guerra de la Independencia fue el guerrillero Empecinado quien se dedicó a pasarlos o a defenderlos. Y en las contiendas carlistas también algunos fueron protagonistas, como luego en la Guerra Civil espacios como el cerro de Alpetea, o el puente de San Pedro, más las fragosas orillas del Martinete en Peralejos y los riscos de Cuende entre Taravilla y Peñalén vieron luchar a los tercios requetés de Doña María de Molina contra las falanges libertarias de la columna “Tierra, Pan y Libertad”. De todo ello queda memoria en estas páginas, en las que he querido encontrar razones y paralelismos: fundamentados en unas razones geográficas que han hecho que el Tajo haya sido clave en muchas guerras, pero a través de peripecias guerreras muy limitadas, por su ubicación y estrechuras.
El libro de Tajo Abajo que cuenta historias del río.
Al río le añaden valor sus paisajes. Especialmente en la provincia de Guadalajara, cuando aún recién nacido conforma el territorio del Ato Tajo: una geología variada y una flora / fauna muy peculiar, le dan un sentido especial, de grandiosidad y elocuencia, que al viajero no le deja indiferente. Por eso me entretengo en capítulos que narran lo que hay y se puede admirar en Huertapelayo (la Tagüenza protagonista), en Armallones (el Hundido acaparando leyendas) o en la laguna de Taravilla y Salto de Poveda como espacios de senderismo y admiraciones.
Todavía tiene una dimensión el Tajo, la humana. Las gentes que poblaron sus orillas, aunque escasas, fueron sabedoras de su singularidad. Y de ellas han nacido leyendas que en su inicio fueron realidades obligadas, como “los gancheros del Alto Tajo”, un oficio de amplia distribución geográfica y antañona prosapia, pero que en el Tajo de Guadalajara tuvo un desarrollo especial, que dio nacimiento a costumbres, folclore y leyendas, todo ello fundido en la literatura de José Luis Sampedro y cuajado en la novela “El río que nos lleva” que es como una destilación de la realidad. Novela que luego cuajó en película, y al final se ha quedado retratada en pequeños monumentos por los pueblos del trayecto.
Castillo de Anguix.
Por eso animo a mis lectores a que con el buen tiempo que nos llega, la primavera cuajando, se lancen a disfrutar del Tajo. De su geografía sabia y cuidada; de sus paisajes bien conservados, gracias ahora a la consideración administrativa que ha conseguido de Parque Natural del Alto Tajo; de su historia reflejada en las piedras de sus castillos, monasterios, puentes y balnearios; y finalmente de sus gentes, que aún mantienen un carácter especial, el que supone ser, en sus orillas, frontera permanente de dos mundos.
Por si a alguien le interesa todo este tema, me atrevo a recordar que hoy mismo, viernes 9 de mayo, a las 13 horas, y en el Parque de la Concordia de Guadalajara, presentaré personalmente, apoyado en una colección de imágenes llamativas, este libro del “Tajo Abajo” con el que he querido seguir en la brecha y ofrecer datos, imágenes y sugerencias para contribuir a esta tarea en la que desde hace años milito: el conocimiento, el análisis, y la defensa de nuestras raíces más señaladas, en este caso las geográficas, las del río que nos une.