
El Palacio de la Cotilla
Un viaje por los rumores que rodean al emblemático edificio de la capital.
Reconozcámoslo. A lo largo de nuestra vida hay cosas que nos da cierta vergüenza preguntar, y preferimos fingir que sabemos la respuesta antes que arriesgarnos a realizar una pregunta que nos puede dejar en evidencia. Esto es algo que nos suele pasar a los guadalajareños con el monumental palacio de la Cotilla de Guadalajara. Una de las joyas de la ciudad gracias en gran parte a su espectacular salón chino. Llevamos pasando por su puerta años y años, y a estas alturas ya nos da cierto apuro hacer la pregunta que tenemos en la cabeza ¿quién era esa famosa cotilla que dio nombre al palacio?
Afortunadamente, aún quedamos algunos historiadores con vocación de servicio público, y desde este humilde artículo vamos a tratar de resolver esa duda que siempre tuvimos y nunca nos atrevimos a preguntar a nadie. Una duda, por cierto, que muchos alcarreños que nos precedieron han tenido desde hace ya casi 500 años, lo que ha dado lugar a varios rumores y leyendas, a cada cual más disparatado.
Fachada Palacio de la Cotilla.
Obviando a aquellas historias que nos hablan de una señora muy cotilla que vigilaba a los vecinos detrás del visillo de la ventana, la primera teoría a la que podemos hacer algo de caso es la que hace referencia a la ubicación física del palacio, que está situado un poco más alto que la calle, en una pequeña elevación o cota. Es decir, sobre una cotilla. Una hipótesis interesante, pero tan absolutamente falsa y carente de gracia que no ha tenido mucho éxito. Mucho más llamativa, por morbosa, es la que relaciona el palacio con el callejón denominado tradicionalmente como “de abrazamozas”. Este era el nombre que se le daba a la estrecha calle que une la plaza de San Esteban con el palacio. Dice la leyenda que por allí, una noche intempestiva, caminaba sola una doncella que servía en el palacio. La joven venía de coger agua de la fuente que había en la plaza de San Esteban, y se le había echado la noche encima por haber estado toda la tarde de charla con otras mujeres. Al pasar por este lugar se topó con un miserable morisco que la estaba esperando con intenciones muy turbias. El hombre, amparado en lo oscuro y aislado del callejón, estaba allí esperando a la joven (que como en todas las historias de este tipo era una bella e inocente muchacha), y cuando vio el momento adecuado se abalanzó contra ella por sorpresa. En las historias tradicionales, estos hechos se narraban como algo gracioso, inocente y torpe. Eran otros tiempos, y en la actualidad podemos calificarlo como un intento de agresión sexual en toda regla. El caso es que, siempre según la historia, ella consiguió a duras penas zafarse de su asaltante forcejeando, y salió corriendo como pudo hasta encontrar refugio en el cercano palacio. En el lance, se dice que la joven perdió su cota o cotilla. Una pieza de ropa que usaban las mujeres encima de la camisa para realzar la figura, y que por lo visto era bastante incómoda de llevar. Al día siguiente se encontró la susodicha cotilla en el suelo del callejón, como prueba del forcejeo, y el palacio pasó a denominarse, con cierta sorna, como “el de la cotilla”. Una historia que explicaría tanto el nombre del edificio como el del callejón “de abrazamozas”, y que de paso servía para dar mala fama a los moriscos. Lástima que la historia no cuadre, porque las cotillas son prendas del siglo XVIII y los moriscos fueron expulsados de España a principios del XVII.
Descartado también lo del morisco, por ser un burdo bulo, nos vemos en la obligación de acudir a los datos históricos para encontrar la respuesta a la identidad de la cotilla misteriosa. Veamos: la familia responsable de la construcción del palacio, a finales del siglo XVII, fue la de los Torres, un linaje de gran prestigio en Guadalajara, que formaba parte de la oligarquía local, y que estaba muy ligado al gobierno del municipio, pues entre sus miembros hubo regidores y alcaldes, y hasta uno de los más antiguos historiadores de la capital, Francisco de Torres, a quien debemos la maravillosa Historia de Guadalaxara. Los Torres tuvieron mucho éxito, y acabaron consiguiendo el título de marqueses de Villamejor. Por cierto, a esta familia perteneció nada menos que el famoso conde de Romanones. Como podemos comprobar, llegaron muy alto en la política nacional.
Salón Chino del Palacio de la Cotilla de Guadalajara.
Todo esto está muy bien, pensará el lector, y ya tenemos claro por qué el palacio fue conocido durante mucho tiempo como el “de los marqueses de Villamejor”, pero seguimos sin encontrar a la cotilla. Para obtener la respuesta debemos ir todavía un poco más atrás en el tiempo, al siglo XVI, antes de que el edificio fuera siquiera construido. Allí, en ese lugar, tenía sus casas mayores una señora muy rica de Guadalajara llamada doña Inés de la Cotilla. Poco sabemos de su origen, pues en ninguno de los documentos que he consultado en el archivo municipal hasta principios del siglo XVI he podido encontrar nada sobre esta familia. Esto me hace pensar que quizá hubieran llegado desde otro lugar en las primeras décadas de ese mismo siglo. Fuera como fuere, su palacio debía de estar en ruinas hacia el año 1542, pues el concejo de la ciudad indemnizó en esa fecha a nuestra Inés de la Cotilla con 3.000 maravedíes por su derribo. El solar acabaría en manos de los Torres, como venimos diciendo, que así podrían construir allí décadas después su magnífico palacio. A pesar de esto, el nombre de “la Cotilla” quedaría en el imaginario popular para dar nombre a la plaza frente al edificio y, en algún momento del siglo XX, acabaría siendo usado por la gente para denominar también el palacio. Por lo visto lo de “palacio de los marqueses de Villamejor” no tuvo tanto tirón como lo de la cotilla. Hay chismorreos que duran más que muchas historias.