El nuevo Parador Nacional de Molina de Aragón


La Asociación de Amigos de la Biblioteca de Guadalajara pone en marcha su maquinaria de Viajes Culturales, y en esta ocasión lo ha montado sobre el territorio del Señorío de Molina, donde se ha girado una visita, a la ciudad, a sus viejas rúas y palacios, a su castillo, y al nuevo Parador Nacional.

Lo primero que hemos visitado ha sido el Parador Nacional, que ha tardado más de una década en ser construido. Asienta en la salida de la ciudad hacia el río Gallo que camina rumbo al barranco de la Hoz, y tiene una vista destacada desde cualquier enclave porque está construido su exterior en materiales metálicos de muy llamativos color y textura. Un amplio plazal para aparcamiento y un vestíbulo descubierto que nos deja ver su estructura metálica y las enormes cristaleras.

El interior de este nuevo y espectacular edificio dedicado al Turismo combina muy sabiamente los materiales metálicos y el cristal, creando (con el acertado tino de la buena arquitectura) amplios y agradables espacios. En uno de ellos, –el comedor dedicado a la memoria de Doña Blanca de Molina– tuvimos la suerte todo el conjunto de visitantes de pasar un agradable rato degustando un bien surtido desayuno. Luego, pudimos admirar la colección de arte contemporáneo que la empresa Paradores ha querido instalar en este nuevo edificio. Una enorme fotografía del bosque calcinado de Selas, de 2005, obra de Eduardo Nave (Valencia, 1976) nos reclama la atención, y viene a expresar el motivo remoto de su erección: el recuerdo de un incendio que se llevó por delante 12.000 hectáreas de bosque de pinos en los confines del Señorío de Molina con la Sierra del Ducado. El autor de la fotografía tiene un currículum denso que puede consultarse en https://fotogasteiz.com/blog/fotografos/eduardo-nave-vida-obra-biografia/

El Parador de Molina tiene grandes ventanales.

Otros autores de los que hay obra en el Parador son Candela Muniozguren, Santiago Giralda, Rosa Brun, Santiago Picatoste y Roger Coll. El proyecto del edificio se debe al arquitecto Andrés Pérez Ortega, y la obra fue abierta al público el 13 de mayo de este año 2025, después de un largo proceso constructivo y otra serie de meses de reparación de unas goteras que aparecieron días antes del primer intento de inauguración en septiembre del 24. Es el número 98 de los Paradores de España y cuenta solamente con 24 habitaciones, que ojalá estén siempre ocupadas y ello sirva para dar cauce al conocimiento de esta tierra silente y apartada: el Señorío de Molina, y el Alto Tajo que por el sur la circunda.

Después de esta visita comenzó la de la ciudad, acompañados de dos guías oficiales, que nos mostraron esas particularidades urbanas que son las viejas callejas molinesas, la judería, la morería, la calle de las Tiendas, los enormes palacios de las Cuatro Esquinas (el de los Montesoro, el de los Marqueses de Villel…), y el del Virrey de Manila, que cada año que pasa pierde un poco más la policromía de su fachada, más la plaza Mayor, la iglesia de San Pedro, el viejo convento de Ursulinas, la iglesia de Santa María del Conde junto al Ayuntamiento, la de San Gil con su retablo traído de El Atance y perfectamente restaurado, y la de San Martín, que mantiene su ruina intacta como quedó hace un siglo tras un incendio. Vimos el exterior del convento de San Francisco, enorme edificio que guarda recuerdo de las ilustres familias que prosperaron en siglos de ganadería abundante, bajo el torreón del Giraldo, emblema de la ciudad. Y admiramos desde la lejanía (pero a través de la gran cristalera del Parador) el aparatoso Castillo del que primero destaca la presencia de una gran torre aislada, al norte de la fortaleza, y en su punto más elevado, que se denomina la torre de Aragón. Fue la primitiva construcción, sede del castro celtíbero, puesta en forma de defensa por los árabes, y diseñada por sí sola como un auténtico castillo independiente, que sin embargo estuvo comunicado siempre con el castillo mayor a través de una coracha subterránea, en zig zag, cuya traza aún se observa hoy perfectamente. Se puede visitar hoy de forma aislada del castillo, y se trata de una torre de planta pentagonal, apuntada hacia el norte, rodeada de un recinto muy fuerte almenado realizado con mampostería basta. La torre, centrada en este ámbito, muestra sus esquinas realzadas con sillares bien labrados de piedra arenisca de tonos rojizos. Su ingreso estaba formado por un entrante en el muro, rematado en elevado y airoso arco en forma de “buhera”. El interior, de amplia superficie, tiene varios pisos comunicados por escalera, todo ello moderno, y en la altura se encuentra la terraza almenada, desde la que puede contemplarse con facilidad la estructura de toda la fortaleza y de la antigua cerca amurallada de la ciudad de Molina. El castillo propiamente dicho consta de cinco altas torres unidas por lienzos de elevada altura, y dentro de algunas de ellas se mantienen estancias medievales. El problema es que este castillo requiere de cierta agilidad física para ser visitado, y bastante tiempo por delante. Y el grupo que fuimos estaba ayuno de ambas cosas.

Parador de Molina, de estructura metálica.

Es una pena, y hay que consignarlo aquí, que no pudiéramos visitar el interior del templo románico de Santa María de Pero Gómez, conocido como Santa Clara, por haber albergado durante siglos una comunidad de monjas franciscanas clarisas que al haberlo abandonado recientemente, y haberlo recibido en uso HAKUNA, una comunidad cristiana de corte moderno (una familia eucarística), esta haya impuesto en sus condiciones que la iglesia se visita solamente los fines de semana, pero no en días laborables. Lo cual supone, como ha ocurrido en este caso con nuestra numerosa cohorte, que una de las joyas del arte molinés se quede sin admiración posible.

Foto del Bosque del Ducado en el Vestíbulo del nuevo Parador de Molina.

Tras la comida, en el Casino de la Amistad, que se resguarda en los caserones viejos, blasonados en su portón, y entre grandes salones antiguos, de los Garcés de Marcilla, el grupo se dirige raudo (porque va cayendo la tarde a pasos veloces y una borrasca atlántica carga de grises el cielo) al Barranco de la Hoz, donde se encuentra la ermita de la patrona del Señorío. El lugar tiene todos los elementos necesarios para ser calificado de mágico: ahora en el comienzo de noviembre, todos los álamos que bordean al río están opulentos de amarillo, contrastando con las masas de oscuro verde de los pinares del entorno. Los roquedales enormes que asoman sobre las arboledas mantienen el eterno color rojizo de la piedra rodena. Y allá al fondo, entre rumores acuosos y sonar de hojas caídas, aparece el edificio de la Hospedería y el Santuario, que salvaguardan una cueva enorme donde realmente está tallado el albergue de la Virgen. Siempre sorprendidos, por más veces que se vea, dejamos este lugar encantador y volvemos, en el bus, a Guadalajara. Quedando con el sabor dulce y sorprendido de este Viaje Cultural por el corazón del Señorío de Molina.